Yo amaba mi barrio. Recorriendo sus calles libremente, disfrutando del aire fresco y el canto de los pájaros. Los niños yendo a la escuela, los adultos yendo a sus trabajos, las personas mayores sentadas en la vereda y los que a la mañana temprano limpiaban su parcela. Todos disfrutaban jugar conmigo. No había vecino en el barrio que no me mostrara cariño, y yo como buen can callejero, tenía amor de sobra para darles. Sin embargo, Don Felipe era mi favorito.
Don Felipe era un señor muy mayor que pasaba las mañanas sentado en la vereda disfrutando de eso que llaman "mate", mientras veía pasar a los vecinos y cuidaba de los más pequeños. Todas las mañanas sin excepción, yo recorría las calles del barrio hasta llegar a la cerca de Don Felipe. Siempre sonriente, ese buen hombre me saludaba con alegría. Aún con la dificultad que tenía para moverse, se las arreglaba para jugar conmigo toda la mañana. La mejor parte llegaba cuando entraba a la casa. No podía contener la alegría, puesto que sabía que vendría con un regalo muy especial: el pan de Don Felipe. Ese pan era una cosa maravillosa. Muchos vecinos me convidaban bizcochos y galletas al pasar, pero no había como el pan de Don Felipe. Era el mejor momento del día. Por la tarde, volvía a mi hogar bajo el árbol de mango donde vivía con mi mamá desde que nací. Allí dormía plácidamente y soñaba feliz con levantarme al otro día y volver a probar ese delicioso manjar.
Un día algo cambió. Los niños dejaron de ir a la escuela, los adultos no salían más a trabajar, las personas mayores ya no se sentaban en la vereda y ya nadie limpiaba su parcela. Ahora todos permanecían en sus casas, nadie quería salir. De tanto en tanto, podía ver llegar unas camionetas enormes con luces azules que pedían a los vecinos que no salieran de sus hogares. A pesar de esto, Don Felipe siempre hallaba tiempo para escabullirse y convidarme su mágico pan. En una oportunidad, ya no podía casi moverse. No dejaba de toser, por lo que regresó pronto a su casa. Lo esperé afuera para jugar pero no volvió a salir. Algo más tarde, un camión de luces verdes llegó a toda velocidad. Los señores vestidos de blanco entraron a la casa de Don Felipe y salieron más tarde con él acostado en una camilla. Quise jugar pero, al parecer, Don Felipe ya no podía jugar conmigo.
Hace varios días que voy como todas las mañanas hasta la casa de Don Felipe. Ya nadie sale a jugar a la vereda. Me acuesto afuera de su casa esperando verlo y probar nuevamente ese pan, pero creo que ya no volverá. De todas formas, me quedaré aquí a esperarlo. Tal vez llegue nuevamente y no me encuentre. Me siento triste, realmente lo extraño... Ahí está ese camión de luces verdes otra vez. ¿Vendrá Don Felipe en él? ¡Sí! ¡Volvió! ¡No puedo parar de saltar de alegría! Él solo ríe y me saluda otra vez como siempre. Espero no volver a separarme de él. Gracias Don Felipe, usted me hace feliz...
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El Pan de Don Felipe
Short StoryEl lado B de la pandemia que tiene en vilo al mundo entero. Una mirada distinta a algo que está muy entre nosotros...