OSCURO

9 2 0
                                    







Penélope, su novia, no lo sabía. Aquella mujer morena y esbelta, cuya cara estaba parcialmente cubierta por sus rulos, no tenía idea de nada. Nada de lo que ocurrió abajo, y si lo supiera, hubiera tenido la misma reacción que Gabriel y su hijo. No hubiera entendido. Aun así, lo esperaba con la comida servida, relojeando la puerta.

Ulises estaba del otro lado, tratando de recuperarse de lo acontecido, de recobrar el aliento y el color de su rostro. Una vez se consideró completamente repuesto, bajó el picaporte.

- Hola Amor, se me hizo tarde en el trabajo - se excusó. No quería hablar del percance en el colectivo y mucho menos de lo que ocurrió en la planta baja.

- Te estaba esperando - lo saludó con un beso - la comida debe estar helada ya, dejame que la caliente. Mientras te podes bañar.

Ulises asintió mientras se desataba la corbata.

- Gracias Amor.

Tomó una ducha caliente, a pesar de que el clima estaba cálido esa noche. Cuando acabó, salió de la ducha para secarse, con cuidado de no resbalarse con la cerámica mojada.

Se detuvo un instante mirandose en el espejo. Notó algo extraño. Sus ojos se veían diferentes. No sabía como explicarlo, pero no eran como sus ojos de siempre. Los veía mas oscuros, menos propios y acordes a su actitud positiva que lo caracterizaba. El color ámbar se había transformado en avellana sin escalas, pero un avellana completamente apagado.

Se cambió rápidamente y cruzó el pasillo que lo separaba del comedor, que a su vez era sala de estar. Se sentó en la mesa, el mantel ese día era negro.

- Ya se que no te gusta este mantel, pero los otros estan para lavar - le dijo Penélope, que notó como su novio le clavaba los ojos al mantel como dos cuchillas, como queriendo matar algo inanimado - por eso te hice pastel de papa, que te gusta tanto, para compensar.

Ulises le sonrió levemente.

- ¿Tengo algo en los ojos? - preguntó él, en una acción casi inconsciente.

- No, Cielo

- Porque me pareció verlos un poco rojos - se rescató Ulises, evitando que su mujer le haga más preguntas, castigándose a sí mismo por su acto involuntario.

De pronto hubo un silencio, que cada tanto se rompía por el ruido de los utensilios golpeado contra el plato, o los vasos apoyándose sobre la mesa.

- ¿Qué pasa que hoy no hablas?¿Estas cansado? - preguntó Penélope

- No... - se tomó una breve pausa mientras terminaba su último bocado - voy a estar ocupado esta noche, tengo un nuevo proyecto.

- Que bien ¿De qué se trata?

- Un nuevo personaje. Pero no un superhéroe, un... - se detuvo. Vio su cara de pequeño. Vio a su padre, asustado, mirandolo, sorprendido, atónito, y bajo los efectos de cualquier adjetivo calificativo que a uno se le ocurra, por lo que acababa de pasar. Su cuerpo no reaccionaba, pero su cara lo decía todo. "Esto...esto es un antihéroe, hijo". Lo único que se le ocurrió comentar, ambos tenían los ojos húmedos. Fue corriendo a abrazar a su padre, pavoroso. No entendía la dimensión de lo que acababa de pasar, era sólo un niño.

- Cielo... - Penélope lo llamó de nuevo para que regresara al mundo físico - no deberías hacer esto ahora. Deberías descansar.

Ella no sabía. La presión que tenía Ulises era inmensa, como un muro que se destruía y le caía encima. Su jefe era muy estricto. Debía evitar la caída de su editorial, y, si era necesario, lo reemplazaría para tener una innovación, un cambio. Ulises no soportaba esa idea. Debía cambiar él para amoldarse a una nueva idea, a algo completamente desconocido pero tan familiar a la vez.

- No, Amor. Esto lo empiezo hoy - soltó convencido acerca de su decisión, mientras se levantaba de su asiento, acercándose a ella.

- Hasta mañana - se despidió con un beso y fue a su sala de trabajo, contigua al dormitorio.

Allí tenía su tan reconfortante silla aterciopelada frente al escritorio donde se ubicaba su computadora y una amplia pila de cuadernos, esperandolo para una larga velada en desvelo.

Comenzó a buscar información sobre antihéroes conocidos, debía meterse de lleno en eso. Pasó horas leyendo en Internet historias de antihéroes de la mitología, de los comics, de los libros y de las películas. Tenía que ver su forma de actuar, ponerse en su lugar, examinar su mente. Una vez creyó haber reunido los datos necesarios en su cuaderno, arrancó una hoja y comenzó un boceto. No le gustó. La hizo un bollo y la arrojó al cesto. Agotado, se recostó sobre el respaldo y suspiró. Había perdido la noción del tiempo y el espacio. Recordó entonces la escena del vestíbulo. Él mirando al niño, que a su vez era él, pero de pequeño, y no estaba acostado en su cama, estaba sentado leyendo un comic que escribiría cuando fuera más grande. Todo era muy confuso. Trató de acomodar sus ideas. Instantáneamente, y en un acto de inspiración repentina, escribió en su cuaderno la palabra «Déjàvu». Dibujó a un joven de pelo negro con un antifaz y una musculosa negra. Vestía también jeans y borcegos. Se alegró, sintió que el alma le volvía al cuerpo. Aquélla experiencia traumante le había resultado provechosa a fin de cuentas. Lo tenía. Su nuevo antihéroe. Su Déjàvu.

N/A
La cuarentena me esta dando más tiempo para escribir, y estoy inspirado, así que adelanté y decidí subir antes este capítulo que ya tenía escrito. Espero que les guste.
Próxima semana hay capítulo nuevo, gracias por leerme.

Saludos, Tute

DéjàvuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora