Gaby se hartó. No quería seguir siendo el hazmereir de todos. Basta, gritó una voz en su interior. Pero, ¿cómo se suponía que frenaría al indisciplinado de Guille? Y a su panda de secuaces claro, una pelea física era inviable, y no le parecía que esa panda de matones se jugaran las cosas a un sudoku. Entonces no había ninguna manera de frenarlos, pero Gaby se resignaba a seguir de esa manera, algo debía cambiar, eso debía frenar. Después de reflexionar, sin conseguir ninguna solución, y un buen dolor de cabeza, decidió evadirse viendo la televisión, como siempre. Así olvidaba el dolor, las ganas de derribarlo todo, la rabia, e incluso quien era, simplemente se evadía, y se le olvidaba todo. De pronto, vio un anuncio de tintes de pelo, cuyo slogan era "No te sientas mal por tu pelo si tienes canas, tiñelo y vuelve a disfrutar", claro ¿cómo se le había ocurrido antes? En ese momento se sentía pletórico, eurfórico quizás, bueno, eso daba igual. Lo que de verdad importaba es que su problema se iba a acabar, como si el viento de otoño se lo llevara, y con él, toda la pesadumbre, el malestar, ese vacío, esa herida tan grande, esa desnudez que iba colmando su alma, sin que él pudiera evitarlo, sin que él se diera cuenta incluso. Sin más dilación, bajó a la peluquería de debajo de su casa, y pidió un bote de tinte de pelo, castaño claro. La peluquera, preguntó que porque quería cambiar el color de su pelo, con lo poco frecuente que era el pelirrojo de Gaby, y lo bonito que era. Si ella supiera se dijo a sí mismo... Eso le daría tiempo, pensó, así, con el pelo castaño claro Guille no podría meterse con él. Ya no destacaría, y eso era principalmente lo que necesitaba. Ser como los demás. No desctacar. Undirse en la mediocridad. O eso creía él...
Las semanas pasaban y la vida de Gaby era, ¿cómo era en realidad? Monótona, constante, normal quizá. No podía contrastarlo. Los días eran largos, pesados como una losa. Pasaban sin causarle el mínimo interés, sin despertarle curiosidades. Simplemente pasaban. Llegaba del colegio, comía, hacía los deberes, veía la televisión, cenaba, se acostaba, dormía, y vuelta al inicio. El cambio era notable, ya no llegaba con la cara magullada y el cuerpo amoratado a casa. Era mejor, decía Gaby a esa voz que nacía en él, pensando que era uno más, precisamente, lo que siempre se había resignado a ser. Esa voz, que era fragmentos del antiguo Gaby, fragmentos resistentes, que habían logrado no undirse en la mediocridad, que habían flotado en un mar con tempestad.
El tiempo siguió pasando, y Gaby ya ni se miraba al espejo, tanto fué así, que no se dió cuenta de que su pelo volvía a ser de su color característico. Pelirrojo.
Lo que cambió, quizá una tontería, quizá no. No tenía miedo, el que desconoce no siente ¿no? Eso le paso a Gaby, por eso se extraño cuando Guille se volvió a reírse de él llamándole "zanahorio" como solía hacer. Gaby se miró rápidamente en el reflejo de su reloj, y vio su pelo. Su pelo natural, no esa farsa que había hecho creer al resto. Incluso así mismo. Como había dicho algo había cambiado en el. Y esos fragmentos, que no habían muerto en el, resistentes a todos, como si en acero se hubieran forjado, le empujaron, no a hacer daño a Guille, sino a impedir que se lo siguiera haciendo a él. Así que delante de ese corrillo que se formaba siempre, y que tantas veces le había visto humillado, dijo- ¡Basta! Soy distinto, ¿y qué? ¿Que tiene de bueno ser como el resto? ¿No destacar? ¡Menuda porquería! Guille se asombró ¿donde estaba el Gaby sumiso, el que ponía la otra mejilla cuando le hacía añicos la dignidad? El que callaba cuando le proporcionaba la paliza rutinaria... Y ahí sintió miedo, no Gaby, que ahora era un tornado de emociones, y la única que no estaba era esta última. Guille sintió miedo. Miedo de ese cambio, ya no podía meterse con él. Ya se le había acabado el chollo para destacar, y es que necesitaba la ayuda involuntaria de alguien distinto para poder distinguirse, ya que solo no podía.Ese día, cambió la vida de Gaby. Para siempre, pues de moraleja se quedó con que debemos aceptarnos, tal y como somos, porque ¿qué sentido tiene intentar ser cuerdo en un mundo loco?