BRUJA

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Comencé a abrir los ojos lentamente, pero no resultaba fácil debido a la gran cantidad de luz que llenaba la habitación. Todavía me dolía la cabeza. Los recuerdos de la noche anterior se arremolinaban en mi mente de forma desordenada y borrosa. Nada de lo sucedido tenía sentido para mí. Por un momento pensé que todo había sido un terrible sueño producto de mi gran imaginación, pero cuando conseguí ver la habitación en la que me encontraba, no tuve más opción que admitir que todo cuanto había acontecido unas horas antes había sido real. Recordé mi caminata en medio de la noche hasta caer en aquel callejón oscuro, las palabras de Carlo que seguía sin comprender y cómo César había aparecido de la nada y me había salvado. Cuando cerraba los ojos seguía viendo a Carlo volar por los aires empujado por una extraña fuerza y como bolas de luz atravesaban el aire en ambas direcciones. Pero lo que mejor recordaba era el dolor que me produjo mi huida en brazos de César. Intenté poner en orden todas esas ideas para comprender mejor lo que había sucedido pero era inútil. Las únicas explicaciones que se me ocurrían parecían salidas de películas de clase B.

Unos minutos después, mis ojos consiguieron acostumbrarse a tanta luminosidad y por fin pude observar con detenimiento la habitación en la que me encontraba. Aquel dormitorio era demasiado clásico para mi gusto. No parecía en absoluto el de un chico joven, con aquel cabecero de madera labrada, muebles en tonos oscuros y con incrustaciones en dorado y marfil y que, al igual que el cabecero, resultaban demasiado recargados en adornos, cortinas de terciopelo de color granate y un gran espejo dorado que parecía sacado de la época barroca. Todo parecía pertenecer a otra época. Puede que sólo fuese un cuarto de invitados pero aún así, seguía pareciendo un cuarto sacado del siglo XVII. Era imposible que aquella habitación fuese de César pero, ¿de quién sería entonces?

Con mucho esfuerzo, conseguí levantarme de la cama pero no me resultaba fácil mantenerme en pie. Las piernas aún me temblaban y todavía no había recuperado mi fuerza habitual. Necesitaba descansar más pero tenía tantas preguntas que necesitaban respuestas que me hubiese sido incapaz volver a dormir.

Seguía llevando la misma ropa del día anterior pero mis medias rotas eran la prueba de que algo había pasado horas atrás. Probablemente se rompieron cuando estuve tirada en el suelo del callejón.

Entonces, recordé la llamada que Meli me había hecho y que Carlo se encargó de que no contestara. Necesitaba encontrar mi móvil y llamarla para asegurarme de que estaba bien. Busqué por toda la habitación pero no encontré mi bolso por ningún lado. No había rastro ni de él ni de mi cazadora.

Me encontraba mirando en los cajones del escritorio cuando unos golpes contra la puerta hicieron que me sobresaltara. Cerré los cajones de golpe y me dirigí nerviosa hacia la cama donde me senté.

-Adelante.

No sabía qué iba a suceder una vez que aquella puerta se abriera pero sí sabía que lo primero que tenía que preguntar era por Meli. Debía asegurarme de que verdaderamente se encontraba bien.

César atravesó la puerta con la misma cara falta de emociones que siempre mostraba. Sólo la noche anterior había conseguido ver preocupación y rabia en su rostro, pero únicamente el tiempo que duró su enfrentamiento con Carlo.

-¿Cómo te encuentras? - preguntó poniéndose frente a mí.

-Estoy todavía un poco cansada pero me encuentro mucho mejor. Gracias, sobre todo por lo de anoche, aunque no sé muy bien qué fue lo que pasó.

-Te dije que tuvieras cuidado - dijo como si estuviese enfadado. - ¿Es que quieres que te maten?

Me sentí como una niña pequeña a la que regañaba su hermano mayor. Y lo peor de todo es que ni siquiera sabía qué era lo que había hecho mal.

La nigromante (TERMINADO) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora