Cuando el reloj se para

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Tick, tick, tick, tick.

Donald Campbell escuchaba atentamente al reloj, su oído se había aguzado naturalmente ante ese sonido. Tedioso y odiado sonido. Porque lo odiaba, pero dios, odiaría aún más no poder escucharlo. Se hundió aún más en el sillón mientras escuchaba el reloj. Afuera el día lo atraía a salir, a ir de compras al Walmart del otro lado del pueblo, a comprar una cerveza Tuborg y a ver si a Tobías Wilson le gustaría ver el partido de hoy mientras Susie hablaba con Linda de las cosas que había visto cuando fue al parque Pecan; como dos jóvenes enamorados estaban haciendo cosas.

Pero ninguna historia iba a ser contada. Salir era ser presa de los perros que en ese atrayente día te clavarían sus dientes en tu cara (sin importar tus gritos porque comprobó que eso no los detenía) y se debatían que parte de tu cuerpo iba para quien dentro de la manada. No, no iba a salir.

Se levantó con dificultad y comenzó a tantear las barricadas que había puesto sobre las ventanas, por donde entraba la luz del lindo día. Iban a aguantar, por lo menos una vez más, luego volvería al garaje (no sin antes comprobar el reloj), y reemplazaría las que se rompieron o debilitaron.

Tres maderas que iban a ser repisas en el comedor seguían bastante firmes, eran anchas y largas, quizás lo suficiente para que los hocicos no puedan tomarlas y destrozarlas. La cuarta madera de la ventana simplemente se mantenía, uno de esos "perros" logró agarrarla por el canto cuando atravesó la ventana con su sucio morro. Donald se había sobresaltado tanto que cargó el rifle y disparó a la cabeza detrás de la madera. Pero allí seguía la tabla. Afuera el ruido del día le informaba que no había nadie, naturalmente. Una idea gorjeaba en su laguna mental y le decía que quizás estuviera solo, que el mundo se había ido dejándole con las bestias.

"Tick, tick, tick" le informaba el reloj al final del pasillo, una hermosa pieza moderna que con sus materiales opacos intentaba imitar a los antiguos artilugios. Como le había gustado ese reloj a Susie cuando lo fueron a comprar. Ella estaba decidida en cambiar el reloj de madera que se encontraba en el mismo lugar en el que ahora estaba el otro, "es de vejestorio" le decía mientras guiaba al carro de la tienda con su mano, y Donald simplemente callaba, porque era mejor no discutir con su mujer, ni Dios podría con ella; entonces llegaban a la sección de relojes y vieron montones, cada uno tan diferente al otro y a su vez, en la expectativa de servirle al comprador una misma función. Había relojes verdes como los campos suizos, rojos que daban la sensación de haber sido forjados meramente con fuego, otros hechos de maderas que a Donald le extrañaba, porque sabía él que una madera como esa no se conseguía en Texas. "No es madera de vejestorio". Y otros relojes, infinitos y pequeños, opacos y claros, con agujas metálicas y pintorescas, o plásticas y simples.

Pero ninguno había llegado a Susie como el reloj de arriba. Ese que se había escondido ante sus ojos y hasta burlado de su altura. Lástima por él, ya que fue descubierto. Mientras ella lo observaba, Donald se encargó de ir a buscar al encargado para pedirle que lo baje. Un joven con lentes lo atendió y luego se perdió entre los pasillos para volver a aparecer con una escalera gris básica. De vejestorio. Una vez bajó el reloj lo sostuvo con ambas manos con la mayor facilidad (aunque parecía pesar) y se los enseñó, Donald observaba a Susie mientras abría y cerraba la pequeña compuerta que contenía el péndulo, luego le devolvió la mirada en señal de afirmación (aquella señal que uno percibe en los ojos de su pareja luego de recolectar muchos años juntos), él asintió y diez minutos más tarde estaba en el carrito una caja que decía "Reloj de Pared Hemrle, Moderno", dos paquetes de baterías de litio, y una revista en la que en su portada aparecía un sillón verde. El mismo que comprarían con Susie un mes después porque querría cambiar esos sillones de vejestorio.

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⏰ Última actualización: Aug 21, 2023 ⏰

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