Mi pequeña fragilidad

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Cuando terminamos el proyecto de compra y venta de terrenos en el Medio Oriente, suspiro llevándome las manos al rostro. Estoy aliviado de terminar las medidas para evitar que la empresa de los Ferraz se empodere de la zona, ellos de por si tienen una ventaja enorme, venden alimentos.

Solo faltan dos dedos de frente para darse cuenta que en el mundo del turismo, es mucho más importante asegurar la mejor comida que el mejor hotel, empezamos a cobrar los prestamos que he dado en los últimos cinco años, muchos hoteles estaban sumergidos en un profundo mar de deudas propias sustentado, como siempre, por la negligencia de los propietarios, quienes a menudo el dinero extra en vez de invertirlo en algo que les duplique las ganancias, prefieren gastarlo en cosas ridículamente ostentosas, mujeres, caballos, carros. En fin la interminable lista de placeres occidentales.

Estoy agobiado de tantos números circulando por mi mente, tantos gráficos de estadísticas sobre la mesa, que me paro de la silla le pido a mi secretaria que me traiga un cappuccino con bastante crema.

-Señor-susurra la misma hermosa señorita que me encontré en el hospital, con sus dientes blancos y derechos, sus ojos color miel brillante, deja el cappuccino sobre la mesa, dejándome ver ese esplendido cabello que cae como una sutil cortina, seduciéndome.

-Gracias Amelia, puedes retirarte-digo sonriéndole a la par que ella asiente obedientemente, camina haciendo ruido con sus tacones, mis ojos se van a sus piernas y nalgas, ella afortunadamente no se da cuenta. Tiene una linda figura, es flaca, pero esbelta, bien formada.

Hace una semana que la contrate, luego de despedir a mi inútil ex secretaria, me sorprendió verla, resulta ser que tiene 22 años está estudiando Psicología, para pagar su universidad trabaja medio tiempo. No solo la contrate por sus excelentes recomendaciones, sino por lo hermosa que es, hace años no veía a una mujer tan cautivadora como esa chiquilla. Ella no es solo brutalmente inteligente sino dulce tan dulce como un tarron de azúcar, pero es una dulzura natural, una amabilidad que no cae en la sumisión, es como una rosa oculta en un profundo bosque de hierba mala. Además de tener un cuerpo exquisito que hacen que aun sin quererlo se me vayan los ojos.

Por la manera en la que estoy hablando de Amelia, juraría que parezco dar la impresión de que me gusta, todo lo contrario, me interesa, es una mujer muy hermosa, pero no despierta tales pasiones en mí, no puede despertar cosas que ya son de otra, cosas que toda la vida y hasta mi último latido tendrán dueña, ella jamás podrá llegarle a los pies a Jade.

Amelia es como una hermosa pintura que podría pasar viendo durante horas, fascinado, pero que muy poco me importaría si el pintor la cambia o si un comprador se la lleva, no haría eco en mi vida. Pero mi Jade es esa magnífica joya que celo con fervor y trato de ocultar de las irrespetuosas miradas de los hombres, efectivamente ella no es mi vida, yo soy un planeta que gira en su constelación, cuya vida tiene un propósito estar siempre a su lado.

Porque aunque tuviera a Amelia o a cualquier otra mujer desnuda, con las piernas abiertas de par en par, suplicándome con voz ronca que la haga mía, ni por eso me replantaría mis conceptos básicos de lo que es un buen musulmán, ya le he fallado demasiado a Allah. Ni mucho menos pondría a mi familia en peligro, me ha costado hasta sangre conseguir a Jade, no cambiaría por nada la risa alegre de mi Khadija y el llanto de mi Munir, que me recuerdan que tengo un propósito en la vida.

Hoy es un día templado, no hace mucho calor, la brisa es suave, me pregunto si Jade ya habrá cancelado sus clases de yoga y si habrá comprado esos libros de marketing que tanto quiere.

-Amelia, ¿Me puedes comunicar Minas Gerais?-pregunto dejando la taza de cappuccino vacía sobre mi escritorio.

-En un momento te lo comunico-responde con su dulce voz.

Mas allá de la opresión del velo-(Jade y Said) (Corrigiendo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora