Buscar y Destruir

11 0 1
                                    

No puedo creerlo. Esto es el final. No tengo palabras para describir lo que siento en este momento.

O la tengo, una palabra.

Ira.

Eso era lo que sentía tras tener mis manos llenas de tinte rojo y pelaje marrón.

Mi amada sentiría lo mismo si no fuese porque ella fue despedazada por esos desgraciados. 

Katie, mi hermosa y amada esposa. La chica que conocí hace 15 años y me casé hace 10.

Recuerdo tan bien la sonrisa que ella tenía esa misma mañana tras verme llegar del trabajo. Esa sonrisa era la más pura que había visto, siendo solo opacada por su cabello castaño y sus pestañas coquetas. Era mi último día como mercenario, después de todo, y ella estaba tan orgullosa de que por fin haya llegado después de una semana y media para decir adiós a esa horrible profesión. Sabía que era lo mejor para ambos. O de hecho, para los cuatro.

En ese entonces era mi esposa, mi pequeño Jonnathan, mi conejita Lapi y yo.

Era.

¿Cómo sabría yo que mi esposa moriría en las garras de esos monstruos unas horas después mientras iba a comprar pan y leche, para encontrarla con un solo brazo y medio cuello ? ¿Cómo diablos sabría yo que los pequeños y adorables ojitos de mi hijo perderían toda su luz, tras ver solo sus cuencas y sus ensangrentadas mejillas en su cuna mientras corría a verlo totalmente desesperado?

Sé que nosotros los Jolt nunca fuimos los más honestos, pero mi esposa no merecía este castigo. Ni siquiera mi pequeño de 4 meses. Ellos no tenían que sufrir de una manera tan horrible.

Y ni siquiera fueron mis blancos los que atacaron, pues esa cosa que los mató no era humano, y menos los sesos que volaron tras ese disparo en su frente con mi escopeta de doble cañón.

Hasta ese punto yo ya no tenía manera de recuperarlos, y quería destruir todo a mi paso y a todo aquel que se me acercase.

No me interesaba que Lapi haya tomado su libertad hasta la cocina y haya querido comer todas sus pequeñas croquetas que estaban en la cocina. Después de todo, ella era muy glotona. Pero exploté al ver que ella, un conejo tan simple y corriente como Lapi, pudiese sentir el dolor que yo cuando se acercó a Katie, pues empezó a llorar. Nunca había visto a un conejo llorar, y menos mostrar un tipo de tristeza en sus 3 años de vida, haciéndola casi una anciana.

¡¿Cómo se atrevieron esos seres de carne, putrefacción y azufre a hacer llorar a mi coneja?! ¡¿Cómo haces que literalmente un conejo llore?!

Supe que Lapi quería una venganza. Ella se parecía tanto a mi esposa: desde su emoción al verme llegar de saltar cerca de mí, de acercar su cabeza a mi pecho al abrazarlas, hasta cómo comían, siendo que llenaban sus mejillas con comida y poco a poco la ingerían.

Conocía tan bien a Lapi y a Katie como para saber que si a una le faltaba la otra, no podrían vivir. Y las conocía tan bien que si una perdía a la otra, destruiría a quien se le interpusiese.

Y así, fue como corrí afuera y vi que no fui el único con tan horrible destino. 

Cada casa a mi alrededor tenían a uno de esos infelices de las fauces enormes, con colmillos destrozando sus intestinos, mientras otros que eran parecidos a unos rinocerontes rosados deformes partían a mis vecinos a la mitad con nada más que sus manos.

Lapi, quien me siguió hasta el marco de la puerta, demostraba en sus pequeños pero saltones ojos que quería vengar a su dueña y su hijo.

Así que lo hice.

[Ahora inicia el video, y si tienes suerte llegarás a terminar la lectura justo cuando el video lo hace]

Tan pronto llegaban con esas patas de cabra hasta mí los partía con mi arsenal que hoy sepultaría, siendo que en un par de segundos se volvían un queso de carne gigante: llenos de hoyos, partidos en pedazos o rebanados en hojas finas. Incluso tomé prestado una moto-sierra de mi vecino, el señor Harper, quien seguramente me la hubiera dado de todas maneras si no fuese porque su lengua colgaba de un clavo mal insertado en su valla blanca, la cual estaba tintada de rojo, y no precisamente era una nueva pintura, sino sus propios jugos gástricos y lágrimas. Era un buen sujeto, aunque haya sido tan perseverante con su cerca que cualquier mancha lo molestaba.

Y bueno, a eso me dediqué unos 30 minutos, hasta que me escondí junto a Lapi tras haber agotado mi munición. En esa terraza tan oscura y solo alumbrada por una vela a punto de consumirse pasé un tiempo, tratando de calmarme y asimilar lo que había pasado. Había visto los horrores de la guerra pero esto no se comparaba con las barbaridades que había presenciado la raza humana, así que les devolvía el favor. Ellos no se lo habían tomado muy a gusto, y por eso había esperado aquí hasta que todo pasara.

Decidí correr a mi cuarto para tomar una vela de reserva y un poco de comida para la noche, pues estaba cansado y ya no lograría con las hordas infinitas que salían de la nada. Por suerte, ya se había armado una resistencia dedicada a exterminar a estos engendros con cuernos y me dejarían a mí tranquilo junto a mi mascota.

O eso pensé antes de escuchar un gran estruendo que agitó la casa.

Corrí a proteger a mi coneja pero era muy tarde. Solo veía cómo el techo se había destruido y por cómo se había destrozado, apuntaba a un lugar solamente: un círculo rojo en el cielo, el cual no había visto antes.

Mis pensamientos se perdieron tras escuchar los pequeños alaridos y chillidos de mi coneja en una esquina que fue señalada por una línea de sangre y pelaje. Y no, no era mi cabello tristemente.

Esperaba lo peor y rebusqué entre pequeños trozos de madera que cubrieron el cuerpo de Lapi, expuesto mientras lograba ver su corazón palpitar. Hasta que ese corazoncito cesó por la pérdida de sangre.

La tomé y lloré como lo hice con mi esposa.

Sin munición. Sin fuerzas.

Pero fuerza la recuperé, y si tenía que enfrentarme a esos hijos de puta con mis propias manos, lo haría. Por mi familia, era capaz de desgarrarlos y quebrar sus cráneos con mis manos. Ira corría por mis venas y por mi cabeza mientras tomaba mi casco de motociclista de mis años en el colegio y me decidí a morir en lo que parecía un portal. Y los mataría hasta que el portal estuviera terminado.

Rasgarlos y destriparlos hasta que esté terminado.

Y aunque sus números fueran infinitos a uno de los dos nos caería un solo destino.

A ellos o a mí, pero uno de los dos lo probaría.

La perdición.

Hell's OutWhere stories live. Discover now