Capítulo 1: Cornetas en la noche.

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Simplemente no podía dormir. Los nervios me roían el estómago, las incertidumbres atormentaban mis sueños y el miedo acongojaba mi alma.

Así que, como ya había dormido un par de horas y ante la perspectiva de no conciliar sueño alguno, decidí pasear bajo las estrellas.

Recogí mi capa, me levanté silenciosamente y marché al abrigo del cielo.

No sé decir cuantos pasos anduve, ni cuantas estrellas conté, solo puedo describir lo que mis pobres ojos llegaron a contemplar.

La noche era fría, más bien húmeda. No humedad de lluvia inminente, hablo de la humedad de la noche. Hablo de ese frescor que emana de la hierba, de ese viento que acompaña al susurro de los grillos. Ese sentimiento de claridad me acompañó todo mi paseo.

Decidí adentrarme en una pequeña colina no muy lejana. Por el camino, todo iba atormentando mi mente. El miedo a la muerte, el miedo a la derrota, el miedo...Mis pies dibujaban ligeros rasgos sobre el lienzo improvisado del camino .Mi mente empezaba a relajarse, más bien, embobarse con el lento trazo de mis pisadas

Finalmente, tras una eternidad de huellas, hallé mis pies ante una colina.

Fue entonces cuando levanté la vista y contemplé la magnificencia del cielo.

Allá, a lo lejos, un perfecto cuadro en perfecto caos armónico se mostraba ante mí. Benditas estrellas, menos mal que nos recuerdan lo bonito que puede ser el mundo.

Mi vista se fundía con aquel espectáculo, mi mente se marchó a alguno de esos breves sonetos de luz, dejando en ellos, para siempre, una parte de sí.

Mis sentidos desaparecieron. Olía su luz, escuchaba su susurro.

Nada podrá jamás arrebatarme aquel instante, aquel momento en el que saboreé la brisa nocturna de verano y, en el que mi mente se fundió con el todo.

Contemplé la actuación de unas luciérnagas, un increíble baile, un espectáculo digno de un gran teatro abarrotado hasta los topes. Un espectáculo digno de dioses.

Los versos se dibujaban en la noche, mostraban antiguas leyendas, preciosos lugares, alguna que otra anécdota, y por supuesto, una gran elegancia.

Tal fue el encantamiento, que no pude resistirme y aplaudí, con todas mis enerías, había sido una danza memorable.

Eso dio fin al baile, pero no a la música.

Cuando las luciérnagas callaron, me percaté del concierto, los grillos y su cantar.

Las melodías iban y venían a mi alrededor, las notas subían y bajaban.

Esas frases de lino y miel....

Daría mí vida por volver a ver los parajes que aquellas notas me regalaron....

De repente, todo se esfumó, se marchó el ensueño y llegó la realidad.

Lo que me arrastró de aquel sueño fue el quejido de una corneta en la noche, la primera llamada a la guerra.

Se me había olvidado por completo donde estaba.

Pronto llegó el segundo quejido, y con él, revuelo, mucho revuelo.

Fue entonces cuando me incorporé, miré las sonrojadas mejillas del sol saliente y, respiré profundamente.

Era la hora. Victoria o muerte.

El antiguo miedo que roía mis entrañas dio paso al éxtasis de la locura. La congoja, hecha fuerza, la duda, hecha firmeza.

Mi vigor se afianzó con el tercer quejido, sonoro, incontestable; rompió la monotonía de las nubes y logró despertar el rugido del tambor.

Era la hora. Victoria o muerte.

GUERRAWhere stories live. Discover now