Llevaban cerca de cuatro meses viéndose a escondidas, siempre de noche, dentro de una cueva oculta tras una cascada. Deidara la había encontrado una tarde en que, harto de las tonterías de Tobi, decidió uir de la guarida y meditar un poco sobre su efímera existencia. Sin saber cómo, termino llegando precisamente ahí.

Esa noche en específico no había luna y los alrededores estaban sumidos en oscuridad. Deidara estaba dentro de la cueva, había encendido varias antorchas para iluminar la oscuridad mientras pasaba el tiempo moldeando su arcilla a la espera de que ella llegará.

Escapar de la guarida no había sido un trabajo sencillo, precisamente esa noche la había tocado hacer guardia a Itachi. Una de las reglas de Akatsuki era: no salir de la guarida a escondidas y sin el consentimiento de Pein. Si alguien lo hacía, bueno, era mejor no saberlo.

El rubio había creado un clon de arcilla dejándolo en su habitación, luego había tenido que crear una distracción para lograr burlar a Itachi por más difícil que eso fuera. Deidara sabía que se estaba jugando su masculinidad en eso, pero no le importaba, llevaba más de una semana sin verla y dentro de dos semanas él y Sasori saldrían a una misión para conseguir información sobre el bijuu de una cola y Suna estaba a un tiempo considerable de su ubicación. Eso quería decir que no la vería en varios días y no quería que Myūzu pensará que ya se había olvidado de ella.

Deidara suspiró, tal vez esa bonita chica ya lo había olvidado ¡Vamos! Más de una semana sin llegar al lugar acordado haría creer a cualquiera que no hay interés; sin contar que en ningún momento hubo palabras de amor, promesas o... Una relación. Solo llegaban a ese lugar, hablaban por horas tumbados en el poco cesped que crecía al borde de la entrada, mojandose por la brisa traviesa que se cuela al interior de la cueva. Reían, se miraban y en algunas ocasiones ella lo tomaba de la mano sin importar que la lengua de la boca en su mano le hicieran cosquillas. Él se sonrojaba pero no la soltaba, solo se quedaba ahí, mirándola, escuchándola respirar para luego darse cuenta que se había quedado dormida; entonces la abrazaba y se obligaba a no cerrar los ojos solo para poder verla. Antes del amanecer, le acariciaba la mejilla y luego volvía a la guarida. Hacía eso cada que tenía oportunidad confiando en que ella estaría ahí cada noche, dispuesta a escucharlo hablar sobre su arte, y él, dispuesto a escuchar lo que quisiera contarle.

Pero esa noche Deidara comenzaba a perder la paciencia. Necesitaba de ella, de su voz y su calor. Necesitaba que alguien lo cuidará aunque no lo necesitará. Necesitaba verla.

Myūzu había entrado en su corazón poco a poco. Se había apoderado de él sin usar algún jutsu, solo lo había mirado, sonreído y tiempo después hablado. Había sido la única capaz de seguirle el ritmo y sonreír con su inmadurez; no había diferido tanto con su definición de arte verdadero, y lo más importante era que disfrutaba de la belleza de lo efímero capaz de alegrarte el corazón en los momentos más oscuros y dolorosos. Myūzu no solo lo entendía, también lo hacía olvidarse de todo. Y para alguien a quien le habían arrebatado su libertad y dejado solo odio, era algo hermoso.

Cansado de esperar por más de una hora, Deidara decidió apagar las antorchas y volver a la guarida, era obvio que ella no apareceria. O tal vez...

—¿Deidara?

el arte es una explosión. (una historia sobre Deidara)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora