51: Comenzar a sanar [Final].

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El viento sopló y lo alto de las copas de los árboles se mecieron, soltando un aluvión de hojas y flores que apenas habían florecido.

Sentado en el banco donde esperaba el bus cada martes, un chico se sacudió los pétalos que habían aterrizado sobre su cabello castaño, tomando uno entre la punta de los dedos para estudiarlo en silencio. La nariz le cosquilleaba, por lo que echó un tanto la cabeza hacia atrás para ver hacia el sol y conseguir estornudar un par de veces, dejando caer el resto de la flor al suelo en el proceso.

Sintiéndose acalorado bajo el brillo del sol, se quitó el suéter azul de la escuela tirando del cuello de la prenda y lo guardó al fondo de la mochila acurrucado en una bola. Aunque por la mañana había estado fresco, más tarde la temperatura se volvió cálida y un tanto sofocante; Luhan se preguntó si tal vez debería solo cambiar al uniforme de verano de ahora en adelante. Después de todo, ya era abril, y ya estaban en primavera.

Cuando el bus llegó, tomó el asiento libre al fondo y reclinó la cabeza contra la ventanilla, mirando a través de ella mientras repasaba las últimas dos horas del día, como venía haciendo cada vez que tomaba ese bus a esa misma hora a lo largo del último mes y un poco más.

Cada que dejaba el consultorio se sentía un tanto cansado y abrumado y, de vez en cuando, sentía ganas de desistir. Pero, al final, siempre se convencía a sí mismo de caminar hasta la parada del bus, tomar el transporte hasta Buamdong y subir las escaleras del edificio donde se encontraba el sobrio apartamento donde atendía su actual terapeuta.

Cuando Luhan tomó la decisión de comenzar a ver a un profesional, había creído que nada más tendría que elegir algún número al azar, asistir al consultorio y dejar que la persona del otro lado del escritorio se encargara del resto. No había pensado que no solo no era así de sencillo, sino que, además, encontrar un terapeuta con el que fuera capaz de ser sincero sería un proceso tan agotador.

La primera profesional que visitó fue una mujer de unos cincuenta y tantos, quien lo observó tan fijamente a través de los lentes morados a lo largo de los cuarenta minutos de la sesión introductoria que, cuando acabaron, Luhan agradeció y dejó el consultorio para no volver nunca más. Apenas había conseguido escupir una o dos oraciones, demasiado incómodo como para decir gran cosa, mucho menos algo privado.

El segundo psicólogo con el que se citó fue un tipo joven, probablemente recién recibido. A Luhan le agradó mucho, tenía un rostro amigable y era muy simpático. El único detalle, sin embargo, era que hablaba demasiado, y no justamente porque estuviera soltando conocimientos y reflexiones importantes, sino porque siempre tenía alguna cosa que comentar. Parecía el tipo de persona que podría sacarle conversación hasta a las plantas, lo cual no era necesariamente malo, por lo que Luhan decidió darle otra oportunidad, pues al menos no se sentía intimidado en frente suyo. Fue durante la segunda cita, cuando se encontró a sí mismo consolando al terapeuta que había comenzado a llorar luego de hablar sobre su propia niñez, que concluyó que lo mejor sería continuar buscando.

Toska «hunhan»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora