CAPÍTULO V: LILITH

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No podía dejar de pensar en el cadáver castrado y en lo que eso significaba. Había alguien que sabía del asesinato, alguien que de alguna manera sabía de mi pecado imperdonable, y, lo que era peor, yo no tenía la certeza de si era sólo un loco pervertido o un maniaco peligroso.

Dejar a ese sujeto suelto y vivo podría tener repercusiones en mi vida, pues sentía que, en cualquier momento, ese desconocido podría llamarme para extorsionarme, o seguirme constantemente para acosarme hasta darme muerte y evitar que salvara a mi hija.

―Acosar significa seguirte, Nicky.

A partir de que esa idea surgió no pude dejar de ver constantemente por el retrovisor del auto. Tenía miedo, pero no precisamente a perder mi vida, sino a que por ello mi hija muriera.

Estacioné la camioneta afuera de la casa de mi madre y me quedé un momento dentro de ella con los seguros abajo. Miré con desesperación por los retrovisores esperando ver algo sospechoso, pero no logré observar nada.

Después de varios minutos de tratar de tranquilizarme, bajé del vehículo y me dirigí a la casa habitada por una mujer que rondaba los sesenta y cinco años de edad, pero que aparentaba tener cincuenta y un ímpetu de una mujer de treinta. Era relativamente joven para tener un hijo de mi edad. Amaba incondicionalmente a su única nieta y recientemente había enviudado por lo que necesitaba compañía de manera desesperada para mantener su mente ocupada y no pensar en la pérdida de su amado esposo. Era una mujer tan despedazada como su propio hijo por la enfermedad de Lindsey, pero no tan dispuesta a hacer algo como lo que yo estaba haciendo: asesinar; y yo lo entendía, pues ella era una fiel creyente del Dios Todopoderoso que tomaba decisiones sobre nuestras vidas sin importar lo mucho que nos esforzáramos por cambiarlas.

Amaba a esa mujer y a su manera inocente de ver al mundo después de tanta mierda que este le había arrojado directo a la cara.

―¡Nick! ―exclamó muy emocionada al abrir la puerta antes de que pudiera tocar el timbre―. ¡Ya era hora de que llegaras! La cena se está enfriando... ―Terminó dándole un tono molesto a su voz.

Fui arrastrado por el brazo derecho hasta la cocina, donde estaba Lindsey comiendo hojuelas de cereal dulce con la mano. Le encantaba comerlo así y lo prefería en lugar de otro tipo de botana.

―¡Papá! ―Nunca me cansaría de escuchar esa palabra emanando de la voz de mi hija.

―¡Lindsey! ―le respondí mientras extendía los brazos para invitarla a abrazarme, cosa que hizo rápidamente.

Si bien la imagen de Lindsey había ayudado a sacar a Randal de mi mente, no lo había logrado con el desconocido que lo había castrado, de hecho hizo que el nerviosismo aumentara. Randal estaba muerto y no podía amenazar a mi familia de ninguna manera, pero el Castrador estaba vivo y en las sombras.

Estábamos a su merced.

―Mamá... ―dije después de soltar a Lindsey y acercarme a la ventana de la cocina que permitía ver a la calle―, ¿has notado algo extraño?

―¿Extraño? ―repitió dándome a entender que no comprendía lo que quería decirle.

―Yo... Olvídalo ―le respondí. Mi madre era una mujer nerviosa por naturaleza e involucrarla de alguna manera en el giro que le había dado a mi vida era como empujarla directo a la demencia.

―¿Qué pasa, Nick? ―preguntó.

Me arrepentí de haber sido tan estúpido. Con esa pregunta había activado el sexto sentido maternal y ahora ella no me dejaría en paz hasta saber que todo estaba bien.

―Nada, es sólo que... ―Las mentiras jamás fueron lo mío. Siempre había sido incapaz de improvisar una historia creíble y, a la vez, controlar los espasmos ocasionados por los nervios: mover mucho los ojos, tamborilear la mesa con los dedos, mover las rodillas con rapidez, morderme las uñas, sudar... Yo no había nacido para mentir.

―¿Es sólo qué, Nick? ―ella exigía saber lo que pasaba y su postura de brazos cruzados me hizo saber que no mordería ningún anzuelo con facilidad.

Esa mujer me conocía muy bien.

Pensé en que no era necesario mentir del todo. Sólo tenía que reformar las verdades y hacerlas asimilables.

―Hablé con Ben ―le dije en voz baja. Había nacido la primer coartada de muchas.

Ella abrió los ojos para expresar sorpresa y no dijo nada más. Sabía que era un tema sensible para Lindsey y que lo mejor sería dejarlo pendiente para hablarlo a solas.

―¿Todo bien? ―preguntó. Necesitaba estar en paz y ella detestaba el suspenso, cosa que me había heredado.

―Todo bien ―respondí, pero no dejé de mirar por la ventana.

Una camioneta negra se detuvo un momento a media calle; dentro había un sujeto calvo con ojos curiosos que no dejaban de mirar alternadamente mi camioneta y la casa de mi madre, miró a través de la ventana de la cocina y me hice a un lado.

¡Al fin tienes al hijo de perra! ―La voz parecía satisfecha y alegre, pero dentro de mí crecía un nuevo sentimiento que jamás había experimentado. Podía escuchar un rugido a lo lejos y entendía lo que me pedía hacer. Era mi instinto animal que me pedía asesinar para poner a mi hija a salvo.

Puse atención a las placas del vehículo, tomé nota de ellas en mi celular y me di la vuelta para acercarme a mi madre y besarla en la frente mientras le preguntaba qué había para comer.

Filetes y puré de papa. La boca se me hizo agua al instante y mi estómago me pidió alimento.

―Iré a lavarme las manos ―respondí mientras miraba dónde estaban los cuchillos.

―Iré a lavarme las manos ―respondí mientras miraba dónde estaban los cuchillos

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Un capítulo corto, lo sé. Pero siempre he tenido una inconformidad con las historias extremadamente largas como Drácula (Bram Stoker)o Las 2 después de la media noche (Stephen King). Novelas en las que la descripción es excesiva y, desde mi opinión, no aportan nada vital para la historia. Por eso me considero un escritor conciso. Espero que no te moleste.

¿Canción? Aquí la tienes.

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