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Mi noche se llena de sueños inquietantes. La cara de la chica pelirroja se entremezcla con imágenes sangrientas de los anteriores Juegos del Hambre, con mi madre retraída e inalcanzable, y con Prim escuálida y
aterrorizada.

Me despierto gritándole a mi padre que corra, justo antes de
que la mina estalle en un millón de mortíferas chispas de luz.

El alba empieza a entrar por las ventanas, y el Capitolio tiene un aire brumoso y encantado. Me duele la cabeza y me parece que me he mordido el interior de la mejilla por la noche; lo compruebo con la lengua y
noto el sabor a sangre.

Salgo de la cama poco a poco y me meto en la ducha, donde pulso
botones al azar en el panel de control y termino dando saltitos para soportar los chorros alternos de agua helada y agua abrasadora que me atacan.

Después me cae una avalancha de espuma con olor a limón que al
final tengo que rasparme del cuerpo con un cepillo de cerdas duras.

En fin, al menos me ha puesto la circulación en marcha. Después de secarme e hidratarme con crema, encuentro un traje que
me han dejado delante del armario: pantalones negros ajustados, una túnica de manga larga color burdeos y zapatos de cuero.

Me recojo el pelo en una trenza. Es la primera vez, desde la mañana de la cosecha, que me parezco a mí misma: nada de peinados y ropa elegantes, nada de capas
en llamas, sólo yo, con el aspecto que tendría si fuera al bosque.

Eso me calma. Haymitch no nos había dado una hora exacta para desayunar y nadie me había llamado, pero tengo tanta hambre que me dirijo al comedor  esperando encontrar comida. Lo que encuentro no me decepciona: aunque la mesa principal está vacía, en una larga mesa de un lateral hay al menos veinte platos.

Un joven, un avox, espera instrucciones junto al banquete.
Cuando le pregunto si puedo servirme yo misma, asiente.

Me preparo un plato con huevos, salchichas, pasteles cubiertos de confitura de naranja y rodajas de melón morado claro.

Mientras me atiborro, observo la salida del sol sobre el Capitolio. Me sirvo un segundo plato de cereales calientes cubiertos de estofado de ternera

Finalmente, lleno uno de los platos con panecillos y me siento en la mesa, donde me dedico a cortarlos en trocitos y mojarlos en el chocolate caliente, como había hecho Peeta en el tren.

Empiezo a pensar en mi madre y Prim; ya estarán levantadas. Mi
madre preparará el desayuno de gachas y Prim ordeñará su cabra antes

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⏰ Última actualización: Mar 29, 2020 ⏰

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