Capítulo 30

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Ligia caminaba por la orilla de la playa, las tropas habían partido al amanecer y no soportaba esa angustia de lo desconocido, estaba acostumbrada a llevar el control, no a esperar y eso la desesperaba. Idía parecía estar igual, pues finalmente se había quedado para cuidar de Dahud. Lorelei, Ondina... Todas sus guerreras habían partido a la batalla. Las lágrimas empezaron a brotar de sus ojos, lágrimas de desesperación, de rabia, de incertidumbre. Sabía que la batalla podría durar días, más aún si antes intentaban agotar todas las opciones de diálogo... Las horas pasaban, había ordenado a sus guerreras estar atentas a cualquier novedad, continuamente miraba hacia los árboles del bosque, esperando que alguien llegase con noticias, Metis, Estigia, Idía, quien fuera. Dos días habían pasado cuando Idía llegó corriendo junto a Ligia, había llegado una mensajera, habían ganado la batalla, estaban en el campamento recuperándose. Ligia suspiró, liberando en ese suspiro toda la tensión que había acumulado, con una pequeña sonrisa en el rostro.

-No sé cuando regresarán, mi reina, pero puede estar tranquila, todas nuestras guerreras están vivas, algunas fueron heridas, pero están recuperándose. – Ligia asintió con una sonrisa, dándole permiso para retirarse a descansar. La joven regresó a las cabañas mientras Idía permanecía con Ligia.

-Preparadle una buena cama, debe descansar para su vuelta. – Idía asintió y se adentró en el bosque.

Ligia caminaba hacia Kattegat, algunas de sus sirvientas habían quedado al cargo de los hijos de Torvi y Björn, quería ver cómo se encontraban ellas y los pequeños, también quería contarles las noticias, pues algunas de ellas habían entablado relaciones con algunos guerreros y la incertidumbre las carcomía por dentro, ella conocía bien esa sensación, no era agradable. No sabía cuanto tiempo pasaría hasta su regreso o cuantas batallas librarían hasta ese momento, pero al menos las noticias ayudarían a sobrellevar la espera. Las calles estaban medio vacías, solo algunos esclavos, ancianos, madres o niños caminaban por ellas, una imagen muy distinta a días atrás, incluso podría decirse que estaba más triste y apagado, como un día sin sol.

Los días pasaban, la mensajera había regresado al campamento, Ligia pasaba los días de su poblado a Kattegat y vuelta, era la única manera de mantenerse ocupada y no caer en la locura de la espera y la desesperación. Las princesas no habían notado demasiado la diferencia, seguían estudiando con Atargatis, al igual que Dahud, quien había crecido en todo ese tiempo, al igual que el vientre de Ligia, el cual ya sobresalía notablemente, según Idía debían de quedarle unas tres lunas, no mucho más. Caminaba por el pequeño y casi desierto mercado cuando unas voces llamaron su atención, se apresuró a ver que pasaba, seguida por Metis y Estigia, un contundente golpe la lanzó contra el húmedo suelo.

-¡¡¡Soltadme!!! – Ligia se levantó limpiándose los restos de barro de la capa, pudiendo ver a la joven causante de su caída.

-¡Que se calle! – Ordenó con una mueca de asco en el rostro. – ¡Devolvedla al establo! – Movió ligeramente la mano mientras miraba con rabia a la sucia y andrajosa Margrethe. – Antes de que cambie de idea y la mate... - Ligia se alejó de allí, mientras oía los gritos lejanos de Margrethe. Un caballo entró a prisa por las calles de Kattegat, arrollando todo lo que se encontraba a su paso y deteniéndose frente a ella, sangre resbalaba por su cuello, manchando su blanco pelaje de un intenso carmesí, reconocería ese uniforme de combate en cualquier sitio. Desesperada, ayudó a la guerrera que lo montaba a bajar el cuerpo moribundo de su leal armera, Lorelei no respondía a nada, pero aún respiraba. - ¿Qué ha ocurrido? – La voz se le cortaba. Una suave y débil voz salió por los labios de Lorelei, Ligia se agachó para escuchar sus palabras. – Lo juro... - Tras oír la promesa de Ligia Lorelei volvió a perder el conocimiento.

-Hemos perdido...

-¡Metis, Estigia! – Gritaba tan alto que pensaba que se le desgarraría la voz. - ¡Llevádosla! ¡Ya! – Ambas la tomaron en brazos y corrieron. - ¡No hay tiempo! ¡Id al puerto! – Vió como a lo lejos saltaban dejando un charco granate en las azules aguas. Apretó en su puño el transparente cuchillo que llevaba Lorelei en su cuerpo, lo reconocía, había sido su regalo para Ivar. Él le había mandado un mensaje y ella lo había entendido. - ¡Tú! – Señaló a la guerrera. - ¡Toma a todas las sirvientas e id al poblado! ¡Todas deben regresar al reino!

-Pero mi reina...

-¡Es una orden! – Ligia había dejado de sentir la garganta de tanto gritar. - ¡Yo sé cuidarme! ¡Vete! ¡Vamos! – La joven lo dudó unos instantes, pero después corrió en busca de las demás sirvientas, Ligia fue al gran salón, ella cuidaría de los hijos de Torvi hasta que ellos regresasen.

-Mi reina.

-Debéis marcharos.

-Pero...

-¡Ya! Yo cuidaré a los pequeños. Id directamente al puerto, no tenemos tiempo.

-Sí, mi reina.

-Y encargados de las princesas, todas debéis regresar a nuestro reino, yo volveré cuando pueda.

No tardaron mucho en llegar Björn, Ubbe, Torvi y Lagertha con el ejercito que quedaba.

-¡Mis pequeños! – Gritó cuando vió a los dos jugando con las mantas de la cama.

-Mandé a las sirvientas marcharse cuando me enteré, solo quedo yo de mi reino

-Gracias por quedarte a cuidarlos

-Ligia, ¿estás bien? – Ubbe se apresuró a comprobar su estado. – ¿Y toda esa sangre?

-Lorelei...

-¿Dónde está? – Ondina acababa de entrar por la puerta.

-Se la han llevado, no aguantará mucho, debes ir tú también.

-No, me quedaré contigo...

-Ondina, Lorelei se muere y quiere que tú estés ahí, le hice una promesa y vas a ayudarme a cumplirla.

-Pero...

-¡Ondina, ya! – Sabía el dolor que le causaba separarse de ella, pero se lo había jurado a Lorelei. – Y llévate a las guerreras contigo.

-No te dejaré sola.

-De acuerdo, deja a cinco... ¡Pero vete ya! – Las tropas de Ivar se acercaban, los pasos de los soldados retumbaban.

-Debemos marchar. – Björn cargaba con su hijo, Torvi llevaba a la pequeña mientras tomaban armas y provisiones. – Hay un pequeño barco en el puerto, perfecto para nosotros. Vamos madre. – Lagertha parecía ausente, Torvi se acercó, tocándole suavemente el hombro, devolviéndola a la realidad.

-Los soldados están apunto de entrar.

-Id al barco, yo os daré tiempo.

-¡No! ¡No te dejaré sola!

-No estaré sola, tengo a mis guerreras, además, yo puedo escapar... Lo sabes...

-Aún así, no te dejaré... Me quedaré contigo y no voy a ceder.

-De acuerdo... - Ligia suspiró. – Ve a por dos caballos, nos harán falta. – Ubbe asintió. – Yo iré a por mis guerreras - Ambos salieron del gran salón, pero unos ojos se chocaron de frente con los suyos.

-¡Tú! – El obispo Heahmund se acercó a ella con los ojos llenos de rabia.

-Como la toques... - Ubbe había posado su espada en el cuello del cristiano. – ¡Te mandaré con tu creador!

-¿En qué más mentiste? Aparte de ser una salvaje infiel... El niño...

-Eso era verdad, todo eso era verdad, se merecía una buena vida... - Ligia se alejó hacia sus guerreras, tenía un plan y debían conocerlo a la perfección, pues si Ubbe se empeñaba en permanecer con ella, necesitaría la ayuda de todas ellas.

El pequeño barco se alejaba de la costa, Ubbe y Ligia permanecían montados en sus caballos, cerca de la entrada, los soldados no tardaron en entrar. Al verlos Ivar dio la orden, todos corrieron tras ellos, incluido él con su carro. Ligia seguía a Ubbe, ambos galopaban colina arriba, buscaban aquel acantilado por el cual una vez casi empujaron a las princesas. Los pasos se oían cerca, por suerte los jinetes no eran tan habilidosos como para dispararles mientras cabalgaban. En un despiste aprovecharon para dejar los caballos y correr hasta el borde del precipicio, pero Harald les había visto y Ivar y Hvitserk no tardaron en llegar, el último sorprendido por el abultado vientre de Ligia.

-¿Creíais que podíais escapar? Os creía más listos, hermanito... Debisteis haber huido cuanto tuvisteis ocasión...

-Tengo un mensaje para ti Ivar... - Ligia se acercó a Ubbe, mientras que con su otra mano agarraba con fuerza el pequeño cuchillo. – Lorelei te manda recuerdos. – Casi en un suspiro lanzó el cuchillo que se enterró en el hombro derecho del tullido, al mismo tiempo que ambos saltaron del acantilado, fundidos en un abrazo mutuo.

The soul of the seaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora