Capítulo Cuarenta

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Where you belong — The Weeknd

"Territorial"

Fiorella

—Me alegra mucho tenerte aquí de nuevo. —Karan me tiende un vaso con agua y se sienta frente a mí.

Juego con el vaso un momento antes de tomar un sorbo.

—La verdad es que ya no estaba muy segura de venir.

—¿Y eso por qué? —inquiere acomodándose en su lugar mientras adopta una posición de Psicólogo Serio.

Por más que quiera decirle la verdad, no puedo. No puedo decirle que tuve ataques de ansiedad a causa de un maldito loco que me envía cartas anónimas argumentando que quiere que estemos juntos. No puedo porque hacerlo implicaría revelar la verdad del hombre que amo y su familia, condenándolos a pasar en prisión el resto de su vida. No lo haría por más que me cueste mi salud mental.

Y mentir siempre fue algo que se me dio bien.

—Porque siento que las cosas no me están funcionando, y a decir verdad, creo que todo esto de necesitar un psicólogo no es lo mío. Tal vez lo confundí con el estrés de la escuela o algo parecido —las palabras salen de mi boca como si estuviera diciendo la verdad.

—¿Y qué me dices del asunto de tu familia? ¿Eso no tiene que ver? —Demonios.

Me quedo callada al no saber que más decir o inventar. El vaso tiembla entre mis manos y no puedo hacer nada para detenerlo. Estoy a punto de colapsar de nuevo y no quiero hacerlo.

Porque sí. Estoy jodida por lo de mi familia.

Estoy jodida por aquel atentado que casi acaba con mi vida.

Estoy jodida por todas las cartas que me ha mandado ese hombre enfermo.

Y estoy jodida por todas las emociones que me he callado para que los demás no se den cuenta de lo rota que estoy.

No es hasta que Karan me extiende un pañuelo para secar mis lágrimas que me doy cuenta que estoy llorando.

—Perdón  —hablo a duras penas.

—No te disculpes por tus sentimientos, Fiorella —me calma con voz pacífica —. Debes dejar de pedir perdón por todo lo que crees que haces mal. Peor aún si es por lo que sientes. Somos humanos, está bien.

El nudo en mi garganta parece querer volver, pero me obligo a dejar de llorar.

—¿Hay algo más de lo que podamos hablar?

—No sé, eso tendrías que decírmelo tú.

Trato de pensar en qué más decirle para no mencionar lo de las cartas. Tampoco quiero hablar sobre la pelea —que ya está resuelta —con Massimo. Me siento atrapada porque se supone que debo decir la verdad sobre mis sentimientos. Pero hacerlo me cuesta un mar de trabajo.

—He pensado un poco en mi madre —es lo primero que se me ocurre —. He recordado como era vivir con ella. No me he sentido tan bien por las noches, tengo pesadillas y lo único que me pasa por la mente son los recuerdos de mi madre cuidándome cuando era una niña.

Una sonrisa melancólica se forma en rostro y mi corazón se oprime al recordar cómo se sentían sus brazos alrededor de mí, mientras besaba mi cabeza y me decía que todo iba a estar bien.

—¿Podrías decirme de qué van tus pesadillas? —pide mientras se acomoda de nuevo en su lugar y toma su cuaderno.

—¿Podrías...dejar el cuaderno a un lado? Siento como si fuera una rata de laboratorio que estás estudiando.

Massimo (Familia Peligrosa I) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora