Huida (I)

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–Yo me ocupo de las hormigas– se ofreció la lince.

Su hermana asintió, colocándole una Barrera Ciclónica y curándola, antes de dirigirse hacia la dríada. Más de un litro de sangre había sido extraída de ella, debilitándola aún más.

Con rabia, Goldmi arrancó el fino cilindro y le aplicó Curación Básica, cerrando la herida y otros pequeños cortes. Sin embargo, no podía curar la falta de sangre. No sabía como ayudarla.

Maldijo para sus adentros a la maga que acababan de eliminar, y usó Vínculo Visual para observar la situación desde más cerca. Quedaban unas treinta hormigas, y no sabía cuantas se acercaban. Probablemente, podrían resistir allí, pero igual la dríada no sobreviviría.

Tenían que escapar, pero no podían confiar en Camuflaje, o en esquivar entre las piernas de las hormigas, ya que debían llevar a la dríada con ellas. Así que tenían que limpiar primero el camino.

La elfa se acercó, con la dríada en brazos, mientras una de las hormigas caía y otra tomaba su lugar. Había guardado todos los utensilios de la maga en el inventario, e incluso la sangre, o el cuerpo de ésta. No sabía si podían ser útiles para salvar a la dríada, así que era mejor llevárselo todo, por si existía esa posibilidad.

–Yo me encargo de las de atrás. Ábrenos paso– pidió, tras dejar a la dríada con suavidad sobre una mullida cama sacada de su inventario, y envolverla en una manta–. Está grave, debemos llevarla fuera cuanto antes.

La lince asintió. Su cuerpo cubierto en llamas se abalanzó hacia la siguiente hormiga, dispuesta a correr más riesgos. La urgencia de las palabras y voz de su hermana eran evidentes, la dríada estaba en peligro.

La elfa tampoco se contuvo, invocando tres Tornados para atacar y bloquear la retaguardia, aunque ello significara agotar sus reservas de maná. Había tomado una poción para aumentar el reabastecimiento, pero sólo le serviría para ganar un poco más de tiempo. Necesitaban darse prisa.

Así que, una vez eliminadas las hormigas más cercanas, empezó a apoyar a su hermana, disparando hacia las que se interponían en su camino. Eran nueve, y la primera de ellas no tardó en caer, Desgarrada por la felina.

La segunda, con dos flechas en un ojo y una en el otro, pronto perdió el equilibrio al ser seccionadas dos de sus patas, siendo presa fácil para unas poderosas mandíbulas.

De un solo nivel más en algunos casos, o hasta varios menos en otros, las flechas de la arquera, potenciadas con Flecha Penetrante, podían atravesar fácilmente sus defensas. Y aunque pudieran bloquear algunas de ellas, no podían hacerlo con todas.

Así que las hormigas eran cegadas antes de enfrentarse a la lince, o mientras lo hacían, además de que otros proyectiles se clavaban en su abdomen o la base de sus antenas.

Pronto no quedaron más de cuatro, luego tres, dos. En ese momento, la arquera echó un vistazo hacia la retaguardia de sus enemigos, donde sus Tornados mantenían a raya a las hormigas y agotaban sus reservas de maná. Inmediatamente después, volvió a entrar al escondite y alzó a la dríada en brazos. Cuando salió, la penúltima hormiga había sucumbido, mientras que la última murió antes de llegar junto a su hermana.

–Sube– insistió ella, a pesar de las heridas.

No querían gastar maná, pero podían compartir el dolor con Vínculo de Vida y tomarse sendas pociones, por mucho que la lince se quejara del amargor. No disipó los Tornados hasta que se hubieron alejado más de cien metros. Estos habían aniquilado a unas quince hormigas que, cabezotas, habían seguido avanzando a través de ellos. Sus patas habían acabado seccionadas, y ellas cayendo sobre el destructivo hechizo, que había acabado reclamando sus vidas.

Sus reservas de maná estaban bajo mínimos, pero habían escapado por el momento. Algunas hormigas se lanzaron en su persecución, mientras que otras siguieron agrandando la abertura.

Se encontraron hasta tres hormigas por el camino, pero pudieron sobrepasarlas con facilidad. Entre los ataques de la elfa y la velocidad de la felina, no representaron una gran dificultad. Y, a pesar de que las seguían, no eran lo suficientemente rápidas como para alcanzarlas.

Aunque, lo que más las preocupaba no eran las hormigas, sino la dríada. Su respiración era sumamente débil, y se temían que pudiera morir de un momento a otro.

Fue entonces cuando el túnel se ensanchó, llegando a una especie de enorme gruta, donde incluso podían verse raíces, lo que indicaba que estaban cerca de la superficie.

Sin embargo, había un problema. Más de medio centenar de hormigas estaban allí, en un lugar lo suficientemente amplio como para ser atacadas por decenas de ellas a la vez. Y la supuesta salida estaba tras esas hormigas, siendo taponada poco a poco.

Quizás podían defenderse en el túnel, aunque sin duda serían atacadas por dos frentes. No obstante, si lo hacían, quizás la dríada no sobreviviría el tiempo suficiente.

No sabían qué otra posibilidad tenían. Enfrentarse a todas ellas al mismo tiempo, mientras protegían a la dríada, y expuestas a la llegada de más hormigas, no parecía una buena solución.

Daba la impresión de que, tan cerca de escapar, habían llegado a un callejón sin salida, y que incluso sus vidas estaban en serio peligro.



–¿Deberíamos ayudarlas?– preguntó una de las sombras.

–No hace falta. Están suficientemente cerca de la superficie. Si las matan las hormigas, mejor. No tardarán en descubrir sus cuerpos, solo tenemos que asegurarnos de que esos insectos no se las lleven– explicó una segunda

–¿Entonces ayudamos a que las maten?– sugirió una tercera, sin esconder su deseo.

–Eso sería peligroso. Si nos acercamos más, corremos el peligro de ser descubiertos. No podemos correr ese riesgo– se negó la cuarta, que no obstante también deseaba matarlas.

–Pues nos tendremos que conformar con esperar– suspiró la quinta.

Todas ellas deseaban llevar a cabo una masacre, en especial acabar con la dríada, pero las órdenes de su señor eran claras, y los motivos evidentes. No podían arriesgar los planes cuidadosamente trazados durante cientos de años por una victoria puntual, por dejarse llevar por sus instintos.

Además, si algo temían, era la ira de su señor. Si cometían un error y comparado con el castigo, la muerte sería una alivio que no se les concedería.

Así pues, se quedaron allí, esperando y observando la situación, invisibles a las hormigas, a la elfa y a la lince, y alejadas de la peligrosa superficie.

Regreso a Jorgaldur Tomo II: la arquera druidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora