CAPÍTULO 13

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—Tenemos un problema —sin ni siquiera un saludo, empiezo a alzar la voz para que Austin me escuche donde quiera que esté en el apartamento. Azoto la puerta y me sujeto a ella como si la estuviera defendiendo para que nadie entre. Mis muñecas están un poco adoloridas por las bolsas de mercado que llevo y veo que Austin está en la sala con una escoba, un recogedor y al frente suyo un bulto de polvo que con una ráfaga de viento mataría a cualquiera.

Me sorprende el drástico cambio que tiene las dos habitaciones principales del apartamento: la cocina y la sala. La cocina a pesar de tener varias manchas en las paredes y la pintura desgastada, además de algunos gabinetes inexistentes, ya no hay tanta basura como solía haber y está más limpio los mesones. Todos los platos completos y los cubiertos están en una pila al lado del fregadero y los dos únicos vasos plásticos que tenemos están encima de la nevera (que ya no tiene esa mancha de color naranja que no tengo ni idea de lo que era en la puerta del congelador). La sala, por otro lado, solo está sin tanto polvo y la almohada y las cobijas acomodadas en la parte superior del colchón, nada más. Aun así, me gusta el cambio.

—Me gusta cómo te quedó.

—No me importa si hubiera hecho una remodelación sabiendo que ibas a llegar con un problema. Y, por lo que veo, no creo que el problema sea que se te haya olvidado la leche.

Me muerdo el labio con el fin de que no vaya a reaccionar con gran furor y terminar pateando ese bulto de polvo. Él abre mucho los ojos esperando impacientemente mis palabras.

—Un detective me interrogó afuera del supermercado.

Austin agarra muy fuerte el palo de escoba y trata de tranquilizarme para no hacer un alboroto.

—Dime que no le dijiste nada.

—No, no —dejo las bolsas en el suelo y me acerco más a él —. La señora de la cabaña que siempre se me olvida su nombre les comentó acerca de nosotros. Claro, ellos no sabían cómo encontrarnos, pero casualmente él estaba en el supermercado y me encontró.

—Supongo que dibujaron tu rostro.

—Sí.

—Pero, ¿cómo pudieron saber que eras tú? Vamos, no creo que te hayan dibujado a la perfección sabiendo que solo te vio dos veces la señora.

Tiene razón.

—Pudiste haberle dicho que no sabía de lo que hablaba.

Cierro los ojos y respiro profundamente tratando de reflexionar la cagada que hice. Joder, ¿Cómo pude ser tan estúpida como para no haber sido más inteligente que él? Lo hice, pero no lo suficiente. Pude haber ahorrado mucho tiempo y preocupaciones si le hubiera dicho que no sabía de lo que hablaba. Aunque...

—De hecho, no —volteo a verlo con el dedo índice en mi labio inferior, pensativa y concentrada; pensando en todas las posibilidades que pueden haber de acuerdo a si me hubiese dibujado a la perfección o no —. Con una alta probabilidad me hubiera pedido una identificación para confirmar mi identidad, valga la redundancia. Solo tengo cargada la identidad de Bedoya.

—Así que de un lado u otro se hubieran dado cuenta que eras tú.

—Bueno, "esa yo". Además, el margen de error de mi identidad en el dibujo es poco probable, por algo son detectives.

—Tienes razón —suelta un suspiro de cansancio, como si se diera cuenta de que esto no lo puede librar por mucho que hagamos, que siempre habrá algo que nos perseguirá hasta que al final descubran la verdad sobre el asesinato de Federico y, como consecuencia, los juegos sangrientos.

Al paso de las horasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora