C•A•P•I•T•U•L•O• 9

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Este engendro antinatura, este cáncer indecente, era la imagen viviente de toda desventura - La Melancólica Muerte Del Chico Ostras



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Mia Parrish contaba con un par de habilidades particulares de las que no quería saber nada. Aquellas no eran más que piedras que le imposibilitaban bailar sobre el escenario. Molestas, absurdas y repletas de desventajas.

Cuando era niña, alrededor de los seis años, su madre había tomado la decisión de abandonarla en un hogar para niños con la excusa de que era temporal. Con seis añitos Mia padecía la incapacidad de ser adoptada por otra pareja porque su madre «ya vendría» y, desde ese entonces, el tiempo pasó y esas sensaciones nunca se fueron.

Como protagonista de sus tormentos; una insignificantes y brillantes líneas rojas. Eran delgadas, como hilos y brillaban como si estuviesen compuestas en su totalidad por rubí fundido.

Iban, venía, se enredaban, la enredaban, hasta finalmente agotarla. No aparecían con frecuencia, pero, cuando lo hacían, venía acompañadas de una carga de adrenalina que Mia no podía controlar. Era la furia del universo, y las líneas eran sus venas. Luego de un poco de doctrina, decidió que eran las venas de Dios y conformaban parte de su destino.

Pero en realidad no le gustaba verlas. Cada que se presentaban no sólo demandaban muchísima de su energía, sino que también lograban confundirla momentáneamente. Así que por noches enteras habló con Dios y le pidió que, si esas líneas provenían de él, que por favor las apartara de ella.

Ya había leído en la biblia que en realidad los dones de Dios eran más una imposición que algo a elegir, así que pensó que rogarle por eso en realidad no funcionaría de nada. Grande fue la sorpresa que le dio notar que, paulatinamente, los hilos rojos se fundían en el aire hasta finalmente desaparecer por completo.

La ausencia de las líneas se convirtió en una constante después de su llegada a Condina. Fue Lilian, esa mujer tan insoportable, quien se había parado frente a ella para observarla de pies a cabeza. Ojos tajantes y severos. Había pronunciado «esta niña viene conmigo». Y como si fuese la palabra del señor y no la de una mujer cualquiera, todos en el hogar inclinaron las cabezas y accedieron al mandato.

Mia recordaba muy bien aquella noche. Se veía entre sus recuerdos a ella misma, con diez años menos, golpeada, sucia y afectada. Tenía las mejillas repletas de una combinación entraña que surgía de las lágrimas y la tierra, y a Lilian pareció bastarle para llevársela.

Condina no fue un simple pueblito en medio de la nada. Fue todo. Fue el mundo. Fue el aire que no podía respirar y fue el amor que no podía recibir. Y con todo eso las líneas se fueron.

Pero habían comenzado a aparecer nuevamente. Hacía unas semanas las había visto y ahora, en medio del nocturno jardín de su amiga, las veía de nuevo.

DANNA • La chica de la casa embrujada ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora