Capítulo 12 | La Carta

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—Pero ¿por qué?

Me pregunta Kat algo indignada

—Digo, la tipa se tomó muchísimas molestias para encontrarte, ¿y tú ni siquiera aceptas salir a cenar con ella?

Estamos sentadas en la pequeña mesa de la cocina comiendo pasta de microondas y ensalada César después de regresar de la clase de yoga.

Suspiro pesadamente.

—Es más complicado que eso, aunque resulte ser una idiota asquerosa, lo peor que puede pasar es que termines pasando un rato genial disfrutando la vista. Ah, y una cena gratis.

—Fundamentalmente somos incompatibles

Le digo con firmeza.

—Pero ¿cómo puedes saberlo si ni siquiera la conoces?

—Porque lo sé.

—Eso dices. Ojalá me contaras qué fue eso que puso en su solicitud que te alteró tanto

Se voltea y me mira de lado

—¿Es una especie de depredadora sexual?

La tonta me guiña un ojo.

Pongo los ojos en blanco.

—Sabes que esas cosas son confidenciales, pero no.

—¿Le gusta el sado? ¿Es eso?

Aparecería sin avisar, ¿cierto? Claro que lo haría.

Sé que es capaz.

Julia Volkova es justo el tipo de persona que se aparecería sin avisar.

—Supongo que no te va dejar escapar tan fácil, Doña Razonable

Me dice Kat mientras se dirige hacia la puerta con entusiasmo.

Corro a la habitación como una desquiciada que intenta escapar del ala psiquiátrica de un hospital, mientras trato de recordar con desesperación qué ropa limpia tengo en el cajón que no me hará parecer que estoy saliendo del gimnasio.

Mi corazón está a punto de explotar, y las pulsaciones en los oídos son muy
intensas.

Escucho a Kat abrir la puerta y saludar a quien sea que está del otro lado.

Contengo la respiración y presto atención.

Una voz de hombre.

—¿Elena Katina?

Cielos. Es un desastre.

Es el peor de los casos.

Si ve a Kat primero, se desilusionará muchísimo cuando salga de aquí y diga: «No, yo soy Elena».

—No

Le contesta Kat con un chillido entusiasmado y curioso

—Pero es aquí. Yo las recibiré en su nombre.

—Hay más en el camión. Ahora vuelvo.

¿Qué diablos está pasando?

Salgo de la habitación hacia la sala y encuentro a Kat sosteniendo frente a mí el arreglo de rosas más hermoso que he visto jamás; son al menos tres docenas de rosas de todos los tonos imaginables floreciendo en un elegante jarrón de cristal.

Kat se ríe.

—Al parecer, alguien no está acostumbrado al rechazo.

Kat y yo contabilizamos los múltiples regalos que inundan la mesa de mi
cocina.

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