Sueños errantes

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Sueños errantes.

Esto que te voy a contar, te pasó a ti, solo que no lo recuerdas, dame unos minutos y te pondré al tanto de todo lo que pasó. Todo comenzó mientras estabas acostado en tu cama, eran las tres de la mañana cuando despertaste de repente, te palpaste la cara y te diste cuenta que el sudor se te estaba escurriendo por toda la frente. Enseguida pensaste por qué estabas así, te preguntaste a cuantos grados de temperatura estaría la ciudad y te diste cuenta que apenas eran cinco grados centígrados los que la abrazaban esa noche. Ya sabes que la ciudad donde vives es bastante fría como para sudar en la madrugada. Miraste con cuantas mantas estabas arropado y viste que apenas eran dos de las cinco que sueles usar, pensaste que antes, por el contrario, deberías estar sintiendo un frío de lo más alucinante, un frío que debería provocar que tus huesos se congelaran y temblaras sin cesar. Un frío más avasallante que el que sentiste esos bellos días que pernoctaste en el nevado que tanto amas. Abriste los ojos de par en par intentando observar lo que había por allí, miraste hacia la izquierda, nada, negro absoluto; miraste hacia la derecha y en la esquina, un diminuto punto rojo observando. Lo miraste con los ojos entrecerrados porque apenas despertabas y no lograbas ver con claridad entonces intentaste aguantar la respiración como tratando de controlar el temblor de tu visión y por fin lograste enfocar pero ni siquiera sabías que estás buscando o a que te estabas enfrentando. Buscaste el celular de manera tranquila, pero por dentro ya el desespero carcomía tu hígado. Y lo sé, sé que tienes un hígado de un anciano, nunca te mandé a ingerir alcohol de esa manera tan desmesurada. No recuerdas dónde lo has dejado, crees haber sentido que se cayó al suelo de modo que extendiste la mano debajo de la cama, sentiste que algo te estaba tocando y la retiraste rápidamente. Como de un susto quedaste sentado sobre la cama y ahora dudaste en volver a extender la mano. En el fondo nunca has creído en nada sobrenatural por tanto no puede haber nada allí más que tal vez un calcetín enrollado, una prenda de vestir obtusamente olvidada o un condón usado de quien sabe hace cuánto tiempo. Por fin viste a un lado el celular y sentí cómo sentías tú que te llegaba el aire al cuerpo, entonces ¿creíste que por poner la lamparita del celular, esa que alumbra apenas unos metros, podrías alumbrar toda la existencia escondida en tu habitación? ja, ja, ja, deja que me ria un rato. Alumbraste en dirección a ese punto rojo y entendiste que lo que veías allí era apenas la luz del tv cuando indica que aún está conectado al tomacorriente —bueno, por lo menos hay luz— dijiste como intentando menguar un poco el alboroto que estabas creando en tu cabeza. ¿Ahora cómo conciliar el sueño? te preguntaste. Porque sabes que cuando el sueño se te va es muy difícil recuperarlo. Se te pasó por la cabeza la imagen de la única mujer a quien has amado. Te sentiste un poco desconsolado porque te gustaría volver a recuperarla, aunque sabes que esos pensamientos se te cruzan por la cabeza solo cuando andas con insomnio. No puedes recuperarla y tampoco puedes recuperar el sueño perdido por esa ansiedad generada. Todo estaba en silencio, entonces decidiste apagar la linterna del celular y un poco más calmado cerraste los ojos. Viste en tu cabeza unas ovejas blancas, —son diez—. Las contaste una por una. Otras ovejas negras —serán quince esta vez—. Sonreíste porque ese juego de niños tal vez pueda servirte. Ahora te imaginas unas ovejas rojas, —nunca he visto ovejas rojas—, pero qué más da, solo querías dormir. —serán veinte y me duermo—. Tan ingenuo eres, causas hasta ternura. Pensaste más detalladamente esas ovejas rojas, el detalle, siempre importa el detalle. Enseguida te diste cuenta que ya no era un color rojo lo que las adornaba, era sangre la que goteaba por las ovejas blancas. Las ovejas rojas dejaron de existir por un segundo, no sabes porque pensaste en ovejas blancas llenas de sangre. De golpe escuchaste un estruendo en el primer piso de tu casa y abriste los ojos, aturdido de nuevo porque sabes que estás solo, sabes que ella se fue hace largo tiempo. De nuevo la lamparita de tu celular y aunque no alumbra nada, apenas las huellas dejadas por tus pies malolientes y los dedos caminar hacia adelante, te gusta la falsa seguridad que provoca en tí. Sentiste alivio. Bajaste con precaución las escaleras y encendiste la luz (bendito constructor que puso el interruptor de la luz al lado de las escaleras) nada, absolutamente nada. Un ruido. Te asomaste a la calle por esa diminuta ventana que alumbra tu sala y no viste nada, aún más oscuridad. Caminaste hacia el fondo de tu casa, donde está el cuarto de huespedes, ese al que le llega toda la humedad de los primero pisos. Apretaste el interruptor pero el bombillo ya estaba dañado aunque aún tenías la lamparita de tu celular y con el alumbraste todos los rincones esperando encontrar algo; uno a uno fuiste examinando, cómo examina un doctor a su paciente, todos los rincones del cuarto, debajo de la cama, detrás del armario, nada. De nuevo el silencio más abismal, ese que te penetra los oídos hasta ensordecer. Caminaste hacia la sala un tanto más tranquilo pero más abrumado y pensaste que estabas loco —Tantos ruidos y nada— Decidiste preparar un café pues sabias que ahora sí, ni con un millón de ovejas de todos los colores, podrías dormir. Enciendes la radio y estaba sintonizada La cariñosa. En la radio sonaba la cama vacía, cantabas como intentando apaciguar tu mente:

Sueños errantesWhere stories live. Discover now