Siete: Cosquillas.

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Él

Intentabas dormirte sintiendo un ligero peso sobre tu cuerpo. Tus manos acariciaban su espalda y también su cintura. Reproducías una y otra vez el beso que le habías dado o que ella te había dado o que se habían dado, eso no importaba. Sus labios eran justo como te los imaginabas e incluso mejor. Aún te sentías capaz de saborear su dulzura, te percibir su suavidad. Ansiabas más.
Abriste tus ojos para poder mirarla y comprobar que no era producto de tu imaginación (y si lo fuera afirmar que era la mejor creación que cerebro había conjugado en toda tu vida) o sólo un bueno sueño (el más mágico de toda tu vida). Sus párpados caían flácidos, con sus largas pestañas contrastando con el blanco de su piel. Sus labios ligeramente estirados (esos que habías besado) y su pecho subiendo y bajando lentamente como consecuencia de su pacífica respiración.
Sonreíste feliz con una extraña satisfacción al saber que era en tus brazos donde descansaba, recordando que dos horas antes te había confesado que eran tus labios los que elegía probar por primera vez (haciéndote sentir inexperto, un completo principiante en el arte de vivir). Besaste su cabeza sintiéndote aturdido por la cantidad de emociones que te bombardeaban. La abrazaste con más fuerza, queriendo fundirte con ella y volviste a cerrar tus ojos.

-¡Aaaaay! ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! –gritaba Candela desde la puerta de la habitación. Vos y Mariana se sobresaltaron y prácticamente quedaron sentados por el salto que dieron. –Ay... -musitó de forma suave. - ... quedan divinos juntos... ¿me dejan sacarles una foto? -pidió con inocencia y tanto vos como Lali rieron por su ocurrencia. Eugenia miraba todo apoyada en el marco de la puerta, note que su atención se dirigía exclusivamente a su amiga, a quien le guiñó un ojo. Te volteaste y la descubriste a Candela peleando con la cámara digital.

-Creo que yo debería irme... -le dijiste sólo a ella, recibiendo como respuesta una sonrisa delicada. Te inclinaste hacia ella y capturaste su labio superior entre los tuyos. Ella sujetó tu nuca para sostenerse los pocos segundos que duró el contacto y al separarse te miró feliz. –Nos vemos mañana... -asintió y te paraste de la cama. Candela había olvidado la cámara y formaba con su boca una perfecta 'O', Eugenia en cambio parecía sorprendida porque la hubieras besado delante de ellas, pero no de que se besaran. –Chau chicas... -te acercaste y dejaste un beso en la mejilla de cada una y saliste de la habitación.

Caminaste por los pasillos e incluso te enfrentaste a las escaleras, el ascensor te parecía demasiado aparatoso, de repente se que había antojado caminar. Cuando entraste a tu habitación Agustín ya roncaba boca abajo y Nicolás permanecía una un brazo bajo su cabeza, mirando al techo. Vos te sacaste la campera y lo imitaste. Tu cabeza se llenó de imágenes y te perdiste en ellas. Recordabas su rostro en la librería, sus palabras y su sinceridad. Recordabas lo maravilloso que se sentía caminar tomados de la mano y que ella sonriera de vez en cuando al mirarte, que estuviera segura que era con vos con quien quería estar. Recordaste como se acurrucó a tu cuerpo en cuanto te acostaste a su lado, como sus labios encajaron a la perfección con los tuyas, la forma en que se habían amoldado, dos piezas que sólo funcionaban juntas. Recordabas la sensación de dormir junto a ella, de querer fundirte y ser parte de ella para siempre. Y de repente sentiste cosquillas.
Sentías cosquillas en tus manos, extrañabas acariciarla. Cosquillas en tus brazos, querías abrazarla. En tu pecho, necesitabas que se refugiara allí. En tu boca, ansiabas sus besos. En tu corazón y en tu panza... te estabas enamorando.

Ella

Los días se volvieron mágicos. Vos y él no paraban de sonreír en todo el día. Cada vez que se veían el mundo dejaba de existir. De repente volvías a sentirte dentro de un sueño, pero esta vez era un sueño lindo, te estaban pasando las cosas que toda la vida esperaste. Peter era dulce, amable y cariñoso. Peter era compañero. Peter era dueño y esclavo (tuyo y de vos). Peter era atento siempre que lo necesitabas y despistado cuando quería jugar con vos. Peter era tranquilo cuando te contemplaba cada vez que descasabas sobre su pecho y alocado cuando te negabas a besarlo, porque a vos también te gustaba jugar, ya lo habías dicho alguna vez, sabías ambos (juntos) llevaban todas las de ganar. Peter era callado cuando le contabas algo y hablador cuando te aconsejaba. Peter te enloquecía con su picardía y te hacía reír con sus comentarios. Peter decía amar tu sonrisa pero mucho más sentirla cuando te besaba porque Peter te besaba y también te acariciaba. Peter era celoso pero no obsesivo, Peter te cuidaba. Peter te desarmaba a su antojo porque Peter te quería y lo demostraba. Peter era todo.

Mi única curaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora