2. Lost stars trying to light up the dark

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HÉCTOR

Llevaba demasiado tiempo sin verla, sin olerla, sin escucharla, imaginando cómo sería tenerla de nuevo de frente. Me había costado demasiado armarme de valor y acudir a su reencuentro.

La había dejado dormida, hecha un ovillo en el sofá. Me había sentido tentado de llevarla a la cama, pero conociéndola como recordaba, me habría atajada con el bate.

Estaba dolida, decepcionada y enfadada. No había nada que me rompiera en más pedazos que su mirada llena de desconfianza.

Dejé las bolsas en la encimera de la cocina para ir colocándolo todo. Escuchaba el calentador y música de los noventa de fondo. Seguía cantando tan mal como siempre.

No entraba en mis planes volver a verla, pero la vida me había dado un giro, había roto el puzle que tanto me había costado recomponer y había cambiado las piezas, porque en eso consistía la vida, cuando ya el paso del tiempo te daba las respuestas, la vida te cambiaba las preguntas.

Tenía una nueva oportunidad para cumplir los sueños que había construido cuando empezó a formar parte de mi día a día y la fui conociendo.

Un día estaba comiendo en la mesa familiar de mi casa, todo el mundo reía sus ocurrencias y de repente, todo cambió de un zarpazo. Era como estar tan cerca y tan lejos a la vez. Era como si hubieran pasado siglos entre nosotros.

No la reconocía y a la misma vez era la misma que venía cada tarde con su uniforme escolar y tocaba el timbre de casa.

Su carraspeo me sacó de mi ensimismamiento, me di la vuelta y estaba completamente vestida, bolso en mano.

— ¿Vas a salir?

— Sí, me tengo que acercar al despacho a por una documentación, mañana por la mañana me gustaría reunirme con un cliente.

No lo había tenido fácil, pertenecía a una familia grande donde no tenía espacio para ser persona, para compartir su opinión, para expresar sus sentimientos. Y se había vuelto una persona hermética, introvertida y esquiva. Sin embargo, a mí me dio una oportunidad, me fui haciendo hueco entre sus fisuras. Pero de repente, un día, sus fisuras estaban cerradas y no porque estuvieran emergiendo el fruto de las raíces de la cicatrización, estaban taponadas, pudriéndose.

Su sonrisa se agrió, nuestras conversaciones cesaron y las estaciones nos pasaron por encima hasta que los aviones fueron una vía de escape, hasta que pensé que viajar me haría dejar de pensar, pero como diría Fito, huía de mí conmigo.

Me había ido siendo un crío y había vuelto consiguiendo encontrarme, ya no solo en los espejos, si no en una conversación, superando algo que años atrás no me había creído capaz, pudiendo estar para los demás, pero sabiendo darme mi lugar.

Ella había estado conmigo enterrando los pies en las arenas de Kecil, había dormido en el mismo saco que yo en Zimbawe en aquella tienda de campaña colgante, había paseado de mi mano por St. Louis Square en Montreal, había correteado subiendo las escaleras por delante de mí por el sendero en Kumano Kodo y habíamos recorrido Bagan en moto y por supuesto, había conducido ella, porque sí, todos esos lugares los había vivido imaginando que ella estaba conmigo compartiendo cada momento.

Sería una buena oportunidad para rescatar una vida del sótano, de momento era lo único que podía hacer, eso y tratar de que todo volviera a la normalidad.

Había demasiados recuerdos y no podía identificarme con la gran mayoría, había ropa que no me venía porque evidentemente el cuerpo no era el mismo, aunque ella tampoco había hecho ningún comentario al respecto.

DE ALGUNA MANERADonde viven las historias. Descúbrelo ahora