(Dedicado a Andrea, cuando sea grande...)
Avefenixazul
Andrea, husmeando entre fotos y recuerdos en la buhardilla de la casa de su bisabuela, había encontrado un libro muy viejo y extraño, sus páginas estaban impresas en algo parecido a un cristal maleable muy fino. Ahora ella ya no estaba, pero él la recordaba claramente. Alta y esbelta, pese a su edad, piel morena y ojos claros. Gran lectora y escritora. Vivía en La mitad del Mundo, según decía ella, y era allí, en ese pequeño pueblo, donde él solía pasar las vacaciones.
Le sorprendió el material del que estaban hechas las hojas del libro, que además, parecía tener mucha antigüedad. En la última página tenía unas coordenadas de lo que creyó él, era un planeta lejano, y se preguntó ¿por qué su bisabuela nunca le habló de él? Maquinalmente lo abrió y comenzó a leer...
En su primera página, un prefacio contaba que fue largo el tiempo en que la oscuridad reinó; en que para sobrevivir tuvieron que correr a tientas entre las tinieblas para alcanzar los montes y refugiarse en cuevas y cañadas dejando atrás todo lo que había sido su vida.
Andrea, buscó la banca que se encontraba en el pórtico de la casa, se sentó y comenzó a leer página por página la increíble historia que se relataba en aquel extraño libro. No podía dilucidar si era una novela ficticia, o si era el relato de hechos reales, historias que sus antepasados dejaron escritas. Aquellas de los años vividos después del gran ataque nuclear que ahora casi nadie recordaba.
CAPÍTULO I
Las siguientes páginas contaban esta historia...
Fueron los pocos niños que lograron crecer entre las cavernas los que lo descubrieron. Ellos no conocieron la lluvia, nunca antes la habían visto. El único líquido que conocían se filtraba a través de las hendiduras de las rocas por donde buscaba salida desde lo profundo de la tierra donde habían nacido y crecido.
Ese día, un coro de voces pequeñas y endebles gritaron desde la boca de la cueva
_¡mama, papa, mama! La montaña se rompió! El agua está cayendo afuera!
Llenos de temor, los adultos que descansábamos sentados alrededor de una fogata que era a la vez calefacción y cocina, nos levantamos y corrimos hacia afuera. Salimos con palos y piedras dispuestos a contener la vertiente, pero al llegar a campo abierto nos detuvimos atónitos. Al principio no lo podíamos creer, corrimos hacia las rocas ennegrecidas que abundaban por doquier. Pero era verdad, podíamos sentirla en nuestros rostros, en cada parte de nuestro cuerpo, en nuestros pies que pisoteaban las gotas que con más furor caían a cada instante, veíamos como la misma tierra cambiaba de color y se mojaba. Era la lluvia. Lluvia cristalina, no lluvia ácida ni radiactiva. De todas partes comenzó a elevarse un grito infrahumano que llenaba el ambiente y que era transportado por el aire. Era como si el fenómeno no tuviera nombre, solo se oían alaridos de gozo unidos a profundos aullidos sin eco. Era el sonido gutural del hombre, el canto de su alma, de su vida. Esta lluvia, -pensamos-, limpiaría por fin gran parte de las cenizas y polvo sumamente irradiado procedente de la explosión que se depositara sobre el suelo horas después del ataque nuclear, cubriéndolo y matando plantas, secando ríos y mares; ocasionado incendios en toda la tierra, fundiendo y evaporando metales y rocas, cavando cráteres y extendiendo los desiertos por kilómetros y kilómetros, terminando con la vida en casi todas sus formas
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HOLOCAUSTO: LOS ÚLTIMOS DÍAS DE "LA TIERRA".
Narrativa generale¿Qué hemos hecho con el planeta que nos fue dado como casa temporal? Hay muchas plagas que soltaron ya de su mano los patibularios Jinetes del Apocalipsis, pero esta es la última... Ni los más brillantes científicos de todas las galaxias pudieron co...