Carne, y el delirio de la tía Amy.

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La tía Amy estaba, por decirlo así, como una cabra. He de admitir que en ese tiempo de debilidad emocional que afortunadamente, poco duró, le quise mucho, un cariño cargado de pena y condescendencia a partes iguales. Vivía inmersa en su mundo plagado de fantasía y paulatinamente fue llevándome sin intención a esos parámetros ficticios que se tornaron ulteriormente, bastante oscuros. No fue una mujer con mucha suerte en el amor que después de conocer al cretino de Ottis cambió, si cabe; más, y vaya a saberse qué ocurrió en su cerebro dañado insondablemente, pero se creyó la película (que ella misma formuló de hecho) de ser la máxima autoridad de una mansión victoriana que ella construyó con ayuda del arcángel Miguel, siendo yo "su paje" junto a un ogro maligno llamado Ortega del que debía salvarla; discrepando la mansión con una casa grande de matices antiguos heredada de la abuela alias: vieja bruja, para ella y mi madre, siendo el paje yo; su sobrino, y en efecto, el ogro su esposo, que si me lo preguntas en este aspecto poco se equivocaba.

 No fue una mujer con mucha suerte en el amor que después de conocer al cretino de Ottis cambió, si cabe; más, y vaya a saberse qué ocurrió en su cerebro dañado insondablemente, pero se creyó la película (que ella misma formuló de hecho) de ser la...

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Al paro, que bien de la cabeza no estaba. Noche y día sin descanso se la pasaba fumando opio y gritando que quería esto, que quería aquello, llorando por los golpes y  llamándome sin parar. De antemano era la única persona que podía ayudarle. Ciertamente sentía tener una especie de deuda por ser ella la única que me amparó a pesar de las connotaciones negativas y trato cuestionable, después de que papá se fuera en fechas siguientes a la muerte de mamá, tan naturalmente, tomando su coche y largándose sin mirarme siquiera, a pesar de los gritos que emitía entre lágrimas genuinas de dolor.

Por mi parte yo, además de ser un chico impulsivo y caótico cuando se requería, me volvía mientras más crecía un chico introvertido y solitario. Experimenté los enamoramientos corrientes de un puberto, no obstante, la manera de tomarme estos componentes propios de una evolución de edad, no era lo más común; yo es que era un tanto tímido, y carecía por completo de amigos, por lo que pronto creé una imaginaria, por la que con el tiempo empecé a sentir una pasión desenfrenada al punto de llegar a pensar que lo nuestro era una conexión especial que solo podía glorificarse teniéndola dentro de mí, literalmente, pues así la poseería para siempre.

Así nacieron mis primeros indicios de canibalismo. Con la partida de Maggie (que como ya mencioné, marcó una dicotomía en mi  irrefrenable realidad) se hicieron recurrentes unas pesadillas, mazo enrolladas en el tema y la idea de comer una persona se me hacía muchísimo más atrayente.

Mi primera víctima fue un endemoniado repugnante al que hallé practicándole sexo oral a un niño de unos seis años. Palideció al verme al mismo tiempo que pretendía explicarme sus justificaciones. Automáticamente sentí identificación con el crío al que despedí indulgente después de exhortarle que subiera la cremallera de su pantalón. Lloraba. Digamos que me las di de psicópata bueno tirando a Light Yagami pero sin cuadernito y amablemente le pedí que entrara a su cabaña advirtiéndole que tenía un arma. Vamos, que lo torturé un poquito y le devoré para subsiguientemente huir. Le corté el falo en tanto estaba consciente. Lo freí e intenté hacérselo comer pero era incomestible. Todo esto con el chabón amordazado, claramente. De la herida abierta salia sangre a borbotones. Se revolvía y gimoteaba como un condenado. A todas estas, yo esperaba paciente, su muerte. Limpié conforme era posible la escena del crímen aunque dejé restos del cuerpo que me eran insignificantes. Esta experiencia no fue del todo gratificante pero degusté de su carne por meses. Este era mi ingreso oficial al mundo de comerse al prójimo que casi me trae problemas mayores. Para el que tenga curiosidad es como la carne de cerdo pero más ahmmmm, digamos que uhm... más sustanciosa, más fuerte, pese a que, para quien no sepa que se come un humano no hay diferencia alguna. Verdaderamente agradable.

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