capitulo tres

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Antes de iniciar quiero aclarar que algunos nombres son japoneses porque me gustan los nombres japoneses, ademas de que siempre tengo problemas cuando de nombres se trata, se me olvidan. Tal vez cambie los nombres japoneses por coreanos para hacer mas realista la historia.

Tambien quiero agradecer a las personas que se estan tomando el tiempo para leer mi historia. De hecho no tenia planeado publicarla aqui, pero queria hacer algo por las personas que, lamentablemente, estan en cuarentena. Hasta ahora no es mi caso pues vivo alejada de los lugares donde se han registrado contagios. Espero que al leer mi historia se les olvide un poco lo que esta pasando y que se diviertan o enojen con los personajes y los capitulos que seguire publicando. Tambien si tienen alguna critica o comentario pueden hacerlo. 

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Capitulo tres

La mañana del día previo a que mi vida se pusiera patas arriba fue martes. Había amanecido soleado y el clima era perfecto como para dar un paseo por la ciudad e ir de compras a las cientos de tiendas de moda que había por ahí. Aki no fue a la cafetería en todo el día y Umiko había decidió centrar su odio en la nueva modelo que estaba de moda. Yami Umiko no se sentía bien con sí misma si no odiaba a alguien, hasta ese momento yo me había salvado de su odio, algo que no pude mantener hasta el final.

Comenzaba a hacerse costumbre que recibiéramos llamadas para entregas a domicilio, cosa que al principio no hacíamos. Akiko lo implemento el día que contesto el teléfono por quinta vez en menos de tres horas, era una señora que pedía dos tartas de cereza y un café irlandés a su casa. Mi jefa, ya harta de la situación, anoto la dirección y se la entregó a un empleado junto con el pedido, casi obligándolo a que lo entregara.

Ese hermoso martes me toco a mi entregar un pedido en el edificio de enfrente, uno de los edificios pertenecientes a la compañía Jae Inc. especialista en crear nuevos idols para el mundo.

Cruce la calle y me dirigí al no tan magnífico e imponente lugar.

El edificio era el más pequeño de la calle, como el tiburón bebe rodeado de magníficos y feroces tiburones adultos. Su arquitectura no era tan llamativa ni explosiva, al verlo daba la impresión de que solo era un lugar más de algún negocio en declive. El interior tampoco era tan lujoso, sin embargo era acogedor, sus mullidos sofás distribuidos en lugares estratégicos te invitaban a sentarte y pasar un buen rato leyendo o incluso dormir una siesta en ellos. Algunas personas ni siquiera llevaban traje formal ni parecían estar atareados con trabajo como suele representarse. Sin duda, el edificio no parecía pertenecer a la gran compañía de tiburones como comencé a llamarla tiempo después.

El pedido que debía entregar era en el último piso. Tomé el elevador y ahí me encontré con una chica de piel pálida y ojos casi azules, delgada; su ropa era bonita y parecía ser de diseñador. Su perfume inundaba el ambiente, era un aroma dulce que seguramente pertenecía a alguna fragancia de Coco Chanel. Ella se bajó un piso antes que yo.

Para cuando las puertas del elevador se abrieron, la cabeza ya comenzaba a dolerme por el aroma que había quedado encerrado en el lugar. Salí y di un largo suspiro para llenar mis pulmones de aire puro antes de dirigirme a la sala de reuniones donde debía entregar la rebanada de pastel y la malteada de vainilla. Pude notar que en ese piso parecía no haber paredes de concreto pues por donde miraras te encontrabas con enormes ventanales de cristal; si te acercabas a ellos y contemplabas la calle daba la impresión de que caerías. Al llegar a la sala de reuniones principal, un hombre alto y corpulento me recibió, al principio creí que el recibiría el pedido pero, extrañamente, me dejo entrar; tal vez las reuniones no eran tan intimas como se supone que deben ser. Mis manos comenzaron a sudar cuando la mirada de los presentes se centró en mí.

Idol. Un Cliché No Tan ClichéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora