3 - CONMIGO MISMO

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Drogo

—¿Ya?

—Sí.

—Comprobemos si ha funcionado.

Alicia se acerca a mí y retira el cuello de mi jersey como quien desenvuelve el mejor de los regalos. Cuando acaba de examinarlo, esboza una gran sonrisa.

—Perfecto, no hay marca. Ahora ya no te podrás negar más a mí.

Le miro con los ojos abiertos como platos. ¿Está hablando en serio? ¿Cómo puede ser tan egoísta? Acabo de matar a Cris, a la mujer de mi vida, y ella sólo piensa en acostarse conmigo. Es asquerosa.

Por mi mente pasan mil y una maneras de hacerle sufrir, pero, por desgracia, tengo que contenerme. Todavía tienen a Lorie. Y a Fiona.

Aprieto los puños tratando de contener toda la ira que brota de mi ser y, soltando un suspiro pesado, salgo de allí.

—¿A dónde vas?

Me detengo un segundo y respondo sin ni tan siquiera mirarle.

—A mi habitación. ¿Algún problema?

—¿Quieres que te acompañe?

Una mueca de asco y disgusto se dibuja en mi rostro. Ni aunque fuera la última mujer sobre la tierra estaría con ella. Aún así, tengo que medir mis palabras. Si me dejo llevar por los impulsos podría estropearlo todo.

—Entenderás que en estos momentos lo que necesito es estar solo —respondo de mala gana.

—Por hoy te lo permito, pero mañana no podrás librarte de mí.

Cojo aire antes de continuar andando. Jamás pensé que llegaría a vivir una pesadilla como ésta. Jamás pensé que el destino sería tan cruel con Cris y conmigo.

Tumbado en la cama saco el móvil y empiezo a ver fotos de mi cosita. Una lágrima se me escapa al ver su preciosa sonrisa. La misma sonrisa con la que se ha despedido de mí. 

Lo que ha hecho hoy me ha llegado al corazón. Ella siempre ha sido fuerte, valiente y muy segura de sí misma, en cambio yo... ¿Por qué no le dejé hablar? ¿Por qué no le escuché? Todo hubiera sido más fácil y sencillo si no me hubiera dejado influir por Alicia, si no me hubiera dejado llevar por esta maldita impulsividad.

Escucho cómo llaman a la puerta, pero lo ignoro.

—Papá, soy yo. ¿Te encuentras bien?

Suelto un suspiro al escuchar la voz de Lorie. La pobre no tiene la culpa de nada. Se ha dejado engañar tanto como yo.

Con un gesto de mi brazo hago que la puerta se abra para cerrarla inmediatamente una vez entra. Se queda en la puerta mirándome con una gran tristeza.

—¿Es cierto, papá? —pregunta con miedo —. ¿Es verdad lo que he escuchado?

A ella no puedo mentirle. Asiento ligeramente con la cabeza mientras veo como las lágrimas comienzan a brotar de sus ojos. Me siento en la cama y le hago un gesto para que se acerque. No se lo piensa dos veces y corre a mis brazos.

—Es por mi culpa, ¿no? —dice entre sollozos mientras yo acaricio su espalda. 

—¿Por qué dices eso?

—Porque es verdad. Si no hubiera venido aquí, jamás te hubieran obligado a hacerlo.

Suspiro. Me sabe malo que se sienta culpable por lo que ha sucedido. En realidad, el único culpable soy yo.

Coloco mis manos en sus hombros y le separo muy despacio de mí, mirándole a los ojos.

—Escucha, Lorie —le explico con tranquilidad —. No quiero que pienses que es por tu culpa. La verdad es que el único culpable soy yo.

DC XII:LA REINA DEL MUNDO √Donde viven las historias. Descúbrelo ahora