-Aquí SIERRA DOS, informen a la pareja del norte que evacuen la zona de inmediato.
-¿Tenemos resultados?- pregunta Robert Hampton a Cristian, mientras dirige su mirada al horizonte.
-Hasta el momento no, señor, he estado intentando comunicarme con ellos pero no hay respuesta.
-¡Demonios! Ya deberían oírnos, nos hemos aproximado bastante.
-Aquí SIERRA DOS, ¿me logran escuchar? repito, aquí SIERRA DOS, información de la base. -Intenta Cristian -Nada Señor, sigamos caminando.
-Falta poco, la brújula indica que vamos en la dirección exacta, unos minutos más y seguro nos podemos comunicar con ellos.
Robert y Cristian caminaron en dirección al noreste intentando enviar la información a los hermanos Ford pero la señal era escasa y las esperanzas de Sven y Emma en el norte iban disminuyendo cada instante más.
El clima se tornaba extraño, el cielo se oscureció a un tono gris opaco, pasó un aire helado por sus cuerpos y de repente cada hoja de cada árbol quedo meramente intacta, como si fuese la pintura de un cuadro artístico.
-Poco tiempo de vida -dijo Cristian casi que para sí, con una leve sonrisa en la esquina de sus labios.-¿Perdón? -pregunta Robert extrañado.
-Nada.-Bien, pues sigamos intentando.
-Aquí SIERRA DOS, dentro de poco estarán muertos.
Cristian quedo paralizado con el radio a una palma de su boca, tenía la mano impregnada de sudor, el radio se deslizo y calló al suelo como en cámara lenta, tenía la mirada profunda y las pupilas dilatadas, su corazón latía tan fuerte que parecía salir de su pecho. Robert Hampton quedo estupefacto viendo su rostro pálido, e inmediatamente sintió pánico y supo con certeza que de esa situación no iba a salir tan fácil, por primera vez tenía un contacto cercano con estas criaturas. Cerca había un mortífero o quizás más. Con miedo y con la adrenalina alterada en su cuerpo agarró a Cristian de los hombros y lo sacudió con fuerza.
-¡Cristian! -le grito- ¡Reacciona! Vamos Cristian, mírame.
Cristian levanto su mano y le propinó una bofetada en la cara a Robert, con tanta fuerza que lo tumbo inmediatamente, lanzando sus lentes al suelo húmedo del terreno.
Robert estaba aturdido por el golpe, sus lentes cayeron lejos y observaba escasamente lo que lo rodeaba, vio la silueta de Cristian desplomándose como un edificio en picada, sus rodillas retumbaron sobre el suelo y después el resto de su cuerpo, estaba muerto, detrás de Cristian quedo una figura alta, rígida y oscura.-¡Oh, no, no! Moriré -dice Robert con el terror reflejado en su rostro.
La sensación era abrumadora y el terror para Robert era inquietante, hacia frio pero su cuerpo respondía al miedo con sudor, su cabello estaba empapado en él, sentía claramente cada gota de transpiración bajando lentamente por su pecho y cada latido de su corazón sobre su cuerpo, creía que se iba a desmayar.
Esa emoción lo llevo a un recuerdo de su niñez, hace veinticinco años, en un mes de otoño, cuando él y sus dos pequeños amigos quisieron ir a comprobar los viejos mitos que contaban entre chicos, sobre “el bosque encantado” que había a un par de kilómetros de sus casas, tardaron días en llenarse de valor hasta que al final un día festivo decidieron ir, claro, sin pedir permiso a sus padres, al fin y al cabo iban a llegar con la cabeza en alto presumiendo historias sobre como lograron matar a los fantasmas que deambulaban por ahí. Caminaron por todo el bosque con unos palos secos en sus manos, por si llegasen a encontrar alguno, obtendrían su merecido, de todas maneras iban a luchar con muertos y ellos estaban vivos, eran como un millón de puntos a favor ¿Qué podría salir mal? Estaban al tanto de cualquier ruido que los fantasmas pudieran hacer, alzaban su vista a la punta de los árboles, por si los estuviesen mirando en sigilo, y si era así, podrían bajar alguno a pedradas. Pasaron horas pero el pequeño Robert y sus amigos no encontraron contenido paranormal en el bosque, el sol se ocultaba y optaron por ir devuelta a sus casas, cuando de repente, escucharon unos pasos pesados, y después otros.-Alisten los palos, chicos, tendremos historia para nuestros nietos…
Estaban listos y decididos a acabar con ellos, eran valientes y no le temían a los mitos contados para asustar a la gente, iban a ser recordados siempre como los chicos con coraje que acabaron con el terror en el bosque. Pero muy pronto se dieron cuenta que eso que venía directo a ellos no era un fantasma en lo absoluto. Era un oso, un enorme y furioso oso que claro, no iban a poder derribar con palos y piedras. El amigo más grande emprendió la huida, el mediano subió un árbol tan rápido como pudo quedando casi en la cima. Y Robert, el pequeño Robert quedo paralizado sin saber qué hacer, siempre ha sido un chico listo, pero ¿De qué sirve la inteligencia en un momento así? ¿Que podrás ingeniarte si una de las bestias más grande de la naturaleza viene a hacer respetar su territorio? No mucho, pero bueno, somos humanos y nuestro primer instinto en la tierra siempre ha sido sobrevivir, así que a Robert se le ilumino una idea, habían muchas hojas de otoño en el suelo y rápidamente se enterró en ellas, como un ratón entra en su escondite. El oso estaba cerca y Robert podía escuchar perfectamente su respiración, sus pasos y su olor a bosque, a tierra, sentía que lo tenía encima, estaba paralizado y el animal se acercaba más y más a la montaña de hojas en la que estaba, hasta que al fin llego, creía que le respiraba en su rostro. Debido al autismo (TEA) Robert siempre ha sido una persona a la que la cercanía o el contacto físico de las personas le producían pánico, ahora más tratándose de lo que tenía en frente, fue tanto así que Robert no pudo soportarlo más y se desmayó.
Lo siguiente que vio fue a sus padres sollozando y a unos agentes de policía en frente de él, por un momento pensaron que había muerto, tanto así que llegaron unas personas con traje blanco que decía “Medicina Legal” que desesperación tan grande.