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—Parece que no somos la únicas que han decidido ir a comprar ropa el último día antes de volver a clase —ríe mi madre cuando ve la cantidad de gente que nos rodea

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—Parece que no somos la únicas que han decidido ir a comprar ropa el último día antes de volver a clase —ríe mi madre cuando ve la cantidad de gente que nos rodea.

—Que originales somos —bromeo.

—¿A dónde quieres ir primero? —me pregunta.

—No sé —me encojo de hombros—. ¿Brandy Melville?

—Pues allá que vamos —me coge de la mano y nos dirigimos a la tienda.

Por poco tenemos que abrirnos camino a empujones. El centro comercial está lleno de gente y resulta sobrecogedor. Cuando al fin llegamos a la tienda, la cantidad de chicas que pasean de una esquina a otra buscando ropa y chillando cuando encuentran una prenda que las satisface me parece ridícula. Mi madre y yo nos miramos, la desesperación palpable en nuestro rostro. Ponemos los ojos en blanco, sabiendo perfectamente lo que nos espera.

Pasamos alrededor de un par de horas en la tienda, al final ni siquiera compro tantas cosas, pero la cola que hay en los vestidores es impresionantemente larga y nos retrasa. Salgo del local habiendo adquirido unos pantalones vaqueros negros sueltos con un roto en la zona de la rodilla izquierda, una blusa a rayas azul y blanca con botones y una chaqueta vaquera azul marino con cuello de pana y dos bolsillos a cada lado del pecho.

—No sé tú, pero yo me estoy muriendo de hambre —dice mi madre entre jadeos cuando al fin salimos de la tienda.

—¿McDonald's? —sugiero.

—McDonald's —parece estar de acuerdo con mi idea.

Después de subir una cantidad innecesaria de escaleras mecánicas, divisamos a unos metros esa gran "M" amarilla que caracteriza este maravilloso lugar por el que mi madre y yo sentimos una profunda devoción.

—Es un regalo para la vista —ríe mi madre.

—Mamá —digo en tono serio—. Creo que al fin hemos llegado al cielo.

—No, cariño —su tono es aún más formal que el mío—. Esto es mejor.

Las dos reímos mientras caminamos hacia el restaurante entre sonrisas y suspiros. Ha sido una mañana agotadora.

—Yo pido la comida —le indico a mi madre—. Tú busca una mesa.

—A sus órdenes —dice, desapareciendo entre la multitud mientras yo me posicionó en la cola, que, para mi alivio, es corta.

Llega mi turno y un amable señor que, por la etiqueta que se mantiene pegada a su uniforme, parece llamarse John me informa de que mi número es el 078 antes de preguntarme que qué es lo que deseo.

—Dos "Long chicken" y un par de Coca-Colas, por favor —le sonrió amablemente.

—Deme cinco minutos —me devuelve la expresión y me hago a un lado para esperar.

Mi lección (Johnny Orlando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora