2 | Descansa

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Su diestra agitaría al momento de ver como el tren de la pelinaranja partía rumbo a una nueva vida en España. Se volvieron demasiado cercanos luego del inesperado viaje de la platinada, la única familia que le quedaba a Anna. Y es que ambos estaban con el corazon roto.

Antes podías encontrar a Jack obsequiándole rosas blancas a la rubia, pero ahora lo veías adornando aquella placa de piedra que se encontraba en el verde y húmedo césped, con pequeñas florecitas que allí nacían, haciéndole compañía. Bueno, esas eran mejor que las cortadas que él dejaba, porque estas también estaban muertas, sin vida, como Elsa. Ni siquiera podía pensar en eso. No quería hacerlo.

Cuando el tren se perdió de vista, dio media vuelta y caminó hacia su auto, con el plan de volver hacia su casa, ubicada en las afueras de la ciudad, deseando que el viaje se pasara lo suficientemente rápido para poder verla.

Después de todo aún la amaba. Era tan especial... Tan hermosa, perfecta; no importaba el tiempo que había pasado, aquella joven seguía tan bonita como la última vez que la vio. Entonces cuando llegó a su hogar, salió lo mas rápido que pudo de su vehículo con la idea de no prolongar aquella distancia a la que se habían sometido, en cuanto el peliblanco fue a despedir a la pelinaranja.

Su carrera le quitó el aire pero cuando llegó a su destino dentro de la casa y la vio, supo que prefería morir por la falta de oxígeno pero con el recuerdo de ella siendo lo último que sus ojos captarían, a morir por el alejamiento al que se sometía cuando debía irse para mantener su papel de esposo herido.

-Hola, cariño. Ya llegué -susurró pasando sus dedos por aquella cabellera clara. El cuerpo femenino descansaba en ese lugar frío, rodeado de flores brillantes.

Se arrodilló junto a ella y sus falanges dirigió a su piel para propinarle unas caricias. Acto seguido le sonrió, en la espera de que despierte al fin.

Eso nunca pasaría.

-No debía acabar así. Pero el miedo a que te fueras con otro era mas grande que cualquier amor que pudiera sentir. Pero mira el lado bueno: ahora estaremos juntos por siempre, como deseábamos ambos. -Dejó un beso en esos pálidos labios fríos y luego se levantó.

Comenzó a caminar fuera del sótano, aunque se detuvo al inicio de la escalera; volteó, echándole una última mirada a su amada. La luz se desvaneció envolviendo su cuerpo esbelto cubierto en gran parte por una sábana blanca.

-Descansa en paz, Elsa. Te veo mañana, cariño.

The Guardian and The Queen (Relatos Jelsa) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora