Corriendo, así es como Elisabeth vive la vida. Corriendo de la vida, de los problemas y de todo lo que rodea su alma que no es su propio cuerpo. Le encantaría poder escapar de sí misma, como mucha gente consigue chutándose cosas innombrables y despertándose con mil y un desconocidos. Pero Elisabeth era fea, el ser más horripilante que habían visto sus compañeros, o eso es lo que siempre le recordaban ellos.
Los pasillos de ese instituto eran lo más parecido a un infierno que ella o cualquier otro humano hubieran asimilado en toda su vida. Los insultos eran el desayuno, la comida y la cena de la pobre alma atrapada en el cuerpo de Liz. Pero ella tenía la culpa de haber nacido así ¿no? Ella creía que estaba maldita, no era normal que, con solo 17 años recién cumplidos, ya quisiera quitarse la vida tan rápidamente como los suspiros del viento en una noche de primavera. Estaba sola en el mundo, nadie la entendería jamás, era demasiado fea como para que alguien quisiera acercarse a ella más de 2 metros. Bueno le quedaba Frank.
Frank era su novio, la única persona en el mundo que la quería de verdad. Él siempre le decía a ella que, aunque era fea (se lo solía recordar) y que, aunque se merecía todo lo que le hacían en ese instituto; la necesitaba, porque era un pedazo de él. Frank era una persona posesiva y violenta. A veces, muchas, asustaba a Liz. Pero se merecía eso, era solo culpa de ella, él solo intentaba que hiciera las cosas bien a la primera, solo la ayudaba a ser mejor.
El viento le daba en la cara, aullándole que no sería capaz de nada en la vida, que era una asustadiza y que de ser una persona segura de sí misma había pasado a ser una tía estúpida y asquerosa que no valía ni medio euro. Sacudió su cabeza para alejar esos pensamientos masoquistas de su cerebro: imposible. Seguía corriendo y por una vez en su vida, corriendo bajo la lluvia entre la maleza del bosque del condado se sintió libre, se sintió suya. Sabía que esa sensación no duraría mucho, en cuanto la encontraran le harían lo peor que se le ocurriera al monstruo de Agatha. Pero entre el horror, Liz encontró su cielo y lo estaba disfrutando como un niño con un caramelo. Como el viento, pasó entre unas casas alejadas del centro de la ciudad. Elisabeth empezó a sonreír cuando escuchó las campanadas de la iglesia del Carmen, el sonido que hacía el mundo de Liz un poco más ameno y bonito.
Podía pasarle cualquier cosa mala, cualquiera, pero había algo en ese mundo que lo ataba mucho más a él y que ni siquiera la loca de Agatha podía arrebatarle. Elisabeth se tocó la gargantilla que tenía con su flor de loto color plata y un pequeño rubí en el medio que ni siquiera ella sabía de donde la había sacado. Era lo más increíble que jamás había encontrado, como un cofre del tesoro en la negra noche de Halloween, cuando crees que lo único que encontraras será un pase para el tanatorio, lo abres y descubres algo sumamente increíble. ¿En qué consistía esa flor que era casi como una llave a otro mundo? En realidad, no hacía nada, ni siquiera sabía que puerta abría. Pero bueno cuando estas a punto de hundirte lo más lógico es que te agarres a lo más duro que encuentres y en este caso era una flor-llave roñosa.
Liz dejó de correr, había llegado a un descampado, ahí la encontrarían demasiado rápido; era vulnerable. Se dio rápidamente la vuelta para volver al bosque, pero era muy tarde. Leila, Mónica y, por supuesto, Agatha estaban esperándola. Esta última les hizo un gesto con la cabeza para que esas dos se acercaran más y más a Liz. Esta intentó correr en la dirección contraria, pero se resbaló y cayó. Leila y Mónica empezaron a darle patadas a nuestro pequeño perro herido, no discriminaban ninguna de las zonas de su cuerpo. Liz tenía 17 años, había recibido palizas de parte de esa gente desde los 6. No había menstruado ni una sola vez. Frank decía que, si se quedaba sin eso mejor, podrían hacerlo las veces que él quisiera sin tener problemas de que ella se quedara embarazada.
Cuando los animales de las criaturas esas llamadas personas o niñas terminaron, Liz no podía ni levantarse, la sangre le nublaba la vista, pero sabía lo que tenía que hacer. Cogió el móvil que tenía en su bolsillo y marcó el número de Frank. Él le dijo que tardaría dos horas en llegar, que no saldría del trabajo porque una estúpida que no sabe cuidarse sola. Frank trabajaba ayudante de contable en una empresa fuera de la ciudad. Se llevaban 7 años, a Liz ,al principio, le parecía demasiado, pero sin él no sobreviviría, solo había que ver como la trataba el resto de la gente. Le dolía muchísimo el estómago y la cabeza empezaba a darle vueltas. Parecía un gorrino recién muerto bajo un charco enorme de un líquido granate potente y luminoso. Ahora que Liz observaba su sangre con atención se percató de que su sangre no era roja, sino que tenía una mezcla de color plateado, como gotitas de color gris brillante en esta. Estaba empezando a delirar, sí que estaba mal. Entonces reconoció una voz que llamaba por ella, un susurro entre los gritos del dolor y la desesperación que estaba sintiendo ese mismo momento su alma y su cuerpo. Entonces la escena se tiñó de negro antes de que ella pudiera cerrar siquiera los ojos.
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El tercer submundo: hija del cielo y del infierno.
FantasyElisabeth Casandra Larsobien, 17 años. Pelo negro y ojos azul turquesa. Estatura de más o menos un metro setenta y dos. Lleva con ella una tilla rosa pastel, también la acompañan dos tietirus de nombres Zigor y Axel, un guardián de nombre por ahora...