Los aplausos y vítores llenaron el silencio que había reinado durante el primer día de cuarentena. Ni un alma paseaba por la calle y las luces de los establecimientos estaban apagados, a excepción del supermercado al final de la calle.
La vida de la ciudad ahora se concentraba en las fachadas de sus edificios. Asomados por la ventana, el balcón o alguna pequeña terracita, los ciudadanos aplaudían en apoyo y homenaje al personal sanitario que hacía frente a la epidemia del Coronavirus. La escena se repitió de manera similar en todo el país, la casa de la familia Martínez Blanco no fue una excepción. Desde su pequeña terraza la familia con cuatro miembros presentes salió a las diez de la noche cuando escucharon los primeros, dejando la televisión encendida con la comparecencia del presidente de Gobierno.
Ella no solía usar mucho la terraza, ese siempre había sido el sitio de su padre para fumar o el de su hermana mayor para estudiar. Ahora que su padre se había propuesto dejar de fumar y su hermana estaba trabajando en Londres, nadie la usaba para nada.
El aplauso parecía no tener fin mientras se prolongaba en el tiempo. "Sanidad pública", "Viva España" eran las consignas que más claramente se escuchaban entre la celebración de la calle. Era el primer día, aquello parecía fácil. Respiró profundamente el ambiente a esperanza y fuerza.
Distraída y curiosa, comenzó a observar a sus vecinos, era evidente que serían caras que terminaría recordando más fácilmente que las de sus amigos. Tenía la suerte que su bloque estaba en una esquina, tenía más que cotillear que si estuviera en un tramo más central de la manzana. Se le hacía curioso y triste no reconocer a ninguno, llevaba veinte años viviendo en ese mismo lugar y no sabía nada de quién vivía justo frente a su ventana.
Finalmente el acto terminó y la gente comenzó a volver al interior de sus casas. Su hermano bromeaba sobre sacar un altavoz y poner música a todo volumen, su madre frenó sus maquinaciones con la promesa de un castigo si hacía cualquier trastada en esos días. Ella se quedó un poco más en el balcón.
Justo frente a su ventana.
Esa idea le hizo mirar al edificio paralelo al suyo. Una chica de más o menos su edad charlaba entre risas con una mujer anciana, presumiblemente, su abuela. Parecía ayudarla a entrar mientras escuchaba la historia que le contaba sin perder esa radiante sonrisa y aquel cabello largo que caía con elegantes ondulaciones por su espalda. Sin entender el motivo, también sonrió.
—Elisa, entra, que se cuela el frío.
La llamada de su madre despertó a nuestra protagonista de su ensoñación. Entró al salón con la imagen de su vecina de enfrente todavía en la cabeza.
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Aquella cuarentena
RomanceMarzo de 2020, el gobierno de España declara el estado de alerta por culpa de la epidemia del Coronavirus. La ciudadanía se ve obligada a recluirse en sus hogares, planes y rutinas se ven trastocadas de la noche a la mañana. Sin embargo, puede que d...