El verdadero héroe

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Vivo en un mundo en el cual todas las imperfecciones que conocemos ya no existen: el dolor, la mentira, la tristeza, la maldad, y muchas demás. Gracias a esto, no existe la ley porque no es necesaria ser aplicada, tampoco hay colegios o gente que enseñe a otra. Ni siquiera existen las personas feas. Mi padre, el científico Enrique Alvarez, fue el que causó todo esto. Un día de verano, después de veinte años investigando, combinó unas pociones prohibidas, las cuales después de todo lograron encontrar lo que él quería para la humanidad: una inyección que convierte a alguien en perfecto, bello e inteligente. Para la gente, él salvó a la humanidad del desastre y el dolor. Pero en mi opinión, todos están equivocados.

Por las tardes, a Diana le gusta que la acompañe al parque, mientras que yo me siento en un banco a la distancia. A ella le gusta jugar con sus amigas a resolver problemas de matemática por lo que se divierten y sonríen, aunque a mí me aburre observarlas. Por suerte no tengo amigos, tener que ver sus perfectas caras todos los días me darían  ganas de darles un golpe en medio de la nariz. Entonces ese día decidí hacer algo diferente de lo normal. En vez de esperar a Diana, me levanté del banco y me dirigí a casa. La mayoría de la ciudad me conoce, así que mucha gente me saludó con una gran sonrisa en sus alegres caras. Yo traté de imitarlos pero con una señora fallé en trasmitirle felicidad falsa. Ésta siguió su camino sin alterarse. Nadie podía preguntarme si algo andaba mal ya que era imposible, pero eso era lo que ellos creían.

Luego de un rato, empecé a transitar por un camino abandonado pero conocido para mi memoria. Las malezas crecían entre el cemento y había tanta basura que un olor a podrido invadía el lugar, el cual ignoré la mayor parte del tiempo. Seguí caminando hasta llegar a una vieja y desolada construcción. En sus tinieblas, todavía podía ver a niños y niñas jugando en el cemento detrás de las rejas, con mayores en sus cercanías controlando a que no se lastimen o peleen. Después sonaba un timbre agudo en la lejanía y todos se agrupaban para entrar a recintos del lugar con muchas sillas y mesas. Había libros, mapas, risas pero también una inocente ira entre algunos de ellos por razones no importantes. Desafortunadamente, todo esto ya no existía, solo albergaba en mi mente. Seguí mi rumbo, dejando atrás mi antigua escuela, donde me había sentido libre de ser yo mismo, de algún modo. Cuando ya me había internado otra vez en la ciudad, me di cuenta de que tenía la cara empapada.

Llegué a casa antes de la una, por lo tanto papá me pidió cortar algunas verduras en la cocina para alguna recetas que desconocía, mientras que Diana dormía una siesta. Mi padre me miraba de reojo mientras yo trataba de concentrarme en cortar el morrón. El problema fue que me estaba poniendo incómodo y le pregunté por qué me miraba tanto. Hubo un prolongado silencio entre nosotros; solo se escuchaban los cuchillos contra la madera y el vegetal partiéndose. De repente, papá rompió el silencio:

- Es que, Gregor, no sabes cómo empuñar el cuchillo - dijo sin pestañar. En ese momento se dio cuenta de que no sabía. Yo no sabía cómo empuñar un simple cuchillo.

Me tomó de los hombros y me arrastró por la casa. Todavía tenía el cuchillo conmigo. Me obligo sentarme en una silla del comedor, en frente suyo. Sus ojos expresaban furia, confusión y un poco de curiosidad. Finalmente, dio su sermón.

-Yo siempre supe que había algo raro contigo. El día que te di la inyección, no cambiaste mucho, sino que eras callado y distante. Nunca intenté averiguar qué pasaba contigo, Gregor. Pero hoy me di cuenta por las pistas que me has dejado: al parecer no sabes cómo empuñar un cuchillo y no te gusta resolver problemas de ningún tipo con amigos, ¡que al parecer ni tienes! - empecé a ver furia en sus ojos, lo cual me sorprendió y alarmó - También, me di cuenta que volviste por el camino que pasaba por tu antigua escuela.

De a poco se iba acercando a mí. Yo estaba atrapado y no podía escapar. Mi padre me había descubierto y eso significaba que mi perdición se avecinaba.

-No soy estúpido, ya que soy perfecto, me doy cuenta de que hubo una falla gravísima en tu inyección. - siguió Enrique - ¡Necesito que me digas cuál fue y te prometo que serás como todos nosotros y te despegarás del horrible pasado que tuvimos!

El científico largó un gritito y cayó al piso. Sus ojos mostraban dolor, algo que el ser humano nunca iba a ser posible de escapar de. Se llevó sus manos temblantes al corazón, donde tenía un cuchillo clavado. Lentamente me levanté de mi silla y caminé en dirección a la salida. Antes de atravesar la puerta, dije:

-El gran deseo que tuve desde que el mundo se convirtió en esta monstruosidad fue tratar de hacerla volver a lo de antes - cerré los ojos y tomé un gran respiro - La falla en mi inyección fue que nunca perdí la verdadera persona que soy. No soy perfecto y nadie lo es en mis ojos.

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⏰ Última actualización: Jul 03, 2015 ⏰

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