¿Parte 1?

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Late, aquí en mi pecho. Fuerte, rápido, voraz consume todo y nada surge para evitarlo. Lo estoy intentando, deben creer en mí. Rasgo desenfrenada las telas que me cubren dejando mi cuerpo sin retazos que lo encadenen, el brillo de la Luna me baña con su esplendor y calma poco a poco los impulsos que trato con histeria de apagar. ¿He dicho impulsos? ¿Estoy hablando del Ello* humano? No, no, este es el instinto crudo y salvaje de las bestias. Lo que sucede en mí, aquello que invade mis entrañas en las épocas más vulnerables, me mata. Poco a poco lo hace y no tengo ninguna salvación, no hay cura, ungüento o invento que logre ayudarme.

¿Los míos, tal vez, podrían hacerlo? Por supuesto que lo he pensado, busqué incontables veces a alguien que comprenda lo que ocurre cada vez que me altero, o mis ideas se desvían hacia los deseos más inmorales y depravados. Quiero derramar sangre, asesinar, cometer pecado tras pecado y regodearme en ellos. Lo puedo sentir todo, cada cosa, cada posible víctima. Demasiadas sensaciones corren a través de mí hasta el punto en el que llegan a quemar mi cuerpo, lo torturan y dejan llagas. Más de una vez he despertado en esta lúgubre cueva con las lenguas ásperas y calmantes de las bestias lobunas. Solo debo espantarlos, y ellos obedecen.

He ardido en llamas una y otra vez. Cuando nada logra impedirlo: no hay Luna, lobos o ideas pacíficas que engañen mi apetito. El monstruo se libera, los pueblos cercanos pueden sentirlo. Conocen mi leyenda, entienden a lo que se enfrentan; mujeres y niños no corren peligro, pero los hombres… Deberían rogar a su Dios por ellos. Han pasado meses desde la última vez que me deshice en cenizas, ¿O acaso creían que me enciendo como una insignificante vela para apagarme del mismo modo?

Así, repentino y asustándome, comienza a recorrerme el extraño picor. Aquello que tanto había tratado de impedir: Todo inicia en la epidermis, pica a tal punto que quiero arrancarla. Brazos, dedos, incluso entre los pliegues de mi parte más femenina. Pronto la picazón comienza a quemar pero surge desde el interior, lo siento en mi corazón: él se enciende en llamas y comienza a reunir órganos y tejidos que puedan colaborar con su causa como una maldita caravana. Los gritos se liberan hasta lograr la perfecta sinfonía de mi suplicio y finalmente el ardor llega hasta el órgano más visible, la piel. El fuego nace de ella como una flor en primavera, chamusca los pequeños vellos y el cabello extenso de mí cabeza desaparece entre el calor sobrenatural. Ya no puedo gritar, el dolor sigue aquí dentro pero no tengo cuerdas vocales para emitir sonido alguno.

Me quemo y muero lentamente, pero todo en lo que logro pensar es en la sangre que deseo volcar, o en aquel pueblo a tan solo kilómetros, colmado de hombres adultos con los que podría saciar mi apetito de condena y muerte. Estoy determinada, mi alma está determinada, es muy tarde para volver atrás porque el fuego reclama sus víctimas y yo se las daré, nada puede impedirlo y no estoy segura de querer evitarlo. Desisto a luchar, no puedo contener la bestia que surge en mí. Lo hice incontables noches pero el sufrimiento ha superado mis barreras protectoras, los límites que tan cuidadosamente había fijado. El hambre destroza mis muros y arrasa con todo sin retorno.

Lentamente me elevo sobre mis pies y comienzo mi camino, atravesando la entrada de mi casa/cueva hacia la espesura del bosque en aquella noche de tormenta próxima.

¿Continuará?

Términos:

*Ello: Se refiere al Ello como término psicológico, el “Ello”  de Sigmund Freud el cual, junto con el Yo y el Super-Yo, conforman las tres instancias del aparato psíquico.  

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⏰ Última actualización: Dec 05, 2014 ⏰

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