Capítulo 13 | Oblaka

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Requirió una considerable suma de dinero rentar todas las mesas del Oblaka para toda la noche con tan poca antelación.

Tuve que aceptar pagar cinco veces el estimado superior de ganancias totales de la noche para que aceptaran cerrar el restaurante y cancelar las reservaciones existentes, con el pretexto de una posible fuga de gas.

Pero ¡qué diablos!

Si ya tiré un cuarto de millón de rublos a la basura y otros veinte mil para hackear el servidor de la Universidad de Moscu, ¿qué más da gastar otros treinta mil en una cena?

Esta noche, yo pago y hago y digo lo que sea necesario con tal de hacerla entender que no soy un mero trozo de carne excitado.

Miro el reloj.

Apenas pasan de las ocho.

Pronto. Muy pronto.

Estoy ansiosa.

¿Y si se negó a subirse a la limusina al verla estacionarse frente al edificio?

¿Y si después de recibir mis regalos los tiró a la basura y lanzó cada uno de los floreros contra el suelo?

—¿Es todo de su agrado, señora Volkova?

Viene y me pregunta el dueño del
restaurante y señala las luces blancas intermitentes que colgaron en las paredes a petición mía.

—Es perfecto, Es San Valentín en marzo. Muchas gracias.

Me asomo por el ventanal que da a la ciudad

—Y la vista es increíble.

El paisaje de Moscu nunca te va a  decepcionar.

Exhalo.

Estoy mucho más nerviosa de lo que esperaba.

No hay garantía alguna de que viene en camino.

Me siento en la mesa que nos prepararon y miro fijamente el cielo estrellado.

Me tiembla la rodilla.

La obligo a estar quieta.

El celular vibra para indicar que llegó un mensaje.

Miro la pantalla y sonrío:

«Estimado: 5 minutos».

Le di instrucciones al conductor de enviarme un mensaje cuando estuviera a cinco minutos de llegar.

Parece que Lena se subió al auto.

Es un comienzo, un excelente comienzo.

Mientras espero de pie en la entrada del restaurante a que se estacione la limusina, mis sentidos se agudizan, como si fuera un gato salvaje mirando a su presa.

Es una noche fría.

Necesitaré toda mi capacidad de autocontrol para no abalanzarme sobre ella cuando llegue.

Por fin aparece la limusina y abro la puerta.

La adrenalina me inunda la sangre.

Ahí está.

¡Cielos!

Su foto se queda muy corta.

Una especie de instinto primigenio de cazador amenaza con tomar control de mis acciones.

Quiero acorralarla y poseerla en este preciso instante.

Pero, claro, esa no es opción.

Tengo que hacerle entender que las ganas de acostarme con ella no me definen.

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