XCV. El Hombre Del Río

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Tierras De Los Ríos

A donde sea que mirara, la oscuridad era absoluta. Las ramas altas y secas de los árboles se agitaban, algunas por el viento ribereño y otras por los brincos moribundos de las últimas aves del largo verano.

—Ya estamos cerca —anunció Nazil, un antiguo caballerizo de Tres Hermanas, que ahora ungia de guía de la pequeñísima corte Reyne desde las islas de El Valle hasta Aguasdulces.

—¿Qué tan cerca? —preguntó Theon Greyjoy.

La antorcha de Nazil dejó vislumbrar su mueca de disgusto. Allá, en tierra de los Sunderland, los Greyjoy tampoco eran muy apreciados.

—Cerca... Mi Lord —bramó con voz áspera— Nuestras antorchas se apagarán setenta veces antes de llegar, pero no más.

«Setenta veces.» Ellys no pudo evitar soltar un suspiro amargo. Estaba cansada y tenía las entrepiernas a carne viva por las largas horas a caballo. Además, le sonaba la tripa por la poca comida que recibía. Desde que se separaron del grupo que marchó a Los Gemelos para reunirse con el ejército de Jaime Lannister, las raciones de comida se hicieron más y más escasas, hasta llegar a ser casi nulas. Cada cierto rato, Nissi, la hija de Nazil, ponía al fuego una masa aplastada con sus propios dientes de varias hojas violáceas que cargaban desde el barcoluengo. El resultado eran panecillos duros y feos, con más sabor a los leños que a plantas. Muchas veces, Theon dejaba de comer para ofrecerle su ración a la Reyne, pero ella no podía permitir que él decayera, así que buscaba excusas para declinar de la comida que le ofrecía su antiguo esposo.

El largo viaje los había unido. En los tiempos de descanso, la cansada pelirroja buscaba abrigo entre los, cada vez más delgados, brazos del nacido de hierro. Se aferraba a él y se quedaba dormida sobre su pecho, escuchando su corazón latir bajo sus oídos. “Bum, bum, bum...” tenía que oírlo para saber que él seguía siendo de los suyos, que aún había vida. Confiaba más en los latidos de Theon que en los suyos, pues muchas veces, cuestionaba su propia realidad. ¿Acaso Los Otros se daban cuenta que estaban muertos? ¿Cómo podía saber ella que el Rey Nocturno no la había vuelto parte de su ejército ya?

—Descansaremos un par de horas antes de seguir —informó Nazil.

El hombretón empezó a preparar la improvisada cama que su hija usaba en el trayecto. Ellys no sabía mucho sobre ellos, eran muy escuetos y poco sociables. Lord Sunderland lo envío como guía por el vasto conocimiento de aquél hombre en las Tierras de los Ríos, al parecer había nacido cerca al Tridente. Su hija, Nissi, sí era isleña. Siempre llevaba el cuerpo envuelto en un mantón pardoso y pesado, demasiado grande para una niña. La Reyne suponía que aquél telar era de su madre, o de alguna mujer querida, pues la muchacha parecía tenerle mucho afecto.

Theon desató los telares que llevaba amarrados en la silla del caballo, y armó sin prisa la tarima que Ellys y él utilizaban para dormir. Cómo si fuera parte de un ritual, se acostó primero para que ella pudiera depositar medio cuerpo encima suyo, con el oído como siempre, puesto sobre su corazón. La joven lo terminaba de rodear con un brazo y enroscaba una de sus piernas bajo las del isleño para darse calor.

—Solo faltan setenta antochas —susurró Theon, acariciándole un mechón de cabello— No he vuelto a Aguasdulces desde que...

La voz se le cortó de pronto, y la continuación se quedó dispersa entre los dos.

«No ha vuelto desde que traicionó a Robb.» Culminó Ellys en su mente. Sin importar los años o la dificil situación, la traición de Theon seguía latente en todos, sobre todo en el mismo Greyjoy.

—Será la primera vez que veamos el castillo en invierno —atinó a responder ella— A nuestro hijo le gusta el mar, tal vez también le guste la nieve...

Los Últimos Reyne II | Fanfic GOTDonde viven las historias. Descúbrelo ahora