Después de eso
Otro día de mierda. Tan igual y tan distinto de cualquier otro. Las mismas personas, los mismos lugares, la misma sensación de vacío en el pecho. Pero en cada bocanada de aire se acerca el final, cada paso está contado. Estaba decidido hace tiempo.
Ese día era el último.
Cuando anochece, ella se encierra en su habitación. Los sentimientos que ocultaba durante el día salen a flote. Las lágrimas inundan por enésima vez sus ojos cansados. Descubre sus brazos marcados, frustración, desahogo, ira, decepción, tristeza, todos esos sentimientos cicatrizando en la piel; porque son demasiado para contenerlos, demasiado dolorosos y abrumadores. Desliza el filo contra sí misma en busca del último consuelo, porque eso era lo que le ofrecía el dolor momentáneo.
Sigue ignorando el hambre que siente desde hace días. No se permite ingerir nada porque no posee el cuerpo que quiere, el cuerpo que debería tener. No es suficiente, ya nada lo es.
Las lágrimas siguen cayendo durante demasiado tiempo. Tiene miedo. Mierda ¿Cómo no tenerlo? Siempre había sido una cobarde, después de todo había elegido esta salida. La sangre dejó una marca roja que manchaba su cama.
Para mi familia…
Querida familia…
Queridos mamá y papá…
Desliza el lápiz sobre el papel sin saber muy bien que decir. Ninguna le parecía manera de empezar sus últimas palabras. Su carta de suicidio. Un llanto silencioso llena la habitación. Siente que no importa lo que haga, nadie se interesará en lo que pueda decir, nadie la comprendió. Piensa que a nadie le importa si está viva o muerta. Es insignificante. Está sola.
Se sienta en su cama y mira a su alrededor. Intenta pensar en algo distinto, en algo bueno. Pero es demasiado tarde, los sentimientos ácidos la han carcomido por dentro. Está atrapada en un silencio ensordecedor. Ella toma el frasco de pastillas que consiguió. Una, dos, cuatro, diez, quince, treinta. Una tras una las traga con un alivio profundo. Todo terminaría ese día.
¿Pero qué sigue luego? Tengo miedo.
Susurra una despedida a la oscuridad, a la nada. Se reprocha todas las cosas que podría haber hecho diferentes, mejor, que haría que su vida no sea un desperdicio. Pensó en todo lo que no tendría: un te amo, novios, sexo, amor, un hombre que la quiera, hijos, nietos, un futuro. Ese futuro que había soñado cuando era muy pequeña. Sus sentidos poco a poco la abandonan hasta dejarla en la inconciencia eterna. Su corazón deja de latir, su cerebro cesa las órdenes, sus pulmones ya no respiran, su sangre se enfría.
Su sufrimiento terminó. Sí. Ella ya no está en este mundo. Pero comienza otro. Viene el después.
Su madre al otro día la llama para ir al colegio como siempre. Toca su puerta y pronuncia su nombre. Pero no recibe respuesta alguna. No sabe que no puede oírla. La mujer pone más énfasis en su llamado, pero del otro lado de la puerta solo hay silencio, hay muerte. Su madre nota que algo anda mal, su corazón late demasiado rápido. La puerta se abre. Su pobre corazón se detiene por un momento cuando procesa la información en su cerebro. Hay demasiada sangre alrededor de la chica, y unas píldoras caídas junto a la cama. Su sangre se detiene y grita. Grita su corazón destrozado. Las fuerzas le fallan y sus piernas ceden. Sin querer creerlo mira el cuerpo de su hija, su bebé, el amor de su vida. “No puede ser cierto” se dice “Mi bebé no haría esto”. Pero se equivoca, su ángel había crecido y le habían arrancado las alas, habían destrozado sus sentimientos. Su ángel había caído del cielo.
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Después de eso
Teen Fiction"Huir de los problemas es una forma de cobardía y, si bien es cierto que la muerte de valientes es el suicidio, no lo hace por ningún motivo noble." ...