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Luzu se encontraba terminando algunos detalles de la montaña rusa de su casa. Había recibido ayuda éstos días por parte de sus amigos; Vegetta, Rubius y Alex. Lo cual les agradeció muchísimo cuando se marchaban.
Pasó alrededor de una hora aproximadamente y estaba un poco agotado. Quería descansar por todo lo que había pasado en la "cita".
Después de que Auron se fuera "obligado" a marcharse del restaurante, estuvo encerrado en su casa sin salir. Se sentía realmente mal con sí mismo. Llevaba una gran culpa dentro de su ser, por accidente le había gritado a Lana sin querer. Todos su enojo a causa de sus celos que guardaba, se desquitó con su amiga.
Y ahora mismo estaba muy decaído. Realmente quería dejar de sentirse celoso cada vez que Lolito u otro compañero se acercaba a Auron. A final de todo, los dos no eran nada.
Una notificación sonó y Luzu se percató de ello. Abrió el mensaje viendo que era de su mejor amigo.
"Rabis: ¿Quieres venir a pescar conmigo? Vegettita no está :c"
El castaño suspiró cansado, en cierta parte no quería salir de su hogar pero necesitaba tomar un descanso o distraerse al menos.
Guardó en orden las herramientas y materiales donde se ubicaban sus cofres. Dejó lo necesario de alimento para todas sus mascotas asegurándose de que estuviera todo bien y correcto.
Lanita no estaba en casa, había preferido salir con Mónica a algún lugar de Karmaland lo que no generó problema en el castaño. Quería darle su propio espacio a la chica. Luzu empezaba a sacar sus propias conclusiones, ya que era muy obvio lo que ocurría entre ellas dos.
Llevó patatas, su arco con flechas, su bolsa de dormir y la caña de pescar. También llevó la armadura por sí acaso aparecía un monstruo mamadísimo y guardó todo en la mochila.
Salió de casa dirigiéndose al mismo sitio donde pescaban los tres amigos habitualmente.
—¡Luuuzu, mi amor! —exaltó Rubius al verlo y le hizo una señal para que se sentara en la arena—. ¿Cómo andas, chaval?
—Umh, bien. —se sentó al lado del chico con su desanimada actitud que trataba de disimular para no agobiarlo.
El de oso lo miró preocupado. Conocía muy bien a su amigo y sus estados de ánimo.
—¿Qué pasa, mi niño? —lo llevó a sus brazos dándole un muy acogedor abrazo—. Sabes que puedes confiar en mí.
Luzu no quería llorar. Odiaba que le abrazaran de esa manera que lo hacían sentir tan débil y frágil. Era realmente difícil para él guardarse sentimientos así cuando se sentía que estaba solo.
—Nada importante, Rabis. —dijo abrazándolo un poco más fuerte.
Rubius lo alejó suavemente para mirarlo a los ojos. Corrió un poco el mechón emo que aparecía de vez en cuando en Luzu. El de oso notaba lo cristalinos que se iban poniendo los ojitos del mayor y caía una diminuta lágrima que secó Doblas con su manga.
