CAPÍTULO 10

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La nave madre.

Delante sus ojos, sin retorno.

La nave imperial proveniente del planeta Eaklí se posicionaba en una de las estaciones de la inminente nave para aparcar. Un numeroso grupo de guardias aguardaban el descenso de la misma mientras portaban sus armas preparadas.

Alto al fuego.

Las compuertas se abrieron dando paso a un joven adulto de cabellera larga y ojos azul océano, una sonrisa gloriosa reposaba en sus labios carmesí, llevaba sobre sí aires de orgullo y superioridad, sumado a un enorme sentimiento de vanidad.

A sus espaldas, dos guardias de gran tamaño y complexión gruesa traían el cuerpo de un pelinegro en mal estado. Su expresión agotada y su fachosa vestimenta le hacían lucir como indigente, sus cabellos unidos al sudor de su frente y las marcas rojizas en sus brazos daban la impresión de haber estado forcejeando.

El joven delante aclaró su garganta para luego expresar unas palabras:

—Seguro todos lo conocen —se dio la vuelta y se acercó a él para levantar su mentón y mirarlo a los ojos con desprecio—. ¡Él es Blake!, ¡un traidor!

Todo el lugar se mantenía en silencio mediante hablaba.

—¡Todos aquí conocemos a los principales miembros de esta banda de rebeldes idiotas! —se carcajeó fuertemente dejando sus burlas plasmadas en el aire—, ¡y todos conocemos el castigo que merecen recibir estos imbéciles!, ¡¿no es así?!

Una bulla sonó al unísono destacando el monosílabo afirmativo.

"Sí".

Blake cerró los ojos fuertemente y dejó escapar una pequeña lágrima de sus ojos, sabiendo lo que pasaría a continuación.

—No podemos permitir que vuelvan a engañarnos, sino entonces cómo pretendemos ser una familia —la expresión en su rostro era nostálgica, pero demasiado fingida—, ¡toda traición queda grabada en nuestra memoria!

El sonoro bullicio afirmó nuevamente mientras aquel joven de ojos azules sacaba una daga de extraño y hermoso diseño.

—Quizás no conocen lo sucedido, de donde venimos y lo que hicimos, ¡pero estoy seguro de que se sentirían completamente orgullosos! —levantó su arma blanca en señal de gloria y se pudo apreciar bien de cerca cómo un espeso líquido rojo tinto aún seguía fresco en el metal—, ¡no nos detendremos hasta acabar con ellos!

Y a continuación colocó la daga en la mejilla del pelinegro, envadurnandolas de la sangre de extraña proveniencia.

—Abre los ojos, siente la sangre —le susurró, con una ligera sonrisa dibujada en sus labios. El pelinegro abrió los ojos, demostrando como el color rojizo del dolor destacaba en ellos—. Esa sangre que yace en tu piel es del idiota al que decidiste apoyar para iniciar una revolución, ambos son unos fenómenos despreciables.

Aquellas palabras iban como balas a su pecho. Tragó en seco.

—No te creo —espetó entre dientes, casi en un murmullo y con la voz temblando—, no serías capaz de asesinar a tu propio hermano...

—No me conoces, sabandija —hacia presión con su mano y el filo de la daga perforaba lentamente su mejilla mientras él aguantaba arduamente el ardor—, no sabes de lo que soy capaz de hacer.

Y el filo estaba cada vez más dentro de su piel, pero no dolía tanto como las palabras que había escuchado y la imagen del cuerpo sin vida de su único y mejor amigo.

Se sentía como nadar en la deriva, cubierto por aguas turbulentas y tan frías como el hielo.

Las lágrimas caían involuntariamente mientras las gotas de su sangre caían a su misma vez y se deslizaban por su rostro y mentón para terminar en el suelo.

Homeri Oddysea UniversumDonde viven las historias. Descúbrelo ahora