Capítulo 14 | Como Bestias

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Sin duda es toda una Belleza.

Es una verdadera Diosa, pero eso ya lo sabía.

Lo que no sabía es que también huele exquisito.

Ni que rentaría un restaurante elegante sólo para mí y enviaría una limusina a recogerme.

No me considero una mujer que sea materialista, pero, vamos, ¿quién no se dejaría llevar por una fantasía al estilo de Cenicienta?

Pero lo que me inquieta en este instante más que cualquier cosa es que me mira como si estuviera a punto de devorarme de un bocado, como un tiburón blanco acechando a un león marino.

Creo que ninguna persona me ha mirado así antes, o al menos ninguna mujer que me pareciera tan irresistiblemente atractiva.

Sus ojos son demasiado hipnóticos, cargados del mismo espíritu, con la misma profundidad o hasta la misma tristeza que me pareció percibir en sus fotos.

Ahora que la veo en persona, sé que hay algo más en esos ojos, y no puedo esperar para saber qué es.

Cuando dijo aquello de que era incapaz de formar vínculos emocionales desde los 7 años ¡cielo santo!, su expresión hacía parecer que había vuelto a tener siete años en ese instante.

Se veía tan pequeña, tan perdida, que quería estirarme y tomar su cara entre mis manos.

Estaba nerviosa de venir.

Nerviosa de no estar a la altura de su entusiasmo.

Nerviosa de que se arrepintiera de haberse esforzado tanto.

Nerviosa de que la química que hubo en los correos y por teléfono por alguna razón no se tradujera a la vida real.

Al parecer mis nervios eran demasiado injustificados.

Nuestra química inundó el restaurante.

Me está costando mucho trabajo quedarme en mi silla como una  persona civilizada, y no abalanzarme sobre ella como un guepardo sobre un antílope.

Es lo único que puedo hacer para no arrancar el mantel de la mesa y montarla ahí mismo, en este instante.

No sé qué tiene que me hace sentir distinta cuando estoy con ella, pero en un buen sentido.

No soy tan tímida.

No me preocupa tanto lo que piensen los demás.

Es como si quisiera tomar un riesgo, lo cual suelo evitar a toda costa.

¿Y si me levantara de mi silla y me sentara en su regazo en este instante y le diera una probada a esos increíbles labios suyos?

¿Seguiría siendo capaz de apegarse a su estrategia?

Me muero por averiguarlo.

De hecho, tan pronto dijo lo de su estúpida estrategia, lo único que se me antojó fue obligarlo a ir en contra de ella.

Supongo que no es la única a la que le gustan los desafíos.

¿Y si me acercara a ella, me levantara el vestido, hiciera a un lado mi tanga y dirigiera su maldito juguete hacia mí, y la metiera en mí, aquí mismo?

No puedo dejar de imaginarme haciendo justo eso mientras bebo vino y la miro desde el otro extremo de la mesa.

Creo que es sensato afirmar que me estoy volviendo loca.

Estos pensamientos no son los que imagina una mujer normal mientras cena en un restaurante elegante con vista al paisaje urbano de Moscu.

No soy ninguna ninfómana ni una pervertida.

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