Ave del paraíso

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Es… significativo.
Cualidad sobresaturada. El día crece rigurosamente hasta que el calor estampa tibieza a la cara de Genaro Vázquez. Lo rodea insidiosa, destapa pompas líquidas, pompas de calor o de jabón. Prepara sus manos pensando en lo líquido que es un lago. Desliza un paño y un recuerdo se tropieza hacia un sabor amargo e insalubre, imponentemente verde.

—Bosque… —Se agrieta…—... Aragón.

… la garganta. El bosque se agrieta, Aragón a la garganta. Esa persona que espera nada hace algo sentado. Recipiente con recuerdos: toma uno, los destaza y queda aromas y flores ventriculares. En otro solamente queda algodón y mucha azúcar. Al tomar por la cola al tercero, se revela, mueve su cuerpo de cangrejo y por mecanismo lo deja caer. Se tambalea hasta lograr un perfecto equilibrio entre la línea de la vida y la muerte; se mueve, se toca: es inexistente. Genaro tiene arduas ganas de liberarlo de la pesadez del mundo, se agolpa, la cosa salta, Genaro, cosa, suelo, suelo verde. Un pudiente olor de frescura… lo cortaron no hace más de unas horas. Se reincorpora. Esa cosa, ese recuerdo, nadando en el mar de pensamientos, en lo líquido o en el lago: buceando libremente en otro tiempo, tal vez en otra vida sobrevive.

Las ondulaciones formadas por la cosa en el lago son significativas, inducen vida de toda especie en el laguito. Ve. Verticalmente se estiran unos cuellos de aluminio, estiran infinitamente con picos de gallina aplastada, elevan, y se pierden en sus pensamientos sobre su propia existencia. Arremolinan las olas a la primera oportunidad de despegue, lenta, húmeda, sin ningún valor reflexivo, puramente estética. Llegan, llegan, corrompen las orillas, y Genaro. Genaro Vázquez está saciado de pensar bien las cosas, decide irse al vacío, caminar con la pesadez del mundo: gateando. Primero en cuclillas, observa a tres personas, un brazo fornido, dos manos ancladas, otro brazo formidable, se entienden conjuntamente o hablan. Tres seres, tres libres albedríos, el equivalente a tres magnolias personificadas, dos de altura considerable; la más pequeña roza un deseo hasta que provee un pensamiento liberador, anda libre por el campo boscoso, con pasitos y zapatos blancos, piel de bellota, las nubes cubren endeblemente su cuerpo emancipado.

No parece magnolia. Las magnolias son líricas y perfumadas, de una extremada afección afectiva a los abrazos. Son, permea el ser. La pesadez del mundo las corroe, las orilla a Aragón, un excelente lugar lleno de gateadores sistematizados en el pensamiento de las flores como única dosis curativa de la náusea que provoca ser el propio peso de sí mismo. Sentir rocas ígneas en el cuerpo, de los pies al muslo derecho, izquierdo, que suba la pesadez a la columna, escuchar crepitar los huesos, y la cabeza sienta la existencia querer gritar… y gatear. Los brazos serían libres, tomarían a un pez y este inequívocamente afirmaría no sentirse mejor que antes, se ensuciará de Genaro Vázquez; solo hasta incorporar la alegría al pensamiento, formarían sueños verdes, dulces y amorosos hasta lograr la imagen en una jazmín, piel de bellota.

Se acercaba palmo a palmo, deseo tras deseo: recuerdo traspasado, hasta ver la forma de un gato ponzoñoso. Percibe un crepitar… de basura apestosa ardiendo a no más de diez recuerdos traspasados. Fija la vista, inmovilizada. No sonríe, no hay perlas blancas porque es inexistente la boca que ríe, latente, y sin embargo invisible para el gato ponzoñoso, para el gateador sistematizado, para Genaro. La boca que ríe evoca; los labios son de ceda, el mecanismo de abrir y cerrarlos configura la boca del pez; jazmín, pequeña jazmín, descendiente del suelo, suave terciopelo, aromatizantemente floral.

Las rocas rasparon unas con otras cuando se acercó palmo a palmo. Su vista se desvía sin consecuencias trascendentales. La pupila despide un aura verdinegra que fermenta el bosque de Aragón; hierve el lago, el vapor sodomiza el pasto poco a poco, y se perfuma de humedad. Reaviva la seguridad de fundamentar una esperanza solícita de prolongar la vida del bosque, de ser verde más de lo que ya es, ser el arrebol durante los siete días de la existencia humana, por una extensión de diez décadas. Un lugar de encuentro y desencuentro, caminar cada alrededor del laguito, cada velo ceniciento disparado entre el ramaje de casuarinas, de eucaliptos, de volver y olvidar, cargar, y sentir la pesadez pulverizar los huesos.

Cuando pasó a lado de Genaro, y Genaro Vázquez a ella a la orilla, se escurrieron los peces al laguito. Una explosión sensitiva en la yema, suave, babosa; un mundo condenado a la solicitud de las flores, recia y sensitivamente jazmín. Los recuerdos son la cosa más amorfa de Aragón, la materia gris, la masa más redundante. Viven despegados del presente y se conservan indemnes en la maravillosa facultad pensante. Genaro: le entra a los oídos, burbujean globitos de aire en los ojos, siente el cuerpo tilico, un sabor dulzón y amargo, al emerger a la superficie huele la pesadez del lago. Nada sin sentido, tal vez no sabe… La desesperación le nubla la idea de poder sobrevivir para una vida lírica de novela; se mueve con tal desquicia que las venas se tensan, los pies… las patas se enmarañan de lo verde bajo el líquido circundante en su cuerpo arrugado. El líquido es amorfo, evoca un recuerdo. Uno sensible, de una cualidad irreconocible para el propio tiempo, que se retrae, que se retuerce, mientras el agua entra empalagosamente a la boca; los ojos, la luz se ve como dentro de un charquito, se deforma una vez mirándola.
                                ***
—Entonces, ¿ave del paraíso?

El calor insoportable se dispara como idea; se percibe la tierra del jardín central: seca, recordada, locamente… viven vigorosas las plantas. Resisten con incredulidad; sus hojas hacen pensar en la poca variabilidad en el quehacer de la propia existencia. Algunas están quemadas, otras arrugadas, unas con huecos o cortadas despiadadamente por la mitad. Los bordes son de un tono amarillento, sin ganar predominio sobre el verde.

—O Strelitzia Reginae, también es otra forma de identificarlas —aproxima un velo de aire lírico; sonríe. No son nativas de aquí, pero pueden ser producidas sin ningún problema, aunque limitado.

—Entiendo —mira algunas hojas de árbol regadas por todo el suelo de enfrente. Sentados. Entre sus pies cae una y se raja; más cerca de sí ve sus brazos fornidos, su piel más tensa que nunca.

Las hojas declinan, agitadas, sucias, secas,… El velo de aire lírico las azota. Resisten con esperanza; algunas decaen, y al tocar la calidez de la tierra se agrietan como la garganta, formándose múltiples líneas sobre el amarillo, sienten venir la hora otra vez.

—Lo más bello de ellas es lo que culturalmente creemos sobre esta especie —sus ojos, sus tiernos ojos emancipados. La idea se resume así: Símbolo supremo del paraíso y la libertad.

Decenas de personas aparecen delicadamente, empiezan a crujir las existencias rendidas por todo el suelo vertiginoso. El aire, el suelo, la vida, destellan  homogeneidad. Una reciprocidad que causa la impresión fugaz de pensar el día no como la cosa sin sentido o esfera plasmática: Un sol incentivado, un sol que cede ardor sobre la piel para derretirla, ser moldeable al gusto, y tostarla.

—Es… muy hermosa, debe de serlo. Cuando la vea alguna vez le tomaré una foto.

Detrás de sus lentes: En los ojos eclipsa la luna de queso. El labio inferior y superior se ajustan perfectamente, los dientes de nieve se esconden con el aroma de pétalos y rosas de la lengua; cabello lacio, el cabello rizado perdió el dominio y se aloja en la frescura de la magnolia porque ganar calor es como lo hace insoportable. El velo de aire lírico las descubre, se estiran hasta relucir su color favorito, el carbón. Cubren su rostro: ríe. El sonido melodioso atraviesa la conciencia del olimpo y la inconsciencia del sueño, la capta el deseo; al mismo tiempo las aves y las orejas bailan al son del Cenzontle, pájaro de 400 voces. 
                                 ***
Los ojos del gato comienzan a desvanecerse, la luminosidad escasea en una hojuela blancuzca fantasiosa. Siente la perturbación del agua en las yemas de los dedos; algo dibuja un camino de burbujas de aire lírico, toma su brazo. Eyecta a la superficie con toda la humedad del laguito, con la cara escurriendo sueños. El cuerpo es arrastrado a la orilla: dos manos se entrelazan y presionan el tórax de manera continua y segura; unos labios delicados posan, el aire es refrescante con aroma de pétalos y rosas. Genaro se incorpora y expulsa el contenido del laguito, observa el aura de jazmín… Aurora Jazmín a su izquierda, a magnolia al opuesto. A lado de las suelas del zapato de la pequeña Jazmín sobresale una exquisita existencia, una flor con tres novelísticos sépalos naranjas, tres pétalos azules, el tallo alargado y un recuerdo floral.

—Bien…Puede que sea impertinente la pregunta, pero, ¿tienen idea de dónde puedo conseguir una cámara fotográfica? (29/01/2020)

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⏰ Última actualización: Mar 21, 2020 ⏰

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