Capítulo 1

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Me encontraba en el campo de batalla.

La vista, sin duda alguna era hermosa, pero algo perturbaba mi estar: ¿Qué demonios hago en este sitio? 

Veo a mi alrededor a hombres preparados para pelear, sus armaduras brillaban bajo la luz de un abrasador sol que no tenía piedad de nosotros. También estaban esos caballeros, luciendo un gran porte arriba de esos pobres animales que apenas podían con su propia armadura. 

El tiempo pasaba y no parecía llegar el momento de atacar.

Desesperado, miré a mi alrededor para preguntar el motivo por el cual esperábamos para atacar. ¿Acaso debemos de esperar al enemigo? ¿Por qué no atacarle de una vez?

—Estimado caballero, ¿Qué es lo que estamos esperando? —dije mientras me secaba el sudor de la frente.— ¿Acaso esperamos a morir deshidratados?

El hombre solamente me miró extrañado, como si no pudiera entenderme. Cansado de esperar una respuesta, dejé mi posición y caminé.

—En serio, ¿Qué estamos esperando?— Pensaba.

Luego de perder mi tiempo caminando entre filas que parecían interminables de soldados rasos, guerrilleros, ballesteros, caballeros y alabarderos, pude salir de la formación. No me lo podía creer, me encontraba en la gloriosa ciudad de Bizancio.

Asombrado, me tallé un poco los ojos, sequé nuevamente el sudor de mi frente y admiré cuidadosamente el paisaje. Podía ver lo que antes se conocía como la Catedral de Santa Sofía y las impresionantes murallas bizantinas que cubrían la ciudad; detrás de la ciudad podía ver la conexión del Mar Negro con el Mar Egeo y todavía más alejado del lugar se encontraban unos pequeños montes con algunas planicies verdes. Simplemente majestuoso.

—¿Cómo llegué a este lugar? Lo último que recuerdo que hice fue alimentar a mi perro. — Me decía a mi mismo mientras me quitaba el casco, pues el calor era insoportable.

Caminé por un rato, abandonando el campo de batalla, pues sentía que mi lugar no se encontraba junto a los soldados. Llegué a una pequeña arboleda donde había una charca junto a la sombra de un árbol enorme.

Me senté frente a la charca y ví mi reflejo. Quería regresar a casa.

Después de gastar tiempo valioso reflexionando, tomé valor y me empecé a quitar la armadura. Primero fueron las botas, luego las grebas, después los guantes y terminé con los brazales, para quedarme solamente con el casco, el peto y mi espada larga envainada.

—¡Dios! Como desearía tener un escudo, me es más útil que todo este desperdicio de hierro, acero o lo que sea de lo que esté hecha esta armadura.

Después de renegar, seguí mi camino. Caminando por el campo abierto llegué a avistar a lo lejos a una hermosa mujer. 

—¡Oye! No te asustes, soy alguien pacífico — Grité mientras me acercaba—.  No te haré daño.

Aquella dama que llamó mi atención volteó a verme y tiró el pequeño jarro que llevaba en sus brazos.

—¡No! No te espantes, mira, soy alguien neutral. — Proclamé mientras desenvainaba mi espada para después dejarla gentilmente en el suelo.

La chica se quedó estática, viendo como me acercaba lentamente pues la armadura que llevaba puesta pesaba cada vez más.

Con cada paso que daba el entorno cambiaba poco a poco, de un día soleado pasé a una noche con una luna gigantesca iluminando mi alrededor, los árboles perecían y solo quedaban sus troncos muertos, el pasto se desvanecía y dejaba pedazos de gravilla y tierra estéril en su lugar.

—León, ¿Es posible? ¿En verdad eres tú? — Decía la chica cuando estaba apunto de llegar con ella. Sus ojos se empezaron a tornar rosas y todo a mi alrededor cambiaba rápidamente entre el panorama hermoso y el monstruoso, tan rápido como mi parpadear.

—¿León? Disculpe, se equivoca. Me llamo David, un gusto en conocerle.

—¿David? ¿De qué hablas? Eres León, lo puedo reconocer con el simple olor de tu sangre.

—¿Qué? Ok... Creo que me retiraré lentamente — Decía un poco extrañado mientras daba pasos cautelosamente hacia atrás.

—¿Acaso no lo recuerdas? Hace poco más de 500 años me dijiste que esperara por ti, prometiste que regresarías... ¡Y aquí estás!

—No...

—¿No? ¿Acaso debo de esperar más? Ha pasado tanto tiempo, estoy cansada de vivir aquí, llegaste por mí y ahora debes de cumplir tu promesa.

—¿Promesa?

—¡¿No recuerdas nada?! ¿Por qué me haces esto? Primero me engañas, luego me abandonas en este horrible lugar por tanto tiempo... Y ahora te dices llamar David y no recuerdas nada. ¿Acaso debo de sufrir más? ¿Es necesario?

—No sé quien sea León o que promesas te hizo hace tanto tiempo. Pero, podemos solucionarlo, ¿No? Todo debe tener solución, ¿Verdad?

—Por favor... ¡No digas tonterías! ¡Tu empezaste esto!— Gritó mientras el color de sus ojos se tornaba morado. — No empeores las cosas, tú nunca dirías eso. ¿Qué te hiciste? ¿Por qué te gusta lastimar a todos? ¡León, reacciona!

Me quedé callado mientras miraba al suelo. —¿Por qué me pasa esto?— Pensaba mientras suspiraba.

—Esto te hará recordar, mi querido León...

Aquella chica tan misteriosa que me acusó de tantas cosas extrañas me tomó de la cara con sus dos suaves manos, se acercó lentamente mientras cerraba los ojos y me dió un pequeño beso en los labios.

Asustado, me dejé caer al suelo mientras le miraba a los ojos, los cuales nuevamente se volvían de un color rosado muy intenso. 

— Nos vemos en el otro mundo León. Es hora de acabar lo que empezamos. Tenemos que hacerlo... No. ¡Debemos de hacerlo!

La chica se desvaneció junto con el entorno que me rodeaba, dejándome en un lugar tan oscuro como la cueva más recóndita del planeta. Una pesadez gigantesca me abrumó y caí dormido.



Desperté mientras oía el despertador. Lo apagué, me tallé los ojos y después de quedarme viendo la pared por 5 minutos me levanté de mi cama, abrí la puerta de mi habitación y mi perro fue el primero en darme los buenos días corriendo hacia mí para que le acariciara.

—Vaya sueño... Debo de parar, ya no comeré tantos tacos al pastor en la noche. Creo que 19 fue una cantidad un poco... exagerada. — Pensaba mientras me servía cereal en un tazón para mi desayuno.

Hice nuevamente lo mismo de siempre: Despertar, comer, bañarme, vestirme e irme a la escuela. Lo bueno de ir en la tarde es que hago todo esto sin despertarme tan temprano, pobres de aquellas almas a las que les gusta madrugar. Que asco.

Mientras viajaba por el metro, recordaba a aquella chica. ¿Quién era y por qué decía que yo era León? Normalmente no me preguntaría estas cosas, pero el beso... Ese beso se sintió tan real.

Llegué a mi escuela, una universidad ubicada al sur de mi ciudad, todo parecía normal hasta que entré a mi salón de clases...

Kataphrakt y 侍 (Catafracto y Samurái)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora