CAPÍTULO VIII: LEKHABEL

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―Toma asiento ―me pidió la anciana sin dejar de apuntarme con su arma. No estaba en posición de negarle nada. Ella dominaba la situación.

Tomé asiento sin apartar mis ojos de su arma. El miedo que pensé había dejado atrás vino a mí de golpe y me abrazó fuertemente para no abandonarme. Me traía recuerdos de Lindsey y malos pensamientos de cómo moriría por mi estúpido descuido con esa maldita anciana astuta.

―Sabía que vendrías por mí después de esa llamada tan sospechosa ―bajó el arma y la apoyó sobre el sofá.

Aproveché el momento y me puse de pie con la intención de embestirla, desarmarla y ejecutar mi plan, pero la subestimé. Sus reflejos eran superiores a los de cualquier anciano, así como su tenacidad y suspicacia.

―¡Siéntate! ―me ordenó y yo obedecí agradecido de que no me disparó.

Me sentía superado, ultrajado y humillado.

Menos mal que si sales de esto nadie sabrá que una anciana fue capaz de patearte el trasero, Nicky.

Humor en medio de la desesperación. Ese era mi mecanismo de defensa para suavizar los malos momentos. Si recurría a él es porque sabía que algo andaba mal.

―¿Qué quieres de mí? ―me preguntó la anciana.

―Creo que usted lo sabe perfectamente ―respondí de manera seca y cortante.

―Sé que quieres matarme, pero lo que quiero saber es la razón ―la calma en su voz era envidiable.

―No quiero matarla..., quiero su alma, señora.

Era extraño decirlo en voz alta. Me sentía como un demente, pero era la verdad y si iba a morir, al menos quería hacerlo sin cargar esa pena yo solo.

―Lo sé, pero quiero saber por qué ―insistió.

―Para no dejar que mi hija muera.

Ella bajó el arma de nuevo al escuchar la respuesta.

―¿Y acudiste a Mefisto?

Ese nombre, ese estúpido nombre me ocasionaba arrepentimiento, tristeza e ira.

―En realidad él acudió a mí... ―le dije mientras hacía un enorme esfuerzo por retener mis lágrimas.

Louis se puso de pie y se encaminó a una vieja y enorme biblia, la cual puso sobre la mesita frente a mí; encendió una vela y me pidió que abriera el libro santo. Corrí las páginas y encontré algo entre ellas. Era un viejo pedazo de pergamino, lo extraje, lo puse sobre la mesita y cerré la biblia.

―Sé que también tienes uno de esos... ―aseguró Louis con un susurro como si estuviera intentando no ser escuchada por alguien dentro de su casa.

Yo asentí.

―¿Fuiste el que ejecutó a mi hijo?

Asentí de nuevo.

―Debes saber algo. No fue tu culpa. La verdadera asesina fui yo.

―No comprendo ―y en verdad no lo hacía. Esa mujer me tenía confundido. Me apuntó con un arma pero no me disparó cuando tuvo la oportunidad y ahora me recordaba la muerte de Randal y me exoneraba de toda culpa.

―No cumplí con el contrato que hicimos los tres y condené a mi hijo ―confesó reventando en llanto.

La mujer estaba destrozada y había perdido contacto visual conmigo. Era ahora o nunca.

Salté sobre ella y la derribé sobre la alfombra. Ella lloraba en silencio mientras me susurraba una sola cosa: "mátame, quiero ver a mi hijo".

No podía hacerlo..., no así.

Hice un esfuerzo por detener la brutalidad con la que había reaccionado y me quité de encima de la anciana, pero no sin antes tomar el arma del suelo, con la cual le apunté para obligarla a ponerse de pie y a tomar asiento sobre el sofá de nuevo.

―¿Qué hicieron? ¿Por qué tengo que matarlos? ―Muy en el fondo necesitaba saber la razón por la que saltaba cuando me ordenaban hacerlo. Tenía la esperanza de que los pecados que Randal y la anciana habían cometido fueran superiores a los que yo estaba realizando. Suponía que de ser así la culpa que sentía se aminoraría, dándome libertad para asesinar sin remordimientos.

―Velo por ti mismo ―me pidió la mujer sollozando.

Tomé mi lámpara del suelo y apunté la luz al pergamino de la mesita sin apartar el cañón del arma del objetivo. Una especie de tinta negra apareció ante mis ojos.

Comprendí todo. Randal tenía sida y tarde o temprano moriría a causa del virus, pero había pactado con Mefisto junto con su madre para que este le ayudara. El trato había sido contagiar a una persona por mes y alejarse de Dios. De esta forma Randal viviría siendo inmune a cualquier enfermedad venérea.

El resto del contrato mencionaba las únicas circunstancias por las cuales este podría ser anulado, condición que le permitiría a Mefisto, en la forma que le conviniera, reclamar el alma de Randal. Louis tenía razón, yo tenía un contrato escrito con la misma tinta, en el mismo papel, con la misma letra y firmado con sangre. Con mi sangre.

―¿A cuántas personas contagió Randal? ―pregunté con desprecio.

―A más de cincuenta ―confesó entre sollozos de arrepentimiento.

―¿Qué pasó después? ¿Por qué tuve que matarlo?

―Mi Randy, mi pobre Randy... Se corrompió. Empezó a disfrutar la vida que había ganado gracias a Mefisto. Su casa se convirtió en un lugar de orgías y de sexo. Por mes contagiaba decenas. Ya no lo hacía para sobrevivir, lo hacía por placer.

―Usted vio a su hijo convertido en un monstruo y se arrepintió, ¿no es así?

―Sí. Me acerqué a la iglesia a buscar una solución y, días después, mi Randy fue asesinado por ti ―noté que en la mano derecha de la mujer colgaba un rosario. Un amuleto que tal vez la podría proteger de Mefisto en persona, pero no la protegería de un humano desesperado como yo.

La historia que me había contado me hizo sentir mucho mejor con respecto a lo que le había hecho a Randal, pero esa mujer no lo merecía. Ella estaba arrepentida y sólo había servido de apoyo a su hijo.

¿Qué madre no haría eso por sus hijos?

Incluso mi madre me apoyaría si le contaba en lo que me estaba convirtiendo. Estaba en su naturaleza protectora y era extraño, pues la necesidad de proteger a las crías superaba por mucho el instinto propio de supervivencia. Y Louis arriesgó su vida y alma por salvar a Randy.

―Sé que has venido a matarme y lo comprendo, pero si tan sólo le dieras una oportunidad a Dios de entrar en tu vida de nuevo...

―Él ya tuvo su oportunidad y decidió ensañarse con mi hija.

―Hablas como mi Randy.

―No soy para nada como él. Sé que aparento ser débil y eso es porque lo soy, pero tengo la motivación necesaria para dejar de serlo, y es mi hija Lindsey. Ella es mi luz en la oscuridad. Ella me mantiene en el camino correcto. ¿Su hijo Randal tenía algo así?

―N-no...

Le dediqué una pequeña sonrisa y saqué una pequeña bolsita de plástico de la mochila, la abrí, la acerqué a mi nariz e inhalé profundamente. Había olvidado el alcohol y no pensaba en beber de las botellas de Louis, eso significaría dejar ADN y huellas labiales.

―Entiendo la encrucijada en la que se vio envuelta y realmente siento pena por usted ―le dije mientras le daba la vuelta a la sala―, ya que por lo que me dijo, mostró ser un humano lleno de arrepentimiento y con el valor necesario para tratar de cambiar lo que había hecho ―me puse justo detrás de ella y le acaricié el suave cabello gris que tenía―, pero también me corroboró lo que Mefisto puede hacer si no hago lo que le prometí, y créame, no estoy dispuesto a perder a Lindsey, así que le pido que me perdone...

―Yo...

Puse el cañón de la pistola contra su sien y jalé el gatillo. Un fuerte estallido salió del arma y se extendió por la sala para después viajar por la oscura calle en la que los perros empezaron a ladrar asustados.

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