El sueño de María Tudor

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El trono inglés ya había visto esplendor y desgracia, por ejemplo el caso de la valiente consorte de Enrique VIII (un hombre mujeriego), Ana Bolena, siendo mártir por la condena y por los hechos infundados contra ella.

Llegó al poder la temible María Tudor, la sanguinaria, dadas sus acciones venenosas como todo su ser. Era hija de Enrique VIII y de Catalina de Aragón. Su infancia, fue en pocas palabras, un amargo recuerdo. Sus padres querían un heredero, no una mujer, porque en aquellos días un hombre tenía mejor recepción que una mujer, aunque la mujer puede ser mejor monarca.

Sin embargo, desde muy temprana edad, desarrolló uno de sus peores defectos, ser fanática del catolicismo. Se dice que hay personas religiosas, pero no tiene nada de malo, ya que son tolerantes y no fuerzan a nada. En cambio, ésta mujer era mojigata y tenía un carácter irritante.

Sentía celos de Isabel, ya que con su nacimiento, tuvo que renunciar a muchas cosas, pero ¿quién es culpable de nacer? Sin embargo, su padre no sólo contrajo matrimonio con Catalina y con Ana, sino que a la muerte de ésta última, pudo seguir sus propios consejos insensatos y darse en casamiento con Juana Seymor. De este matrimonio nació Eduardo VI, pero este nombró a otra sucesora, aunque María se las ingenio para llegar al poder.

Al principio mostró indiferencia por el protestantismo, pero al menor contacto con Julio III (otro súbdito de la avaricia y de la opulencia), entonces la joven reina cambió de parecer. Persuadió a otros tantos e incluso al mismo Parlamento, que logró revocar la religión protestante, para que el catolicismo entrara, algo que fue incluso más fácil, con el apoyo de su marido Felipe II.

Entonces, después de tanta calma, vino la tormenta. Las leyes sobre la herejía fueron instituidas nuevamente, por lo que se dieron las terribles persecuciones marianas. La bruja o mejor dicho, la reina María Tudor, asesinó a muchas personas inocentes, de ahí que fue apodada como la sanguinaria, ya que muchísimas personas perecieron en la hoguera.

Pero ¿dónde estaba la princesa Isabel? Aquella joven sensata, inteligente y prudente estaba recluida en la Torre de Londres, por muchas razones, entre ellas por mantenerse fiel a su fe protestante y otra fue la rebelión de Thomas Wyatt en 1554, con la que trataban de evitar que María llegase al trono, pues intuían los planes siniestros que tenía con el pueblo inglés. María se enteró y triunfó, pero a pesar de querer castigar a Isabel, el Parlamento le negó esa satisfacción.

Mientras tanto, después de que Isabel vio un poco de libertad, fue vigilada por Sir Henry Bedingfield. Ya era 1555 cuando esta muchacha se encontraba en Hatfield House.

María tuvo episodios realmente vergonzosos, como sus embarazos psicológicos y en 1558 estaba muy enferma. Antes, Felipe II había obligado a Isabel a contraer un matrimonio ventajoso para los Habsburgo y para el clero católico y romano, pero nuevamente Isabel tuvo fe y rehusó hacerlo.

Pues bien, en esos días de 1558, María estaba grave y en una noche, cuando las doncellas habían preparado el aposento, corriendo las cortinas y apagando las velas, María sintió más sueño del acostumbrado, cerrando los ojos y perdiendo la noción del tiempo.

De repente, sucedió algo extraño. Estaba consciente y escuchaba alrededor suyo, pero no podía abrir los ojos, cosa sumamente molesta cuando ocurre, pero este caso no parecía ser como el primero, más bien parecía un estado de excitación en el que el cerebro se encuentra cuando escucha ruidos a altas horas de la noche y son asociados con cosas sobrenaturales. Estaba en ese estado, cuando una voz masculina traspasó el lugar, con el propósito de entablar una conversación con la reina.

— Vuestra salud está en un precipicio. Nadie me habría dado una descripción tan desfavorable de vuestra majestad, como la veo ahora, débil.

María por fin pudo despegar los párpados. No era la voz de Felipe, pues el timbre era fuerte y el inglés era sumamente fluido y común, aunque no por eso dejaba de ser refinado.

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