━━━━━━ ✰ ⌇ ⌗𝐄𝐑𝐎𝐒: sin duda un ser excepcional; ojos tan profundos como el océano que escondían mil secretos y a la vez gritaban tantas verdades; labios deseables, como una manzana madura lista para ser mordida; codiciable, definitivamente una fr...
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El caos era cosa de todos los días, así lo creían los inmortales y los que morirían en alguna instancia.
¿Caos? En simples palabras era lo que procedía de sus raíces y su origen, un abismo oscuro y profundo sin final. Inclusive se decía que gracias a este existían todos aquellos dioses que al escuchar la palabra se dedicaban a buscarle un significado sin llegar a nada.
Nadie esperaba que fuera el mismísimo caos el que los condenaría de alguna manera, lo que los haría descender de las nubes y los dejaría en la tierra que observaban con soberbia desde arriba. El día del caos, irónicamente era llamado así aquella ocasión en que el Olimpo quedó destruido y en ruinas, lo que obligó a los dioses a descender y camuflarse entre los mortales que alguna vez condenaron desde arriba. Todas las deidades tuvieron que pisar tierra mortal y se ocultaron entre las masas de gente, viendo como la vida pasaba frente a sus ojos.
Y cuando me refiero a todos, era a todos, desde el dios de la luz hasta el de la oscuridad, y desde el más pacífico al más escandaloso. Cada uno de ellos contando con lo que poseían arriba, pero viviendo la vida común y corriente de los mortales.
Era bajo ese contexto en el cual unas pisadas no se oían en el ajetreo común de la ciudad, una ciudad como cualquiera llena de problemas sociales, políticos y gente que se escondía en las calles para olvidarse de estos en las compras desmesuradas o en la comida rápida.
La luna cobijaba las almas que paseaban tranquilas por aquel lugar tan lejano de ser ideal, solo aparentaba serlo o bueno eso pensaba el dueño de las pisadas. Sus pies lo llevaron a las puertas de un hospital ajetredo a aquellas horas de la noche, ingresó siendo invisible para la mayoría del personal médico.
Gente corriendo de un lado a otro, heridos de gravedad y gente desesperada, eso era lo que percibía con solo caminar un poco.
"Vaya lugar, todavía cuesta acostumbrarse."
Los cabellos negros del joven se movieron gracias al pasar rápido de las personas, sonrió de lado y avanzó por el pasillo donde las personas con enfermedades terminales se encontraban, abrió la primera puerta a la derecha donde una mujer dormía solitaria en la gran habitación. Se notaba que era querida por su familia debido a la cantidad de regalos que le daban vida a la apagada y triste sala de hospital.
Sonrió con tristeza y avanzo hasta sentarse a su lado, paso una mano por su rostro delicadamente hasta llegar a su corazón. Dejó ahí la palma de su mano haciendo aparecer una luz que poco a poco se alejo del cuerpo de la mujer para ser depositada en el collar del pelinegro, este se agitó suavemente y luego reposó tranquilo en el cuello del joven, que al ver como los colores del rostro de la mujer se iban decidió marcharse y cerrar la puerta tras sí.
