Siete

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Amelia comenzó a llorar en el momento en que entró a su cuarto y se sentó en la cama.

Jamás le había contado a nadie lo que había pasado cuando vivía en Colorado y sinceramente no se sentía preparada para hacerlo.

No era su obligación contarle nada a nadie, tenía el derecho de callar, pero de solo volver a ver a Tom a la cara, mirarlo a los ojos otra vez, con lo sensible que era, escupiría todo el dolor y sufrimiento de su existencia. Era tan débil a veces, y se conocía, sabía cuál sería el resultado de la presencia del inglés si se aparecía otra vez esa noche.

En medio del ataque de angustia que estaba sufriendo, tomó la libreta en que tenía anotado el número de su jefe y bajó velozmente hasta la primera planta de la casa, tomó el teléfono y le marcó.

A los dos timbres contestó.

—¿Hola?, ¿señor Fitzherbert?, soy yo, Amelia...

—Hola muchacha, ¿Cómo estás? —interrogó él desde el otro lado.

—No tan bien, señor. He tenido un imprevisto, tengo una amiga que debe viajar fuera de la ciudad esta noche, ha muerto un familiar y no tiene con quien dejar a su bebé...

—Entonces no irás a trabajar...

—Por eso lo llamaba señor, ¿hay algún problema si no voy esta noche?

—¡Oh, claro que no!, pero se te descontará de tu paga, por su puesto.

—Claro, señor Fitzherbert...

—Y lo siento por tu amiga, ten un buen día.

—Adiós señor, muchas gracias.

Y le cortó.

Aunque a final de mes tendría algunos dólares menos en su boleta de pago, se sintió sumamente aliviada de haberse relevado del turno de la noche.

Subió a su cuarto, tomó algunas cosas y se metió al baño.

Al ser la mañana y no haber nadie en casa aparte de ella, decidió darse una larga ducha de veinte minutos.

Eso era mucho tiempo para ella.

Se bañaba dos veces al día, una vez en la mañana, otra vez en la noche, y cada vez que lo hacía se aplicaba crema en el rostro y el medicamento para la caspa en el cabello.

Su pelo se veía bastante mejor que antes, casi no tenía caspa y lucía brillante, pero por otro lado, la crema no había hecho casi ningún efecto en su piel, quizás no tenía tanto acné como adolescente adicto a los chocolates y la mayonesa, pero de todos modos sí tenía manchitas rojas, puntos negros y espinillas que arruinaban su piel.

Luego de la rutina de secar su pelo, desayunar y ponerse el pijama, se metió a la cama.

No tardó mucho en caer dormida, olvidándose incluso de apagar la luz.

Mientras tanto, el londinense estaba muriéndose de frío y sueño al arribar al set de grabación durante aquella media mañana.

—¡La nieve está por venir, querido Tom! —dijo el joven director de la película, a la vez que se aproximaba a él.

—Así es, Dorian... —respondió Tom, mientras ajustaba su gorro—. ¿Crees que podamos rodar si nieva?, me refiero a las escenas que no incluyen la nieve, claro.

—Tendríamos que cambiar el plan de rodaje y adelantarnos a las partes que sí contengan nieve, pero eso ya se verá después, por ahora, ve a la sala número tres, ya prontamente llegarán los demás... y tengo una sorpresa para todos, así que anda y bebe algo caliente mientras esperas.

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