Amanecer, despertar y abrir los ojos. Toparte con el techo de una habitación sumamente espaciosa y sofisticada, estilo moderno y victoriano, con el confort que brinda una muy blanda cama y unas muy suaves sábanas. Ese es mi amanecer, mi despertar, en la habitación de Tristán Blondie Pelquest Delaware, un chico
omega de 17 años.Tres golpes suaves en la puerta indican la llegada de las sirvientas a mi "alcoba", les permito la entrada con un "adelante" y ellas continuan con su paso dentro de mí habitación después de brindarme un educado "Buenos Días, joven". Dos mucamas betas de clase baja son las que cada mañana entran por aquella puerta, abren las cortinas de mis ventanas (como si fuera difícil hacerlo para mí) y esperan paciente a mi levantar de la cama para continuar con su labor y desvestirme para mi aseo matutino. Y vaya que se les facilito.
Me levanto con un poco de pesar pues en lo personal no me gusta levantarme, soy un poco (muy) perezoso para poner un pie en el suelo después de mis ocho horas de descanso. Ellas continúan quitándome el batín de algodón que utilizo para dormir y con un leve empujón me guían hasta el baño (como si no supiera dónde quedara) aunque las comprendo, verme tan desfavorable en las mañanas hace creer a cualquiera que me he tomado miles de millones de botellas de vino la noche anterior, aunque no me guste el alcohol en lo mínimo.
Me introduzco al baño para dejarlas continuar con el aseo en mi cama y piso. Me miro al espejo que se encuentra posado sobre el lavamanos de porcelana de mi baño, noto mi rubia cabellera como siempre, despeinada con los rizos por doquier, me rindo y me adentro a la tina que la noche anterior había sido llenada por las mismas sirvientas. Sí, así es, me baño con agua fría que ha permanecido ahí desde la noche anterior, ni modo.
Apresuro mi aseo y me coloco otro batín, esta vez uno de baño, y salgo para continuar vistiéndome, mi típico pantalón marrón entallado junto a una camisa larga y mis botas son los que me coloco para después divisarme en el espejo de mi tocador y continuar con mi peinado. Al terminar solamente me queda salir de mi habitación y continuar caminando por los pasillos del segundo piso de la Mansión Pelquest, los cuales se encuentran repletos de puertas que llevan a otras habitaciones o salones especiales para cualquier tipo de uso.
Llego a las finas escaleras de mármol y cuarzo blanco que tanto ama mi madre y bajo hacia el primer piso con destino al lujoso comedor de esta casa. Una vez ahí noto que soy el último en llegar para dar inicio al desayuno familiar (como siempre).
-Buenos Días, Querido- Habla mi abuelo. Estéfano Berman Pelquest, un alfa de ochenta y seis años de existencia. Con su típica vestimenta de hombre jubilado, pero sofisticado y con mucha clase y poder, sin dejar aires de debilidad o vejez. Él es así, simplemente ególatra pero sumamente tierno y cariñoso cuando se trata de mí, "Su único, más amado y lindo nieto" cito sus palabras. Él se encuentra sentado en la cabeza de la mesa, al ser el miembro de la familia más importante, y más antiguo.
-Buenos Días, abuelito- me acerco hasta su silla y continuo el saludo con un beso en su mejilla- ¿Cómo has amanecido hoy? ¿Sigues con el dolor en el pecho?- indago al saber que por su edad, la naturaleza está haciendo con su cuerpo lo debido
-Nada de que preocuparse- bufa, a él le molesta que se preocupen por su estado de salud continuamente- Solo fue una malestar, voy a estar bien, me encuentro bien- continua
-Bueno, me alegra oír eso entonces- le sonrío y continuo a sentarme en mi lugar de la mesa, a la derecha de mí abuelo.
-Buenos Días, Cariño- Saluda esta vez mi madre, Patricia Madeleine Delaware de Pelquest. Una alfa de élite, proveniente de la élite, criada en la élite y realizada por la élite. Es la típica mujer educada, despampanante e inteligente que exige la sociedad de alta alcurnia; alta, de blanca tez (cosa que me heredó), rubios y largos rizos (cosa que también me heredó), castaños ojos y cuerpo muy bien tratado (para tener cuarenta años).
-Buenos Días, madre- le contesto el saludo de igual manera, con una sonrisa.
-Buenos Días, hijo- Saluda por último pero no menos importante, mi padre, un alfa de cincuenta años de edad. Hollan Berman Pelquest Rutherford, el increíble y grande hombre de negocios, el actual dueño de la empresa Pelquest, la cabeza de la familia, el magnate empresario y sí, como ya había mencionado antes, mi padre. A simple y sencilla vista aparenta ser frío, con su azul mirada penetrante y con su profundo y calculador aspecto, y lo es, sin embargo no siempre, también suele ser humano y muy atento con nosotros, su familia.
-Buenos Días para ti también, padre- le entrego otra de mis sinceras sonrisas. Y con el fin de los saludos, los sirvientes hacen acto de aparición con las charolas en su mano para repartir a los cuatro miembros de la familia Pelquest, el desayuno.
Dichos alimentos son específicos para cada miembro, es decir; a mi abuelo le brindan nada más que una ensalada cien por ciento natural y de fruta sin conservadores o un miligramo de azúcar superficial, simples y puras calorías naturales. A mi madre le otorgan su preparado de verduras con espinacas, rábano, cilantros y perejiles, (jamás entenderé cómo puede comer eso). Y mi papá al ser el único que saldrá de casa tan temprano, es usual que le preparen desayunos un poco más elaborados, que contienen carne, huevo y maíz para ayudarlo a recargar proteínas para el día. A mí lo que me ofrecen en el desayuno son las "típicas, insípidas y flacuchas crepas francesas" bañadas en rica miel pura de abejas y con frambuesas decorativas, mi manjar.
Cada uno se dispone a comer en silencio, en la grandísima mesa de madera de pino en la que puede haber cabida hasta para veinte personas.
Y así da inicio, el día de una familia, mi familia, la familia Pelquest. La familia que es reconocida por su apellido y por ser dueños de una de las petroleras más famosas del país. Una familia con poder y control, por sobre mí.
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El Poder
Teen FictionEl amor solía ser una fuente en la que él se regocijaba, donde podía ser y fluir, pensar sin limitar y hacer sin razonar. Pero de el amor no se vive, o esa era la idea que su familia le había impuesto por sobre todo lo demás. ¿Qué hacer cuando no er...