Un sueño extraño y algo de resaca.

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—Debemos seguir caminado, tú no te preocupes —susurró una mujer de voz madura con un tono de prisa.
—¿Y si volteo por accidente? —dijo el pequeño niño que sostenía su mano.
—Vamos, date prisa.
—No puedo.
—Vamos...
—¿Por qué soltaste mi mano?

Pasos se escucharon a un lado y un sentimiento de confusión se apoderó del ambiente.
Campanillas se oyeron tintinar, voces unísonas al fondo de ellas seguidas de un ruido brusco sin antelación. El viento se sentía frío y húmedo, la paz era segada por una incomodidad singular.
Todo se sentía frío, todo se sentía húmedo. La incomodidad aumentó al punto de no poder ser ignorada.

Abrí los ojos repentinamente separándome de la cama, mis manos se apoyaban en ella y la delgada sábana que me cubría la espalda cayó hacia mi cintura.
Volteé hacia mi derecha y observé mi camiseta hecha bulto en el piso.

«¿A qué hora me la quité?», pensé.
Desperté sudando por todo el cuerpo dejando algo de mi almohada húmeda.
«Ni siquiera hace calor».
Me levanté de la cama para tomar mi camiseta. Estaba mojada.
«Rayos, normal que me la haya quitado» pensé mientras sentía la humedad en ella.

La extendí sobre la cama de Charly, dejándole allí para que se secara.

El reloj de pared marcaba las 3:07 am, la luz de la Luna iluminaba a mi derecha y el silencio adornaba el ambiente con su abrumador canto.

Abrí la ventana para sentir un poco de aire fresco. La incomodidad había podido con mi sueño y dicho estado se había alejado de mí por el momento. La brisa fresca acompañaba al resplandor nocturno.

«Charly suele siempre guardar una cajetilla de Lucky Strike en su mochila», recordé. Habíamos dejado las mochilas en la otra habitación, debería intentar hacer el mínimo de ruido para no despertarlos, pese a que llevaban ya bastante rato dormidos. De cualquier manera, eran las tres de la madrugada, no habría sido muy cortéz.

Abrí la puerta de mi habitación lentamente. Dirigí la mirada hacia el comedor. Observé dos sillas colocadas correctamente en él, y una desacomodada, en la que había estado antes sentado mientras sufría estragos restantes del viaje. El foco aún estaba encendido.

Caminé silenciosamente con mis pies descalzos, apenas unos pasos bastaron para tomar la perilla del otro cuarto. Girándola lentamente la empujé y apenas milímetros de ello logré ver la cara de Charly iluminada por la luz entrante del comedor. Sus ojos cerrados, la boca abierta y la cabeza girada hacia su izquierda.

De repente escuché un agresivo estruendo viniendo de mi habitación. Mis nervios se pusieron de punta por un segundo hasta que pensé con claridad.

«La maldita puerta, la dejé abierta».

Era la puerta quien se azotó por el viento entrando por la ventana abierta, generando corriente de aire que desembocaba en la ventana de la cocina, al otro lado del departamento.

Por suerte ninguno de ellos se despertó e ignoré lo sucedido para continuar...

Caminé lentamente buscando, entre la oscuridad tenuemente alumbrada por el foco de fuera, nuestras mochilas que antes habíamos dejado tiradas por alguna esquina de la habitación. Caminé avanzando unos pasos bordeando la cama hasta que vi allí las mochilas, al pie de la cama y apiladas entre sí.

Jalé el cierre de de la mochila para meter mi mano y así explorar por dentro hasta tocar la caja de cigarrillos de Charly.

Toqué una bolsa de plástico con algo enrollado dentro de ella, la saqué y la dejé a un lado y seguí buscando entre los cuadernos. Abrí el cierre siguiente y con el más mínimo esfuerzo pude diferenciar la caja con la minúscula cantidad de luz que me alumbraba desde la puerta.

El último bluntDonde viven las historias. Descúbrelo ahora