IV

1 0 0
                                    

Años más aún más atrás cuando llegamos a este lugar me sentía incomodo, el mito de sentirse como en casa aún no se había popularizado y era algo normal para un niño sentirse disconforme con los cambios, y aun mas ser conscientes de la adaptación que se requiere.

Cuando llegamos por primera vez paso algo insólito. En la entrada del barrio había un parque de juegos, un paraíso infantil, algo inimaginable, pero real, eso era lo extraño, los niños jugaban, gritaban, correteaban por todos lados, unos incluso estaban llorando, algo normal, yo me sentía como un oso en medio de un glacial, la adaptación me haría parte del lugar pero mientras tanto simplemente no encajaba, mi hermana me tomo de la mano y me llevo hasta ese lugar, no quería hacerlo pero cuando me di cuenta estaba en medio de tanto alboroto. Mi personalidad no era para estar ahí pero vi algo que pronto captaría más mi atención, incluso más que un juego que se movía con el peso de dos niños, era una ardilla, con misterioso andar que paseaba por ese lugar intranquilo, para mi fue fantástico y estaba dispuesto a seguirla, al principio no me aleje demasiado, además mi madre y mi padre fueron a comprar helados, y no era algo fácil de encontrar a las 6pm, de lo contrario si al menos mi madre habría visualizado que su engendro no se encontraba en donde ella asumía todo entraría en caos total, en ese momento mi madre hubiera apelado para que el decreto de 48 horas cambiara a 15 minutos y pronto mi rostro gélido de niño despreocupado estaría en toda una ciudad, en carteles inmensos y en la boca de todos durante varios años, siendo producto de la problemática familiar de otros, formulando chismes o malos entendidos, de 6 en 6, alterando una historia que jamás sintieron, solo la leyeron. Aquella ardilla tomaba rumbos cada vez más complejos e impredecibles, pero la curiosidad mataría a este niño si no lo hubiera seguido, pensar en que piensa, sentir como sus patitas tocan el suelo gélido y viscoso, su intuición al saber por dónde ir, su seguridad que no le dará una muerte temprana, una historia que contar, eso buscaba en ella. El camino se tornaba angosto, cada vez más estrecho y lúgubre, los árboles que a primera impresión mostraban recibimiento y comprensión ahora denotaban ira, e indignación, me dolía saber que algún ser así podría tener esa esencia, aquella furia quedaría marcada en mi cuerpo para siempre, una de sus ramas lacero mi mano, dejando una herida irreparable en mi, las nubes ahora me encerraban, y la tierra me atrapaba en sus lodosos dedos, pero no me detendría, entre tantos arboles extremadamente frondosos logre visibilizar una luz, una salida que me salvaría de todo esto, hice lo que pude hasta llegar allá y al salir sentí mi vida reiniciarse, mi alegría no podría ser detenida, pronto vi a otro niño en canclillas frente a la ardilla, ambos mirándose fijamente en espera de la reacción del otro, mi herida había secado pero tenía un sonido más que decir antes de decaer por completo, una gota emergió y cayó en el suelo, despertando la atención y desconfianza de aquel niño, al ver eso el escapo y solo pude quedarme con la ardilla que esperando mi reacción me miraba compasivamente, de pronto un peso ligero llego a mi hombro, era un diente de león, el primero pero no el ultimo, sabia entonces que estaba seguro, esa sensación me hizo integrarme a el lugar, saberlo apreciar y amar, sonreí impacientemente, y vi a un costado que había todo un campo de dientes de león, algo magnifico, que cada paso con el que me acercaba sentía como la brisa con su ademan de querer llevarme a volar por los cielos escamosos y limpios a su vez, pero mientras mis brazos bajaban celestialmente observe un pequeño zarandeo en aquellas múltiples parejas de ataráxicos seres que a falta de habla les sobra el movimiento, entre los matorrales más coloridos y frondosos resalto un pequeño retazo de tela, zurcido por su puesto, de colores claros y oscuros, pronto visibilizaría unos brazos del color de una yuca después de ser pelada, blanca como la nieve, un narcotraficante no notaria la diferencia entre una adición y un color similar a la muerte envuelto en un sobre de colores con estampillas donde la principal atracción es el ocaso fotocopiado en tan pequeño rastro, sus piernas arañadas por las rosas furiosas al no querer compartir su luminosidad y saber que alguien con más movimiento y voz que ellas se robaba el protagonismo de una tarde sombría llena de estrellas esperando a que se abriera el telón.

PremonicionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora