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Luego de que el guardia se marchara intenté abrir la puerta, pero al parecer la había cerrado con llave

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Luego de que el guardia se marchara intenté abrir la puerta, pero al parecer la había cerrado con llave. Recorrí toda la habitación, revisé todos los rincones, con la esperanza de encontrar algo que me ayudara a escapar, pero ese lugar era tan pulcro que ni siquiera había pelusas. Por suerte, cuando ya no quedaban más cajones por abrir, en el bolsillo de mi chaqueta pude hallar una maltratada horquilla. Unos cuantos cabellos rubios estaban enroscados en ella. Intenté escapar con el típico truco de las películas... pero al parecer esas cosas solo funcionaban en la pantalla grande.

Gruñí entre dientes y quité el doblado sujetador de la cerradura. Nada. Mis inútiles intentos por abrir la puerta de la habitación habían sido en vano. La arrojé lejos y me recargué contra la madera, abrazando mi abdomen con los brazos. El hambre comenzaba a hacerse presente. A juzgar por los rugidos de mi estómago ya habían pasado más de cuatro horas desde la última vez que había comido un bocado.

Tenía que salir de allí.

Mi vista viajó por toda la habitación, hasta dar con el balcón vidriado. Claro, ¿cómo no lo había pensado antes? Esa era la segunda escapatoria más sencilla y clásica del cine de acción. Me puse rápidamente de pie, crucé el espacio que me separaba de él y posé mis manos sobre el picaporte, dispuesta a abrirlo. Obviamente estaba cerrado. Al parecer, cuando decidieron encerrarme ahí, habían pensado hasta en el más mínimo detalle. Me sentía como Rapunzel, solo que en mi historia quien me aprisionaba era el príncipe azul, no la madrastra malvada.

Golpeé la puerta con los puños. Un doloroso calor recorrió mis manos, mientras que el vidrio ni siquiera tintineó. Supuse que quizá no se trataba de vidrio, tal vez estaba hecho con ese extraño metal que el guardia había mencionado, aquel con el que construyeron el techo. Probablemente todo estaba hecho con él. Observé las ventanas, no tenía caso intentarlo...

Aun así insistí.

Tomé una silla y la estampé una, dos, tres, diez veces, contra el primer cristal que encontré. Lo único que conseguí fue cansarme y aumentar el dolor en mi abdomen luego de clavar el respaldo contra él. Si la ventana tuviera rostro, estaría riéndose a carcajadas de mi ridícula actuación.

Devolví la silla al suelo y me dejé caer sobre ella, agotada. Ahora la habitación era un desastre. Los almohadones de la cama estaban desparramados en el suelo, todos los cajones del baño estaban abiertos y el contenido escapaba de sus interiores. Siempre me quejé de lo revoltoso que era mi hermano en su cuarto, y ahora yo había logrado generar el mismo desorden.

No podía dejar de preguntarme dónde se encontraba en esos momentos. Probablemente ya había regresado a casa, mis padres ya lo habrían puesto al tanto de la situación. Solo esperaba que me ayudara. Él era la última esperanza que me quedaba. Estaba casi segura de que a pesar de que el loco príncipe fuera el hermano de su linda esposa, Wesley me ayudaría. Al menos, yo lo haría si él se encontrara en mi situación.

KINGS, QUEENS, AND FUCKED UP THINGSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora