1. from new york to avonlea

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( CAPÍTULO 1 )

De Nueva York a Avonlea

❝De Nueva York a Avonlea❞

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LA DECEPCIÓN DE JANETTE AL DIVISAR EN LA LEJANÍA NEBLINOSA el pequeño pueblito de Avonlea no fue mayor a la de su recibimiento a la noticia de que abandonarían su querido Nueva York. Ya había tenido tiempo de quejarse cuando el barco recién arribaba en la Isla del Príncipe Eduardo y no se encontró con nada espectacular que le diera la bienvenida: no pedía algo más asombroso que la estatua de la libertad, pero al menos preservaba la ilusión de que aquella isla perdida en el tiempo tuviera algún encanto escondido. O al menos algo que la hiciera olvidar que allí no existían la electricidad y los teatros. Una verdadera pesadilla.

Había discutido con su madre todo el trayecto en tren y parte de la caminata hacia la nueva casa. Tía Diana –que en realidad no tenía ningún parentesco con madre e hija– iba diez pasos más adelante fumándose un cigarro y cargando con las maletas más pesadas, haciéndose la tonta cada vez que alguna le pedía intervenir para darle la razón.

—Solo digo que es ridículo abandonar un lugar tan prometedor para venir a mirar pasto y árboles. –Se quejó Janette pisando fuerte a propósito, levantando pequeñas nubes de tierra y polvo que le ensuciaban las botas.

Y en su capricho, sabía que tenía completa razón. Su amada ciudad debía ser el primer mundo del que todos hablaban, con sus enormes edificaciones y monumentos y calles abarrotadas de artistas soñadores. Ella pudo ser uno de estos últimos si tan solo jamás se hubiera subido a ese barco lleno de promesas baratas, así lo había planeado toda su vida: ser una actriz y cantante de gran prestigio.

Pero su madre lo veía por otro lado: el de los disturbios y persecuciones.

Nueva York comenzaba a tener cada vez más población y eso, para la familia de mujeres desamparadas, solo era una alerta de peligro que no podían pasar por alto. Así fue como usaron sus ahorros de diez años para subirse a un barco y desaparecer de la gran ciudad para probablemente jamás volver.

—Algún día, de adulta, podrás regresar el tiempo que quieras. Pero créeme, Janette, cuando digo que el encanto del campo y sus otoños te darán la tranquilidad que tu gran ciudad ya no podrá.

Punto para mamá, pensó. Pero no pensaba admitir nada, todavía conservaba una pequeña esperanza de que tuvieran tiempo para volver por donde vinieron.

Si no era Nueva York, al menos podían probar suerte en Pensilvania.

Janette apuró el paso con el ceño fruncido, intentando parecer más enfadada de lo que estaba. Esa clase de caprichos solían funcionar cuando era niña, esperaba que ahora al menos persuadiera a su madre de comprarle algo para comer.

—Es un –quería decir estúpido, cuánto quería. Janette bufó– tonto pueblo fantasma. No me sorprendería que el bosque esté poblado de brujas que comen niños.

—¡SÍ!

Janette tropezó sobre el camino cuando tía Diana se dio la vuelta y gritó en su cara, pareciendo más maníaca que de costumbre. Detrás de ella su mamá se cubrió la boca, disimulando una delicada y suave risita.

—Nos descubriste, Janette. Vinimos aquí porque este es un pueblo mágico.

Cuando la mirada ambarina de Janette brilló de curiosidad, Diana sonrió. Acababa de dar en el blanco.

—¿En serio?

—Sí, muy en serio. Míralo tú misma –Tía Diana abrió los brazos, refiriéndose al paisaje campestre–. Bosque, campo, praderas. Este es un auténtico País de las Maravillas, Jan, y es todo nuestro.

La niña le dio una leve sonrisa, recordando de repente algo que la tenía inquieta desde hace mucho tiempo. Dudó por un momento y solo se levantó sacudiéndose la tierra.

Retomaron la caminata y al cabo de un rato Janette se atrevió a hablar:

—No habrá... –Suspiró–. ¿No habrá monjas aquí, no?

La emoción de tía Diana se vio ensombrecida por el desagradable recuerdo por un momento. El ambiente se tensó y sintieron el sabor amargo del rechazo en la boca justo como la primera vez.

Pero se trataba de un nuevo capítulo en sus historias, una página en blanco sin otras precediéndola. Si dejaban que viejos recuerdos las atormentaban de nuevo, jamás podrían superarlos. Era hora de enseñarle a Janette a dejar ir.

—Eso fue hace mucho tiempo, no tenemos por qué seguir mencionándolo –Se apresuró a decir y le fue imposible no mirar a Irina en busca de apoyo–. Escucha, Jan, la hemos pasado muy mal allá. Pero no dejaremos a nadie más lastimarnos, ¿entiendes?

—¿Eso significa que nadie puede saber sobre nosotras?

Irina, su madre, suspiró a la vez que enganchaba sus brazos con ellas: a la izquierda, Janette; a la derecha, Diana. Ahora le tocaba a ella hablar.

—No vinimos aquí a escondernos. –Habló, dulce pero impasible, con ese tono que Janette solo creía que las reinas dominaban. Tal vez su madre fue reina en otra vida–. Solo buscamos una vida tranquila y lejos de las multitudes. No vinimos a probarle nada a nadie, ni a buscar problemas, así que mientras no hagamos mal intencionalmente nadie tiene porqué atacarnos.

Janette pensó que en su antigua escuela tampoco hizo nada para merecer el desprecio de la madre Reggie, pero de todas formas se ganó que la llamaran fenómeno y que Alissa se mudara a otra ciudad. Solo así comprendió que lo normal en su casa era visto de forma totalmente diferente puertas afuera.

—Está bien. –Dijo, pero no estaba segura.

—Espero que uses esa lengua afilada con otros como lo haces con nosotras. –Habló Diana, dándole un empujón a Irina que, a su vez, empujó a Janette.

—No des por hecho que van a molestarla, Diana. La desalientas.

—Tiene razón. –La defendió Janette, frotando su mejilla contra el brazo de su madre en plan cariñoso–. Pero tienen prohibido castigarme por problemas con terceros a partir de ahora. O sea, solo pueden regañarme si me comporto mal en casa, porque no sería mi culpa si golpeo a alguien para defenderme.

Diana e Irina se miraron, enarcando una ceja.

—No nos digas cómo hacer nuestro trabajo.

—Parece que la señorita se tomó demasiadas confianzas.

Y después de dejarle el pelo negro revuelto, la extraña pero dulce familia siguió su camino entre campos y granjas, rumbo a su nuevo hogar. 

Janette | c. mackenzieWhere stories live. Discover now