Siete

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-¿Alguna vez se ha enamorado, Sasori dana?- preguntó el rubio mientras caminaban por el bosque.

Habían salido a una misión al país de las olas y se dirigían a la guarida a darle el informe a Pein.

Sasori, dentro de su marioneta Hiruko, soltó un bufido de molestia.

-no deberías pensar en eso, mocoso. Ese sentimiento solo te detendrá en tus planes.

-¿Pero no ha querido sentirlo alguna vez? Tal vez sea tan hermoso como el arte. Tal vez sea el punto medio entre su arte y el mío; ya sabe, algo efímero durando para siempre.

-no hay sentido en tus palabras, Deidara, solo eres un niño que posee todas las cualidades para morir joven.

-si, tal vez, pero aún así el arte nunca morirá aunque yo lo haga.

-esta dando por hecho que el arte verdadero es eterno.

-¡Yo nunca dije eso, dana!

Deidara cerró los ojos y se dejó perder en los movimientos de los labios de Myūzu; eran suaves, fluidos e hipnotizantes. Era la segunda vez que se besaban, sin embargo los movimientos estaban tan sincronizados que parecía que ya lo habían hecho un millón de veces.

El rubio se soltó del agarre de la chica y la atrajo más a él para profundizar el beso, pero está vez no utilizó las palmas de sus manos, no quería que ella huyera.

-debe ser molesto, Deidara-sempai- el rubio lo miro con una ceja alzada- me refiero a sus bocas ¿No es molesto cuando va al baño, o cuando quiere tener contacto físico con otra persona sin llegar a algo más?

-Tobi- lo reprendió el pelirrojo conociendo bien el temperamento de su compañero.

-solo quiero saber, Sasori-sempai ¿Acaso usted nunca se lo ha preguntado?

-bueno...

-¡Dana!

Tobi comenzó a reír como idiota mientras veía sus manos enguantadas.

-aunque deben ser convenientes ¿No, Deidara-sempai? Ya sabe, no tiene novia y es un adolescente con las hormonas alocadas- volvió a reir- sería fácil para usted...

No pudo terminar de hablar porque un molesto y sonrojado Deidara le dió una patada que lo hizo caer de la silla donde se encontraba sentado.

-¡Sigue hablando idiota y te meteré mi arcilla por el trasero y te haré explotar!

-oh, vamos sempai, estoy seguro de que ya lo ha hecho, no tiene porqué molestarse u ocultarlo.

Segundos después hubo una explosión que casi destruye la guarida en que se encontraban.

Myūzu se acomodó sobre las piernas de Deidara, las piernas abiertas aprisionando las de él. Ninguno de los dos sabía cómo habían terminado en el piso. El artista estaba recargado en la pared de la cueva, mirando al techo y acariciando la espalda de Myūzu con la punta de los dedos. Ella solo estaba ahí, acurrucada sobre el pecho del rubio, mordiéndose una uña y tratando de regular su respiración.

-Dei- susurro después de varios minutos en silencio.

-¿Si?- dijo el chico de la misma forma que ella.

-no te vayas otra vez.

Deidara trago saliva. Sabia que se iría en una semana y que el viaje a Suna sería largo y arriesgado si los descubrían; él confiaba en sí mismo y en su arte, pero también sabía que los jinchurikis eran peligrosos; pero tampoco podía mentirle diciendo que se quedaría con ella, hacerlo conllevaría a ponerla en riesgo y él no quería eso.

el arte es una explosión. (una historia sobre Deidara)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora